En estaciones de tren abandonadas, en parques donde los niños juegan solos, en las frecuencias muertas de radios nocturnas… la flauta vuelve a sonar. Breve. Lejana. Pero inconfundible.
Y cada cierto tiempo, alguien desaparece. No sin dejar rastro, no. Dejan dibujos, partituras, canciones inconclusas… y ojos vacíos mirando hacia lo imposible.
El Flautista no ha terminado.
No busca sólo a los niños.
Busca resonancia.
Busca memoria.
Busca… recuerdo.
Y algún día, cuando la melodía esté completa y el último acorde suene… todos bailaremos. Y nadie podrá parar.
Porque no hay puerta que pueda cerrarse…
cuando la llave está en la canción.
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