El final de este amor

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—¿Qué haces aquí? —trague saliva después de repasarlo y recordar el contraste del pasado y el presente.   

Se rasca con el dedo índice el tabique de su perfecta nariz.

—¿No ves? He venido a comprar el ultimo pedazo de torta… —hace una pausa al unir sus labios, luego sonríe dedicándome una mirada profunda—para ti.

 Bufo, rodando mis ojos. ¿Qué cree? ¿Que voy que caer en su trampa? Suelto una risa, que siga soñando.

—¿Sucede algo? —pregunta, haciéndose el desentendido —. Atiende bien a tu último cliente —se queja, sin dejar de sonreír. Maldito imbécil.

—Lo hiciera si no fueras tú —contesto, apretando mi mandíbula al unir mis dientes con fuerza.

—¿Qué diferencia tengo yo de los demás? —inquiere, alzando ambas cejas, interesado.

Caigo en cuenta que estoy siguiendo su juego y voy a perder. Me quedo muda pensando que respuesta dar sin que se le suba el ego.

—¿Por qué soy tu ex? —pregunta, acercándose un poco más de lo debido. Agradezco que la vitrina nos separe.

Por inercia doy un paso atrás. Me fijo en su cambio físico sin querer. Se ha dado un estirón increíble, apuesto a que mide 1.76 de altura, a lado de él soy una hormiga. Doy un recorrido rápido a su cuerpo: sus hombros están más anchos y sus brazos constan de más masa muscular, la camisa suelta que carga no me deja adivinar como esta su torso, pero con verlo de pies a cabeza sé qué hace ejercicio muy seguido. Puede convertir a cualquier chica inocente a una pervertida sin escrúpulos. Niall ha cambiado demasiado, lo peor es que yo me sigo viendo igual todos los mirables días.

 

Su mirada sigue sin despegarse de la mía. Tomo la mejor decisión de esquivarlo, aunque creo que no debería hacerlo. Mejor agarro el recipiente de plástico que está a un lado de la vitrina, saco el último pedazo de torta, lo ubico en el recipiente, le tiro chocolatada para que se humedezca y cierro el recipiente sin dejar de sentir que ese alguien me observa sin disimulo. Quiero matarlo.

Estiro mi brazo hacia él con el recipiente en mi mano. El bobo arruga su entrecejo, diciendo:

—¿Qué haces? ¿No escuchaste lo que te dije?

¿Qué me dijo?

—No, no sé a qué te refieres —no me estaba haciendo la loca, no sabía a qué se refería.

Resopla sin dejar la risilla a un lado.

—No has cambiado nada en ser despistada, Aubrey.

«No eres digno de decir mi nombre, sanguijuela».

—¿Disculpa? —me estoy mordiendo la lengua para no mandarlo al más allá. Le impedí que hablara al ver que entreabría sus labios —. Gracias por tu compra —hice ademán de estirar el brazo de nuevo con el recipiente.

Cruzó sus brazos sobre el pecho dando como resultado una postura más varonil. Maldición. Carraspeo como si me picara la garganta, ¿me va a dejar con la mano estirada? Deduzco que sí, mi paciencia se terminó, dejo el recipiente de mala manera sobre la vitrina.

—Te dije que iba a comprarlo para ti —reitera, dejando el dinero a lado del recipiente.

—No acepto regalos de desconocidos —suelto, sacándome el delantal, este se enreda en mi coleta. Que desgracia. Logro sacarlo con mis mejillas teñidas de un color carmesí.

—¿Desconocido? —chasquea su lengua, negando con su cabeza —. Puedo ser todo menos eso.

—No me vas a venir a joder de nuevo, Niall —respondí, mirándolo desafiante.

Sonrió, desató sus brazos cruzados y cogió el recipiente de plástico.

—Yo no vengo a joder tu vida, Aubrey… —destapa el recipiente, me percato que no le di la cuchara, no obstante, eso no es impedimento para él, ya que con sus dedos coge un trozo pequeño y se lo envía a la boca, manifestando un gemido de delicia. Me restriego los ojos como si tuviera sueño, la verdad es que no se ve mal haciendo tal acción. Dios, odio las hormonas femeninas. Pasa sus dedos embarrados de la chocolatada por su boca, me remuevo en mi lugar, incomoda. Él sonríe de una forma atrevida—. Me he propuesto un desafío en el cual tú serás mi principal y único objetivo —encoge sus hombros, mientras yo continúo procesando lo que ha dicho —. Ya sabes que me fascinan los desafíos, ¿no? ¿O no recuerdas como comenzó nuestra historia en el pasado?

Deja el recipiente de nuevo en la vitrina. No puedo moverme, me pican los ojos porque sus palabras solo me han vuelto a recordar todo lo que había guardado en un baúl con cadenas inquebrantables y varios candados. Nada sirvió, todo se ha roto y han vuelto los recuerdos no deseados.

—Fui sincero cuando te dije que el pedazo de torta es para ti —no puedo mirarlo, mi mirada esta fija en la vitrina recopilando sus últimas palabras —. Nos veremos pronto, dulce miel.

Se da la vuelta, alzo la mirada, topándome con su ancha espalda que en segundos desaparecen de mi visión. ¿Por qué me suceden estas cosas a mí?

—¿Se fue el fantasma? —la voz de mi madre me pone alerta, vuelvo a restregarme mis ojos con el fin de sacar las lágrimas que ya estaban dispuesta a recorrer mis mejillas.

—Si.

—¿Te hizo algo? —se acerca a mi sitio, enrollando sus brazos en mi cintura.

—No.

¿Cómo le explico que me removió todo lo que me costó superar?

—Tus respuestas me dan otra muy diferente —objeta, con un tono preocupado.

—No pensaba que lo volvería a ver —digo, siendo sincera.

—Recuerda que el mundo es pequeño, corazón —recalca lo que siempre me ha dicho.

Asiento, mordiendo mi labio inferior que ha comenzado a temblar. ¿Por qué me afecta tanto?

—Vamos a casa —sugiero, sin evitar agarrar el recipiente de la vitrina. Después de todo quería comerme ese pedazo de torta, sin embargo, con solo enviarme un trozo a la boca mi mente se dirige al momento en el que él hizo lo mismo. Odio mi mente.

—Vamos a casa —acepta mi madre.

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Al abrirse la puerta de la casa corro al sofá de la sala.




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