El fin de todo.

2. Después del entierro.

Eres el único que lo sabe. 

Las cosas volvieron a la normalidad una semana después, pero solo duraron un par de meses cuando eventualmente caímos en desastre. 

Papá se hacía cargo de la mayor parte del hogar: la comida, el aseo, los gastos y sobre todo los niños y ahora que no estaba, parecía que el pilar central se había desmoronado y la casa estaba en ruinas.  

El caos comenzó poco después, en el primer año de su partida. 

Jana y yo tuvimos que aprender a volver a casa por nuestra cuenta después de que, por quinta vez en el mes, nos olvidaran al terminar las clases... No culpábamos a nadie, mucho menos a Lucas quien había tomado ese rol de llevarnos y recogernos y que entremedio de esas dos acciones caía dormido por el cansancio de trabajar dos turnos porque las cuentas no alcanzaban. 

Tampoco culpe a Julia porque comenzó a desquitar sus frustraciones con ambas, aunque tenía una pequeña fijación conmigo (pues yo era demasiado quejica para su gusto y eso la enojaba más). Tan solo estaba terminando su adolescencia cuando se hizo cargo de nosotros la mayor parte del tiempo y se sentía perdida. 

No me molesté cuando Pía se fue de casa o cuando Dean comenzó a viajar para estar lejos evitando ser parte de los problemas; menos me enojé cuando Lía empezó a beber o cuando Pavel molestaba a mamá con sus actitudes desafiantes, lo que provocaba un torbellino en ella, que luego arrasaría con nosotras. Todos vivían el duelo a su manera. 

Tampoco me enoje porque mi madre, quien siempre se mostraba fuerte y valiente, se derrumbaba poco a poco y en las noches la escuchaba llorar por problemas que parecían aumentar y nunca terminar. 




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