Al otro día los cuatro viajeros recorrieron la ciudad, era como las de la edad media que habían visto en las fotografías, grandes casas de piedra, catedrales inmensas, la principal la estaba arreglando para alguna festividad, por lo que había bastantes personas nuevas en el lugar, así no fue tan extraña su presencia allí.
Roth era el único que hablaba el idioma, por lo que preguntó cortésmente al dueño del hostal por eso, quien habló con él un buen rato.
— Mañana es el día de San Pedro y San Pablo, los festejos se centrarán en la iglesia, debemos ir también sino podrían sospechar de nosotros.
Tuvieron que pasar toda la mañana en las ceremonias, en la tarde fueron a caminar lejos de la ciudad, a tomar aire, los olores de la suciedad que recorría las calles era asfixiante.
— No sé porque todo esto se me hace muy conocido — dijo Wanda pensativa.
— ¿Qué cosa? — preguntó su compañera.
— Estamos en una ciudad llamada Hamelin, en Alemania, cerca del 1200, no puedo recordar, pero algo me da vueltas en la cabeza desde que llegamos.
— A no ser que pronto esto se llene de ratones no veo que pueda pasar de extraordinario — rió Leyna.
— Espera... tienes razón, estamos en la ciudad, pero no sé si será el momento de la historia. En la catedral no está el vitral que hicieron en conmemoración de lo ocurrido, por lo que debo suponer que sea lo que sea que pasó todavía no ocurre, o aconteció hace muy pocos años atrás. Pero no creo que debamos preguntar, para conservar las apariencias.
— No me dirás que crees en un cuento de hadas — preguntó escéptico el moreno.
— Se supone que por el año 1284 algo muy grave ocurrió, y en recuerdo de eso nació la historia del flautista, pero no logró recordar mucho más, mi madre era una enamorada de los cuentos de hadas, pero de la base que se ocultaba en ellos, averiguó mucho y de niña me contaba sus descubrimientos, pero ya no me acuerdo mucho sobre éste en particular.
— Estemos atentos, tal vez veamos que pasó en realidad — dijo entre broma y serio Roth.
— Están locos, es solo un cuento para niños, debemos centrarnos en la principal, como volver a casa — exclamo molesto Hermann.
— No podemos hacer nada con desesperarnos, un poco de distracción nos vendrá bien —respondió el hombre rubio — además escuche que todas las historias están inspirados en algo ¿Qué pudo ser tan grave para que un grupo tan grande de niños desapareciera justo esta noche?
Esa noche salieron a mirar por los alrededores, se pusieron audífonos y los lentes de visión nocturna, hasta medianoche nada ocurrió, cuando ya se dormían, en las afueras de la ciudad, vieron en una montaña una gran iluminación de una caverna que se formó, y de allí un ser con formas muy raras, de colores, que parecía un artista de circo, cubierto con una armadura, llego cerca de la ciudad y empezó a tocar una flauta al acercarse al poblado, los adultos se sintieron extraños, como embobados, vieron como todos los niños entre 2 y 4 años salieron de sus casas hacia donde estaba el musico, pero ninguno de los padres intentó detenerlos.
— Entonces es verdad, un flautista se llevó a los niños — dijo el más escéptico del grupo.
— Mira cómo se mueve, es muy tieso, mecánico diría yo — acotó Leyna.
— ¿Un androide?
— Puede ser, además la forma como se abrió esa "cueva" de donde salió, me recuerda a una compuerta — Hermann miró para la ciudad — ¿Por qué los adultos no hacen nada? — se quitó uno de los audífonos, inmediatamente sintió que su voluntad se iba — no se quiten los audífonos, nos protegen, el sonido no te deja moverte.
Los cuatro corrieron tras de los pequeños, logrando entrar justo luego del músico que iba al final de los aproximadamente 130 pequeños, cuando todos estuvieron dentro de la luz la puerta o lo que fuera se cerró. En ese momentos los padres recién pudieron moverse, se acercaron al monte, algunos golpearon desesperados el lugar, otros temerosos se santiguándose, decían que el demonio se los había llevado, otros que fue un ángel, y se los llevó al paraíso por ser inocentes, todos se culpaban por no haberlos detenido.
Los viajeros del futuro, cuando ya la luminosidad bajo, siguieron a los niños por un pasillo metálico, cuando salieron del túnel vieron un lugar increíble, era como la Tierra pero con edificios tomados por la naturaleza, solo algunos quedaban sin los invasores verdes, en el que estaban ellos era de los pocos despejados.
Estaba esperándolos un ser amorfo, sentado en una especie de trono, de forma humanoide, pero sin cabello ni dientes, sus ojos eran pequeños, en su mano había solo cuatro dedos, bastante pequeños y anchos, su cuerpo era grueso y bajo, daba la impresión de ser una especie de duende.
Cuando los infantes salieron del trance en que los tuvo la música lloraban por sus padres. Varios seres autómatas se acercaron y se hicieron cargo de los más pequeños, los grandes fueron agrupados y uno de esos seres artificiales se los llevó a los cuartos preparados para ellos.
Los adultos miraban todo asombrados, especialmente al dueño del lugar.
— Vaya, no pensé que alguno de los padres seguirían a sus hijos. El sonido debía evitar que sus centros motores pudieran dejarlos moverse — dijo con voz chillona el del trono.
— No son nuestros niños. Estábamos allí de visita solamente ¿Quién es usted? ¿En qué planeta estamos? No creo que pueda ser nuestro mundo.
— No son de esa época ¿Quiénes son ustedes? — preguntó el pequeño humanoide, luego de mirarlos con ojo clínico, hablan de otros mundos pensó — son viajeros en el tiempo.
Los cuatro se sintieron más escrutados, lo que los puso incómodos, al final el ser les sonrió con esa boca sin dientes.
— Deben ser los miembros de la expedición perdida, es el único grupo que viajó que yo sepa, se pensó que se perdieron en el espacio-tiempo. Por su culpa nos costó tanto lograr esta misión.