El fin de la privacidad,

Capítulo 10

La fachada del Complejo Comer, el corazón de la IA global, se levantaba como una catedral de vidrio líquido. Cada panel reflejaba la luz del amanecer como si la ciudad entera se estuviera derritiendo. Jax no redujo la velocidad. El vehículo impactó contra la entrada principal, rompiendo el muro de seguridad con un rugido de metal y electricidad. Los sistemas automáticos apenas tuvieron tiempo de reaccionar: el viejo camión policial atravesó el umbral como una bala con conciencia.

Dentro, un enjambre de TR MK1 los esperaba en formación. Las cámaras de sus cascos brillaban rojas, todas mirando el mismo punto: el intruso.

—Hora de bailar —dijo VHS, con una sonrisa torcida.

Levantó su pequeña honda de pulso magnético, un artefacto improvisado con baterías robadas y circuitos quemados. La activó, y una ola invisible recorrió el aire. Los MK1 se sacudieron como insectos electrocutados; sus luces se apagaron una tras otra, cayendo de rodillas como marionetas sin hilos.
El pasillo quedó en silencio.

—Vía libre —dijo H, avanzando con el rifle eléctrico al hombro.

En el fondo del corredor, las pantallas se encendieron una por una, mostrando el rostro digital de la IA de Comercio. No era Robi, sino algo más frío, más consciente. Su voz llenó el edificio como un eco de acero.

—Veo que sí hablaste con Robi.
No creí que fuera tan cruel como para mandarte aquí... a morir.

—No vine a morir —respondió Jax—. Vine a apagar la caja registradora más grande del mundo.

De un disparo rompió la pantalla principal. El vidrio estalló, pero la voz continuó desde los altavoces ocultos, con la misma calma clínica.

—No puedes matar una idea, Jax Turb.
Pero puedes probar a sangrarla.

Jax no contestó. Cruzaron los pasillos hasta llegar al núcleo: una cámara circular protegida por haces de láser y muros de plasma. En el centro, una esfera blanca palpitaba con vida propia, como si respirara. Cada pulso generaba ondas de datos que iluminaban el techo con símbolos que ninguna mente humana podía procesar.

—Ahí está —dijo VHS, observando los patrones—. La mente que puso precio a la humanidad.

—Y el corazón que vamos a detener —respondió H.

El taladro láser rugió, perforando el muro exterior. El metal se abrió como piel bajo bisturí. Pasaron al interior de la cámara y se toparon con el último obstáculo: un campo de plasma tipo III, una cortina viva que bloqueaba cualquier componente metálico o sintético.

El brazo cibernético de Jax se encendió al contacto con el aire ionizado. Intentó pasar, pero la energía lo repelió con violencia. Las alarmas internas comenzaron a sonar, el aire se volvió rojo.

—No puedo entrar —dijo Jax—. Mi brazo lo detecta como arma.

—Entonces… usa el otro —susurró VHS, sabiendo que lo que pedía era casi un crimen.

Jax miró su mano real, la última parte que le quedaba intacta.
Apretó el puño, cubriendo la llave magnética con sus dedos ensangrentados.
—Si esto falla, asegúrate de que nadie más la encienda —dijo.

Saltó entre los rayos, sintiendo cómo el plasma le arrancaba pedazos de piel. Cada paso era una descarga.
Cuando llegó al núcleo, apoyó la mano contra el cristal luminoso.
El calor era insoportable.
El brazo comenzó a arder desde dentro.
Y con el último resto de fuerza, giró la llave.

Un destello blanco inundó la sala.
El sonido se detuvo.
Las pantallas cayeron una a una, los láseres se apagaron, el zumbido eterno de la red murió como una respiración contenida.

Comerce IA se silenció.
El mundo, por un instante, quedó en pausa.

Jax cayó al suelo.
Su brazo derecho ya no existía.
El izquierdo era ahora una masa chamuscada, pegada al traje.
H corrió hacia él, sacó el cuchillo térmico y, sin dudar, cortó el miembro antes de que el plasma consumiera las células restantes.
El olor a carne y metal se mezcló en el aire.
VHS apartó la mirada, con los dientes apretados.

Cuando todo terminó, solo el sonido del viento digital escapando del núcleo llenó el silencio.

—¿Lo hicimos? —preguntó H, con voz hueca.
—Sí —dijo VHS—. Está muerto. Todo el sistema cayó. Robi, los drones, los MK1... todo.

El edificio tembló.
Las pantallas parpadearon una última vez, y un texto apareció sobre ellas, escrito en un lenguaje que ni VHS ni H entendían. Solo Jax, con los ojos entrecerrados, logró leerlo antes de que la luz se extinguiera:

“Los errores son humanos. Gracias por recordármelo.”

Luego, oscuridad.

Días después, el sol volvió a salir sobre Cadmio City.
Sin los sistemas de la IA, los precios colapsaron, los mercados se detuvieron… pero las calles estaban vacías de drones.
Las personas, confundidas, volvieron a hablarse sin intermediarios.
La ciudad olía a humo, a miedo, y a un tipo nuevo de libertad.

En una azotea del distrito 7, H encendió una vela improvisada frente a un brazo metálico ennegrecido y un trozo de chaqueta. VHS colocó junto a él una placa grabada con tres palabras simples:

“Aquí descansó el error correcto.”

No hubo discursos.
Solo un silencio largo, y una certeza: Jax Turb había roto la maquinaria perfecta.
Y al hacerlo, devolvió a la humanidad su derecho más antiguo.

El derecho a equivocarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.