Ha pasado dos días, dos miserables días en el que me he encerrado en mi habitación preguntándome: ¿Qué hago mal? ¿Soy tan mente de niña que me temen? ¿Ya nadie desea tener una relación bonita y estable? ¿Qué hago? ¿Aceptar que el amor no es para mí? O seguir esperando, quizás deba comprender que no tendré una boda y una familia encantadora.
—He llegado —anuncia mi mejor amiga, entrando a la habitación con todas las ganas de obligarme a hablar —. Ahora sí, señorita, no se esconderá de esta bella mujer —deja el bolso en la cerámica, se hace una coleta rápida sin dejar de echarme una mirada de decisión—. El cabello es una jodida molestia cuando el calor no desea apiadarse de los seres vivos.
Rio despacio, desde la cama cojo el control del aire acondicionado, lo prendo en una temperatura normal para que Betty no se derrita por el terrible sol que se cola en la habitación.
Ella da un largo suspiro.
—Gracias, gomita —abre las ventanas, inhalando el aire fresco—. Eres rara, no entiendo como no te estabas muriendo.
—La costumbre —contesto, encogiendo mis hombros.
Me da una mala mirada.
—Cuenta —dice, tomando la silla del pequeño escritorio donde hago mis tareas, la lleva a una esquina de la ventana, toma asiento mirándome alegre. Se supone que el ambiente debería ser un poco incomodo y tristón, pero ella ha venido con un aura tan alegre que me pregunto cuál o quién es el motivo de esa felicidad.
—No me des esa mirada —me señala con su dedo meñique—. ¿No puedo estar feliz? Te olvidas que la alegría de esta amistad soy yo.
—¿Perdón? —la miro, entrecerrando un poco mis ojos.
—Tú estas muy ingenua, estúpida y débil —confiesa, y yo quedo boquiabierta.
—Eres muy dura —musito.
—Es mejor ser así a decir falsedades —sonríe, colocando sus manos detrás de la cabeza—. Ya cuenta, estoy ansiosa de decirte: te lo dije, Aubrey.
—Eso no es gracioso —hago una mueca de disgusto.
—Para mí si —ríe, pestañando muy rápido.
Comienzo a contar la corta historia sobre el encuentro con Nick, todavía siento una opresión en el pecho al recordar que me han lastimado por segunda vez. Una acidez aborda mi estomago al llegar al punto que me dolió tanto. Betty me mira atenta, sin dejar escapar ningún gesto o movimiento de mi parte, murmura que es un degenerado, un ser sin sentimiento, imbécil, tonto y que hay que cobrarle la deuda.
—En fin, es alguien detestable que no deseo topármelo de nuevo —concluyo, apretando mis labios en una ligera línea, arqueando las cejas y encogiendo mis hombros.
—¡Te lo dije, Aubrey Henderson! —exclama seria, para luego reír de una manera estrepitosa.
La miro mal, saliendo de la cama para ir a su dirección, su risa se detiene echándome una mirada confusa, le sonrío arrodillándome frente a ella para luego decir:
—Gracias por tu ayuda, amiga —le doy una sonrisa fingida.
—Esto es muy divertido —se le escapa una risilla burlona, ruedo mis ojos, me levanto y jalo un mechón suelto de su cabello.
—¡Oye! —reclama aturdida.
—Eso te pasa por ser muy mala amiga.
—No he sido mala amiga —se levanta, para hacer la misma acción.
Ahora soy yo quien rio y ella es quien frunce los labios, enojada.
—No vayas a llorar —hago un puchero.
—¡Quiero a mami y papi! —chilla, siguiéndome el dramatismo.
Ambas soltamos a reír muy fuerte, caen lagrimas por nuestro rostro de absoluta diversión, me agarro el estómago dando respiros profundos, le digo a Betty que ya basta, trato de parar las risas que ahora son escandalosas carcajadas que retumban en la habitación.
—¡También estoy riendo! ¡Sus risas son muy contagiosa! —Grita mi madre, desde la cocina.
—Ok, eso fue suficiente para aliviar el momento —declara Betty, sentándose en la cerámica cerca de la ventana, me siento a su lado afirmando su comentario.
—Aubrey —la miro, ella me mira con un gesto serio en su rostro —. ¿Por qué me has pasado tu bobería?
—¿Qué?
Me señala el aire acondicionado y después la ventana.
—Oh, mierda —suelto, entendiendo su punto.
—Estas gastando el aire de por gusto —ríe, pero no le dura tanto cuando una fuerte tos seca la invade, se acaricia la garganta con un gesto de dolor —. ¿Tienes limón y miel?
Asiento, mientras busco el control en la cama, lo encuentro y apago el aire acondicionado.
—Quiero cantar —dice de la nada, la miro extraña.
—Te va a doler más la garganta —le advierto.
—No importa, cantemos —va en busca de su bolso para sacar su teléfono, lo enciende buscando una canción en su lista de Spotify.
—Oye.
Volteo a verla.
—¿Qué? —pregunte.
—¿Y si Niall se entera que estas soltera y vuelve por ti? —pregunta mirándome, asustada.
—Ya dio señales de vida dos veces, Betty —tomo mi teléfono de la cama—, y ya no hablemos de él, no voy a caer en sus truquitos de reconciliación.
—Una vez si caíste —le echo una mala mirada, obligándola a que se calle.
—No me estas ayudando —paso a su lado, yendo a sentarme en la silla que ella movió cerca de la ventana, necesito aire fresco.
—Por cierto, Aubrey —dice, gateando como un bebé hacia mí —. Mis padres me encargaron de hacer las compras hoy en el supermercado. ¿Me acompañas? —pregunta de cuclillas, uniendo sus manos en súplica.
—No hago nada encerrada en mi casa, así que está bien. Déjame arreglarme —le indico.
Ella da fuertes aplausos, feliz.
—Entonces cantamos en el auto.
No me parece una buena idea, pero no opino, esta muy alegre y no quiero arruinar aquella felicidad que deslumbra su rostro.
♡♡♡
—Queso, lechuga, carne molida, leche, huevos, cereales...
—Cálmate mujer —digo angustiada.
—Primera vez que vengo hacer las compras —revela Betty, quejándose y mirando con horror la lista que lleva en sus manos, hace una mueca de tormento —. Todo por la culpa de la señora que se encarga de esto.
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Editado: 03.10.2022