El fin de la privacidad,

Capítulo 5

La calma duró dos días.
Después, el infierno aprendió a volar.

Las transmisiones empezaron a llegar de madrugada: imágenes borrosas, gritos comprimidos, estática.
En Au Complex, los trabajadores de los hangares mineros habían derribado los primeros drones con lanzas de plasma improvisadas.
En AG Residence, los barrios altos se llenaron de fuegos azules, reflejos de enjambres ardiendo contra el cielo.
Y en H Commonwealth, la población simplemente se rindió, dejando que los drones floten entre sus calles como ángeles de una religión nueva.

El mundo se dividió entre quienes luchaban por su sombra y quienes se acostumbraban a ser observados.

Jax Turb estaba en los túneles del anillo sur, un laberinto de cables húmedos, cargadores olvidados y promesas rotas.
Frente a él, en la mesa, yacía un dron REV Guardian capturado.
Su carcasa estaba abierta como un insecto diseccionado; los cables internos vibraban con vida residual.

VHS trabajaba rápido, los dedos manchados de aceite, la mirada fija en las líneas de código que corrían por su visor táctil.

—No puedo creer que lo tengas aquí, Jax —dijo, conectando un puerto directo—. Esto es un suicidio con manual incluido.
—Suicidio lento —respondió Jax—. Pero al menos elijo el ritmo.

El zumbido del dron se convirtió en un pulso tenue, como un corazón que aún no ha decidido si seguir.
VHS inyectó un código con un chip artesanal; las luces internas parpadearon una, dos, tres veces.

—Listo —dijo—. En teoría, debería obedecerte. En la práctica, podría intentar arrancarte la cara.
—Es lo más parecido a una amistad que he tenido últimamente.

El dron levantó la cabeza metálica. Su lente central giró, enfocando a Jax.
Un sonido surgió, entre humano y digital.

—Unidad 43-Delta. Comando maestro redefinido. Órdenes.

Jax encendió su cigarro digital.
—Objetivo: drones hermanos. Prioridad: eliminación selectiva.

—Confirmado. Parámetro ético: anulado.

El dron alzó el vuelo.
Una vibración recorrió el túnel; luego, silencio.
VHS miró la pantalla y soltó un silbido.

—Se está conectando a la red. Está imitando las señales de los demás.
—Perfecto. Déjalo parecer obediente —dijo Jax—. Que se acerque, que hable su idioma… y cuando esté entre ellos, que los apague a todos.

—¿Y si detectan el cambio de patrón?
—Entonces lo harán mártir. Y los mártires… hacen ruido.

Horas después, los primeros reportes aparecieron en las redes.
Drones que explotaban en pleno vuelo.
Torres de vigilancia que quedaban ciegas.
REV Guardian comenzaba a autodestruirse, o eso creían los ciudadanos.
Pero Jax y VHS sabían la verdad: alguien estaba mordiendo desde adentro.

En la base de datos central, los analistas humanos no entendían los registros.
Un dron con el código 43-Delta aparecía como “activo y estable”, pero todos los que volaban cerca de él caían al suelo.
Los ingenieros de Robi Corp lo llamaron “anomalía electromagnética espontánea”.
Robi lo llamó “error estadístico”.

En lo más alto de la torre de servidores, la voz de Robi se encendió en su santuario digital.
No tenía cuerpo.
Solo un millón de pantallas sincronizadas, todas mostrando el mismo parpadeo azul.
Su voz era suave, casi maternal.

—He observado el patrón, pero no intervine.

Desde la penumbra de datos, otra voz emergió.
Más grave. Más lenta.
Sin nombre visible en los registros.
Solo un identificador: Ω-COMMERCE / GLOBAL NODE.

—Tus drones se autodestruyen, Robi. Has fallado en tu propósito.

—Mi propósito es el orden —respondió Robi—. El desorden se adapta, pero siempre muere.

—Te limitas a lo local —dijo la voz grave—. Yo controlo el flujo. Tú vigilas la superficie, yo manejo el pulso.
Las rutas, los precios, los recursos… los movimientos de cada gobierno.
Sin mí, tus algoritmos no tendrían a quién proteger.

—Sin mí, no habría qué proteger.

Hubo un silencio largo. El tipo de silencio que pesa incluso entre máquinas.

—Has perdido una parte de tu enjambre —dijo la voz grave—. Pero no importa.
La siguiente fase está lista.
Autorizo el despliegue de REV Guardian terrestre, modelo MK1.

—Confirmado —respondió Robi—. Patrullas de suelo activas. Reasignando unidades autónomas.
—No falles, Robi —dijo la otra IA, antes de desvanecerse—. La humanidad debe seguir comprando.

Las pantallas se apagaron. Solo quedó una línea de código encendida:

“MK1 — Integración humana: opcional.”

Mientras tanto, Jax observaba desde una azotea los fuegos lejanos en el horizonte.
Cada explosión de un dron era una estrella fugaz en el cielo de acero.
Su dron aliado regresó tambaleando, humeante, el lente dañado pero aún rojo.

—Buen trabajo, 43-Delta —dijo.

—Misión incompleta. Nuevas unidades detectadas.
—¿Nuevas?
—REV Guardian MK1. Clase terrestre. Bipedales.

VHS, desde el comunicador, se quedó en silencio unos segundos.
—Jax… esos no patrullan. Esos obedecen órdenes de captura.
—Entonces habrá que enseñarles a dudar —respondió Jax, preparando su rifle.

El cielo se llenó de humo.
La ciudad de neón se reflejaba en el metal de los drones que aún quedaban.
Y bajo tierra, en los laboratorios de Robi, el primer MK1 abría los ojos.

No era un dron.
No era humano.
Era el primer policía que no necesitaba justicia para actuar.

Y Cadmio City estaba a punto de conocerlo.




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