La luz que interfiere en mi pequeña habitación, me quita el sueño que estaba apoderándose de mi perezoso cuerpo. Suelto un gruñido, no quiero levantarme, quiero dormir. ¡Maldita luz!
Salgo de cama, camino en pasos de caracol. Abro la puerta del baño, me cepillo los dientes y lavo mi cara, mis parpados caen, pero trato de abrir bien mis ojos. Recojo mi cabello en forma de una bola, algunas hebras quedan sueltas. Sonrío al pequeño espejo que me muestra mi rostro demacrado. Estiro mi torso y mis brazos, sacando toda la pereza que ha almacenado mi sexy cuerpo.
Me encamino de nuevo a mi habitación en busca de mi teléfono, cuando ya lo obtengo en mis delgadas manos me percato que son las 12 pm.
—Es medio día —musito, comiéndome las uñas. Mi garganta me arde y mi voz suena horrible. Me he quedado afónica —. ¿Por qué eres tan vaga, Aubrey? —me repelo, es demasiado tarde, ya me he despertado para comer el almuerzo. Mi madre no me ha llamado para desayunar o si lo hizo no la escuché —Bárbaro, tuve un sueño muy profundo. ¿Tan cansada estaba?
Como si mi mente captara mi olvido, me ayuda recordando cada momento de la noche anterior: el suceso que impactó como una bala en mi pecho, el llanto del dolor, mi mejor amiga dejándome sola casi toda la fiesta, la chica atrevida que me dijo que era un espantapájaros...la misma chica que sabía que tenía un novio, el cual ella quería comérselo o bueno quien sabe si ya no se lo comió.
—¡Denme muchos calmantes! Mi cabeza vuelve a palpitar —chillo, quejándomele a la vida.
Ahora que he aceptado que la vida es un asco. Vuelvo a pensar que es sumamente extraño que mi madre no me haya despertado con su zapatilla poderosa, aparte de sus gritos chillones que aturden a mis tímpanos. Solo ruego que al bajar no me arroje su arma poderosa, no me rete, y me dé la comida más deliciosa del mundo, porque mi estomago gruñe como un león hambriento.
—Dios... ¿Por qué mi vida es tan torcida? —miro el cielo tratando que mis ojos no se entrecierren por la fuerte luz del sol. Aquí estoy, en medio del estrecho jardín trasero, charlando con los seres celestiales para hacer una tregua.
Hace unos minutos atrás, baje la escalera suplicando que la comida ya esté lista. No obstante, mi positivismo se convirtió en llanto al ver que no se encontraba mi mamá y no había comida hecha, lo peor es encontrar el refrigerador vacío al igual que los anaqueles sin cereales.
—¡Mamaaaá! —grite, suponiendo que esta en su habitación. Estoy muy enojada por no encontrar nada que comer. No escucho una respuesta, rasco mi nuca alejando los pensamientos malos —¿Mamá? —. ¿Habrá salido a hacer las compras?
El silbido encantador de un pájaro, me anuncia que me ha llegado un mensaje nuevo, por ende, me adentro a la cocina, cogí el teléfono que esta en la mesa, reviso el mensaje pensando que debe ser mi madre, pero no lo es. Siento como mi cuerpo nuevamente percibe aquella extraña sensación cuando Niall me había llamado de manera inesperada. Por supuesto, que la sensación no se equivoca, veo el mensaje de un número desconocido, comienzo a leerlo en voz alta.
Mensaje:
Algún día te volveré a ver, dulce miel. ¿Me darás un golpe en el hombro? Siempre lo hacías, ¿lo recuerdas? Espero que sí. También espero que no huyas de mí como yo lo hice contigo.
Pero... ¿Quién se cree este imbécil? Se da el lujo de aparecer como si nada, después de cuatro años que no hizo ningún movimiento, hizo de mi vida un desastre, creo que es el culpable de mi mala suerte. Debería estar asustada, a pesar de que demore un año en poder superarlo por completo. Los recuerdos no se olvidan solo se almacenan en una parte de mi memoria, que los recolecta porque para mí ya no son necesarios recordarlos cada día, no me sacaran la sonrisa que deseo.
¿Huyó de mí? ¡¿Soy tan fea que el desgraciado huyó de mí?! ¿Por eso me causo un daño que a causa de ello me dejó una cicatriz? ¿Qué pensó? ¿Qué ya no era necesario volver a aquellos años atrás y pedir disculpa? Es una alimaña, igual al tarado que llame hace un mes mi novio.
Escucho el sonido de la puerta principal abrirse, salgo de mis pensamientos para asomar mi cabeza desde la cocina hacia el pasillo que da directo a la puerta, suspiro aliviada, es mi mamá.
—¿Qué te sucede? —inquiere, mi hermosa madre —Tienes una cara de que anhelas matar a alguien —se burla, dejando las dos fundas de compras en el suelo.
—Quiero matar a dos cucarachas que han estado amargando mis días —suelto, refiriéndome a los dos tarados que no hacen más que lastimarme.
—Písalas —me recomienda, sonriendo con astucia —. Yo pisé cuatro cucarachas hace muchos años atrás.
Mis ojos se agrandan al comprender que entendió mi referencia.
—¡Mamá! —chillo, sorprendida. Ella figura una sonrisa repleta de picardía.
—No es para tanto —hace un gesto con la mano sin importancia —. En nuestra juventud, tendemos a ser unas locas en aspectos de amores. Es bueno equivocarse, Aubrey, debes aprender a través de tus experiencias, cual sería el hombre imperfecto para tu vida.
—¿Y el hombre perfecto?
Rueda sus ojos.
—Eres tan ingenua —le echo una mirada ofensiva. Ella ríe, encogiendo sus hombros en modo de disculpa —. No existe el hombre perfecto, ni la mujer perfecta, peor una vida perfecta. Todo conlleva imperfecciones, mi niña, que hacen de una cosa o personas la versión perfecta. Por ello, debes buscar a un hombre imperfecto.
—No me des consejos como si ya buscara a alguien para formalizar mi vida —me estremezco de solo imaginarlo —. No quiero casarme, ni tener unos muñecos reales en mi desastrosa vida, madre.
—Así decimos muchas en tu edad —sonríe, regalándome una mirada sincera—. Espero poder vivir, para hacerte tragar aquellas ingenuas palabras.
Ok, esto esta pasando a otro nivel que por mi parte no me apetece ser participe.
#20603 en Novela romántica
#3574 en Chick lit
romace amor juvenil badboy, sorpresas y dudas, dolor desamor
Editado: 03.10.2022