¿En qué instante dejaste de navegar
y empezaste a sobrevivir?
Tu cuerpo avanza porque la corriente lo arrastra,
pero tu mente se queda atrás, exhausta.
Las emociones se pegan a tu piel
como sal que arde.
Y las dudas te suben por la garganta,
como una marea que no deja respirar.
Tu mente se volvió un océano oscuro.
Navegas sin saber nadar.
Y tus pensamientos —afilados, constantes—
se transforman en una marea lenta
que te arrastra hacia adentro,
sin ruido,
sin tregua.
Te hundes.
Como si tú mismo giraras el timón
hacia el ojo del huracán.
No creo que haya nada más peligroso
que estar solo
en tu propia mente,
en el fondo de tu océano.
Y aun así,
atrapado en un barco
a la deriva de una tormenta interminable,
incluso con la posibilidad permanente
de un final traumático...
Sigues resistiendo.
¿Qué te mantiene respirando
cuando hasta tus pulmones
aprendieron a amar
el agua que los ahoga?