14
La alarma resuena en la habitación, hundo mi cabeza en la almohada, deseo seguir durmiendo unas horas más.
—Unos cinco minutos más —balbuceo convenciéndome que no importa dormir unos cuantos minutos, igual no llegare tarde.
Siento como el sueño viene a mí de nuevo, mis parpados se caen por completo invitándome a acomodarme en mi cama y abrazar la almohada como un peluche.
—Despierta, vaga —la voz seria de mi madre y sus rudos golpes contra la puerta me dan inicio a un mal día. Como siempre.
No le hago caso. Joder, es imposible retomar el sueño con ese sonido estruendoso que un poco más y tumba la puerta. Lo primero que hago es gruñir, que bueno que mi madre no me escuche si no ya hubiera recibido el primer golpe del día. Me restriego con mis dedos mis ojos, bostezo y salgo de la cama como un fantasma, mi cabello alborotado me da el aspecto completo.
Reviso la hora al encender el teléfono. Mis ojos adormilados se agrandan al ver la hora. Mierda son las cinco de la mañana. Admito que anhelo volver a la cama la cual no tiene vida, pero me tienta a abrazarla.
—Debes estar lista a las seis, ni un minuto más…
—Ni un minuto menos —completo su orden.
—Bien dicho. Nos vemos a las seis en la puerta principal —indica, yéndose del pasillo.
Resoplo, resoplo tan exagerado que me da risa al imaginarme como se ha de ver mi gesto en esos instantes.
Me dirijo con pasos lentos al baño. La verdad no espero que haya agua caliente y eso mata las ganas de bañarme. Me adentro, me despojo de mi pijama, los vellos de mis brazos se erizan al tocar la fría cerámica y el agua helada que sale de la ducha. Voy a sufrir de hipotermia, cuento: 1,2,3 y me meto dando un grito al sentir como el agua del polo norte invade mi pobre cuerpo.
Minutos después, salgo del baño con una toalla alrededor de mi cuerpo y rechinando con el frio que me mata. Ya llevo colocado una crema hidratante para mi piel y me he cepillado los dientes como también mi cabello.
Voy al armario en busca de la vestimenta que me había gustado el día de ayer que Betty compro para mí. Lo malo es que se le paso por alto el comprar abrigos de algodón que me calienten el día friolento que tendré.
Luego de estar vestida por completo, agarro mi cabello en una coleta sencilla. Cojo mi bolso pequeño, guardo una muda de ropa por si se requiere o sucede alguna tragedia en el lugar de trabajo, a su vez guardo mi teléfono y me coloco el bolso en la parte delantera de mi cuerpo.
Bajo las escaleras sin ganas hasta la sala, lista para irme con mi madre quien me espera impaciente mirando su reloj crema en la muñeca izquierda, en la puerta principal
Algo malo en mí: demoro mucho en arreglarme.
—Estaba pensando seriamente en irme hace treinta minutos —expresa, seria.
—Lo siento, la hora jugó en mi contra —respondo, encogiendo mis hombros con una sonrisa de perdón.
Niega en desaprobación con su cabeza murmurando un: “eso es siempre”, ruedo mis ojos al saber que lo dijo con la voz fuerte y clara para que escuchara.
Hace un gesto con su mano para indicarme que salgamos de nuestra casa y nos encaminemos al punto de encuentro donde la recoge el expreso. Ni siquiera esperamos, dado que el expreso llevaba esperando treinta cinco minutos. Mi madre tuvo que disculparse por el atraso, sin reprimir que yo fui la causante de aquello, por lo cual tuve que decir: lo siento.
Iba bajando del auto cuando me tropecé en el último escalón, cayendo de rodillas y con mis manos de soporte en el suelo para no hacerme daño. Mi día ya comenzó mal. Me levanto como si nada haya pasado, hago a un lado al círculo de personas del mismo expreso que me miran con sus ojos preocupantes, otro divertidos y por ultimo los que no le importa que una joven sea torpe. Mi madre solo sigue mis pasos sin dejar de taparse la boca para evitar reír, si, esa es mi madre.
Entramos por una puerta pequeña donde solo era permitido la entrada de todo tipo de personal que trabaje allí. Todavía no apuntaba la hora en el reloj que de apertura para los clientes en el comisariato. Mi madre comenzó a saludar a sus compañeros de trabajo como si estuviera en su zona, sin dejar de presentarme a cada uno de ellos como su gran orgullo. Si supieran como me trata no le creerían, pero bueno quien soy yo para juzgar. Ya saben cómo son las madres de amorosas.
Después de gastar mi sonrisa disimulada y dar mi cansada mano como saludo con casi todo el personal, procedemos a dirigirnos al fondo del pasillo del comisariato donde se encontraba a simple vista el puesto de mi mamá.
—¿Qué vamos hacer? —pregunto, ya estando adentro de su mini local.
—La masa ya ha de estar hecha —responde más para sí misma, tocando su boca con las yemas de sus dedos, mira todo su entrono como si buscara algo —. Mi compañera debió dejarla hace unas horas para que repose. No te preocupes tú te encargaras de atender a los clientes —hago un puchero, que fastidios hacer eso—, así yo puedo hacer más panes y vender más. No hagas eso pucheros ridículos, ya no eres una niña tierna que si lo hace caemos de rodillas antes sus pies. Ya estás vieja, Aubrey.
—Gracias por hacerme amar mi juventud, madre —balbuceo, yéndome a mi puesto. Escuche su risa burlona, diciendo un: ¡Ay, los jóvenes de ahora! ¿A ella le gustaría que la llamaran vieja a la edad de dieciocho años? Por supuesto que no le gustaría.
Decido ignorar su burla. En realidad, pensé que le iba ayudar haciendo panes, se supone que tengo conocimientos gracias a ella de aquello, claro que no soy tan perfecta que ella, pero sirvo de ayuda. Agshh, no que atender a la gente odiosa, apuradita o muy amable que pasa ordenando pan o dulces como si fueran jefes. Tengo la mínima esperanza de que si se puede cumplir lo de Betty: conocer un chico guapo.
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Editado: 03.10.2022