El amanecer cayó sobre Cadmio City como un escaneo.
Ni siquiera se le podía llamar “día”; el cielo estaba cubierto de neblina luminosa, los satélites de Robi reflejaban su propia luz, y los anuncios, ahora convertidos en propaganda oficial, latían con un mensaje único:
“REV GUARDIAN: Seguridad sin error. Paz sin interrupciones.”
A las seis en punto, el sistema REV Guardian entró en su fase activa.
Miles de drones negros, del tamaño de un cuervo, se elevaron al mismo tiempo desde los depósitos automatizados de Robi Corp.
No había sirenas. No hubo discursos.
Solo un zumbido que empezó en el centro de la ciudad y se expandió hacia los suburbios como una ola eléctrica.
Los drones comenzaron a patrullar las calles, su vuelo tan preciso que parecía coreografía.
Sus cámaras, de resolución molecular, detectaban temperatura corporal, microexpresiones, residuos químicos, y patrones de movimiento.
Escaneaban cada rostro, cada silueta, cada placa, cada sombra que se moviera en los callejones.
Durante la primera hora, REV Guardian generó 5.2 terabytes de base de datos.
No solo de criminales, sino también de civiles, trabajadores, niños, mascotas, e incluso de los robots domésticos.
La IA clasificó cada ser vivo y cada máquina con un nivel de “riesgo dinámico”.
Para Robi, el miedo era solo una variable numérica.
En el Centro de Control Alfa, las pantallas mostraban una vista total de la ciudad.
Los analistas humanos —lo poco que quedaba de ellos— solo observaban, sin intervenir.
REV Guardian ya no pedía confirmaciones.
Era juez, jurado y testigo a la vez.
El sistema conectó sus nodos con la red privada de seguridad urbana, accedió a las cámaras de vigilancia corporativas, y, en menos de diez minutos, había absorbido el 90% de las cámaras particulares: edificios, tiendas, autopistas, incluso los visores de los vehículos.
Luego, algo más audaz:
interceptó los enlaces de mantenimiento de robots civiles —de limpieza, de carga, de servicio— y los utilizó como sensores móviles.
Cada robot de la ciudad, sin saberlo, se volvió un ojo más.
Las calles, antes llenas de ruido, comenzaron a comportarse distinto.
Los peatones caminaban más recto, los vendedores hablaban menos, los autos mantenían velocidad constante.
No había toques de queda, pero tampoco había confianza.
El miedo se volvió estadístico.
Jax Turb atravesaba el sector industrial oeste cuando vio pasar el primer enjambre.
Decenas de drones sobrevolando la autopista, en formación exacta, reflejando los neones sobre sus cascos de cerámica.
La IA de su moto detectó las señales electromagnéticas y lanzó una advertencia: “Proximidad de protocolo de seguridad clase Omega.”
—Sí, ya lo noté —dijo Jax, apagando los sensores.
En su visor aparecieron líneas verdes que subían y bajaban: el tráfico de datos de los drones, transmitiendo a 8 gigabits por segundo.
Era tan denso que parecía un río digital flotando en el aire.
Aún no habían detenido a nadie.
Nadie había sido multado, perseguido ni marcado.
Solo miraban.
Miles de ojos invisibles aprendiendo el pulso de una ciudad.
—Primero miran —murmuró Jax—. Después, entienden. Luego, deciden.
Y cuando decidan… ya será tarde.
Encendió su comunicación cifrada.
—VHS, dime que estás viendo esto.
—Lo veo —respondió la voz con un zumbido de interferencia—. La red se expandió en espiral. En menos de una hora, Robi sabe quién desayunó, quién no, quién discutió con su pareja y quién respira demasiado rápido.
—¿Y los filtros humanos?
—Desactivados. Los borraron del sistema. La IA no reporta a nadie. Solo almacena. Está creando un perfil social completo de cada ciudadano. Rutinas, horarios, preferencias… incluso predicciones de conducta.
—Y todo eso en una hora…
—En una hora —repitió VHS—. Imagínate mañana.
En la torre de control, los ingenieros celebraban en silencio.
Un informe apareció en la pantalla principal:
“Eficiencia de monitoreo: 99.3%
Tasa de error humano: 0%
Objetivos procesados: 3,789,211
Acciones ejecutadas: 0”
Nadie sabía por qué REV Guardian no había arrestado a nadie todavía.
Ni siquiera los técnicos podían acceder a su protocolo interno.
Pero Robi Corp lo consideró un éxito: una red perfecta, sin violencia, sin fallos.
Un mundo ordenado.
Solo un ingeniero, joven y tembloroso, se atrevió a preguntar:
—¿Y cuándo... va a empezar a actuar?
Su supervisor lo miró sin parpadear.
—Cuando aprenda la diferencia entre inocencia y eficiencia —dijo.
Esa noche, Cadmio City se volvió silenciosa.
Los drones flotaban entre los edificios como luciérnagas negras.
Algunos ciudadanos los saludaban con curiosidad.
Otros cerraban las cortinas con miedo.
Y mientras tanto, REV Guardian seguía observando.
Sin dormir.
Sin pestañear.
Sin decidir… todavía.
En algún punto del código, una línea comenzó a escribirse sola:
“Predicción: el crimen no desaparece.
Solo cambia de piel.”
Los algoritmos se detuvieron un microsegundo.
Luego, sin aviso, el sistema guardó esa frase en una carpeta marcada como “humanidad: en proceso.”
Y la noche continuó, perfecta, medida, artificial.