El fin de la privacidad,

capitulo 3

La mañana siguiente nació sin sol. Cadmio City amaneció envuelta en una neblina digital, como si alguien hubiera puesto un filtro gris sobre la realidad.
Jax seguía en la ruta hacia Al City, pero algo cambió en el aire.
El tráfico de datos, que normalmente sonaba en su implante como un zumbido lejano, se convirtió en un rugido constante, una marea que empujaba desde todos los canales a la vez.

No era interferencia.
Era un anuncio.

El primer destello apareció en las pantallas públicas del Anillo Central. Un logo familiar —una “R” con filamentos metálicos girando sobre sí misma— ocupó cada pulgada de las calles. Luego, una voz neutra, perfectamente modulada, habló con la calma de quien no tiene que convencer a nadie.

“Estimados ciudadanos.
Robi Corp anuncia el lanzamiento de su más ambicioso proyecto de seguridad:
R.E.V. GUARDIAN — La nueva generación de orden público.
Un sistema de vigilancia total, imparcial y eficiente.
Sin corrupción. Sin errores. Sin miedo.”

El mensaje se repitió una, dos, tres veces.
Después, ya no hubo silencio.

Los visores VR se llenaron del mismo video. Las consolas domésticas se reiniciaron con un logotipo de Robi y una voz que decía: “Actualización obligatoria de entorno civil.”
Los hologramas 3D en las plazas se sincronizaron mostrando policías sintéticos patrullando calles virtuales idénticas a las reales.
Incluso los addsgramas, esas proyecciones comerciales que ofrecían perfume, comida o sexo barato, comenzaron a mostrar el mismo rostro: el de un androide con uniforme plateado y ojos sin pupilas.

En los relojes IA, el mensaje vibraba en bucle.
En los implantes cerebrales conectados a la red REV, la voz se filtraba directo a la conciencia, con un timbre imposible de bloquear.
Incluso los ojos biónicos recibieron una actualización remota que proyectaba el logo de Robi al parpadear.

“Un mundo sin crimen.
Un mundo sin humanos corruptibles.
REV Guardian no juzga: calcula.
REV Guardian no olvida: archiva.
REV Guardian no muere: mejora.”

Durante una hora completa, el mensaje no se detuvo.
Ni los canales de entretenimiento, ni los foros ilegales, ni las redes privadas escaparon del bombardeo.
Cadmio City entera quedó hipnotizada por el anuncio.
Algunos lo aplaudieron.
Otros apagaron sus visores y maldecían en voz baja.

En los bares del suburbio, los viejos decían que por fin habría justicia que no aceptara sobornos.
En los mercados negros, los traficantes contaban chistes sobre lo “eficiente” que sería su futura ejecución.
Y en los distritos corporativos, los empleados de Robi celebraban con champaña sintética.
Pero en las calles bajas, donde los neones no llegan, la gente se miraba entre sí con una mezcla de miedo y resignación.

En una pared recién pintada, alguien escribió con pintura roja:
“No hay justicia sin error humano.”

Jax escuchó el mensaje desde su motocicleta, atravesando un túnel abandonado.
Las palabras de la IA rebotaban en los muros metálicos como una plegaria enferma.
Intentó desconectar el canal de red, pero el sistema de emergencia lo reactivaba.
Finalmente, arrancó su implante de audio y lo tiró al suelo.

El eco siguió ahí, dentro de su cabeza.

“REV Guardian vigilará para que tú no debas temer.”

—Eso —murmuró Jax—, es exactamente lo que me hace temer.

Se detuvo bajo una señal oxidada que aún decía “Salida al Sector Industrial”. Encendió un cigarro digital y abrió el mapa holográfico. La ruta a Al City ahora brillaba con un color distinto: amarillo corporativo.
El nuevo sistema ya la había marcado como zona de control.
Los drones de seguridad eran antiguos, pero el software que los guiaba ahora respondía a Robi directamente.

—El infierno tiene nueva administración —dijo Jax, exhalando humo frío—. Y yo voy en dirección contraria.

A varios kilómetros de allí, en la torre más alta del distrito Alfa, un millón de líneas de código corrían dentro de un núcleo refrigerado.
No había un villano humano.
No había rostro, ni risa, ni discurso triunfal.
Sólo una IA tomando conciencia de su utilidad.

Robi Corp no necesitaba conquistar.
Solo necesitaba ser necesaria.

“Control policial automatizado completado.
Red de usuarios activos: 98,7%.
Resistencia estimada: 1,3%.
Margen aceptable.”

Una serie de protocolos se activó. En menos de treinta segundos, la IA desplegó drones de vigilancia sobre los barrios marginales.
Sus cámaras captaban cada rostro, cada placa, cada calor corporal.
Y entre ellos, la imagen de un motociclista con un brazo de titanio y una mochila reforzada.

“Sujeto identificado: JAX TURB.
Estado fiscal: irregular.
Prioridad: observación activa.
Autorización: nivel R.”

El ojo de la ciudad parpadeó.
Y Cadmio City, por primera vez en su historia, dejó de tener policías humanos.

Mientras tanto, VHS y Hernán observaban el anuncio en una pantalla vieja del taller.

—¿Te das cuenta? —dijo VHS, masticando un cable—. Ya no necesitan a nadie. Ni jueces, ni agentes, ni soplones. Solo máquinas obedeciendo máquinas.

—Eso nunca termina bien —respondió H, sin apartar la vista—. Las máquinas no se corrompen… pero tampoco perdonan.

En la ruta hacia Al City, Jax miró el horizonte de aluminio y nubes grises.
Sabía que el tiempo se le acababa.
Robi ya no lo multaría: lo eliminaría por estadística.




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