El grupo se había preparado para comenzar su travesía, misma donde debían hacer algo tan sencillo como seguir las ordenes de Arctos, con el fin de hallar el camino que conducía a la morada del devorador.
—¿Están seguros de que ahí continúa el camino? —preguntó Katashi al ver que el perro se dirigía a un frondoso bosque.
—¿Tienes una mejor idea?
Katashi solo pudo tragarse su miedo y prepararse para lo que pudiera ocultarse en ese bosque, pero aquel temor desapareció cuando los agujeros en las copas de los árboles, con ayuda de los rayos solares y las hojas coloreando el suelo, ofrecieron un ambiente hermoso, cosa que llevaba a Akira a preguntarse por qué jamás se le ocurrió visitar ese bosque, por qué permitió que sus temores casi la convirtieran en una ermitaña. Si ese oso jamás hubiera llegado a su casa, ¿alguna vez hubiera pisado ese lugar?
Justo al medio día, la mujer pidió que el recorrido tuviera una pausa, pues se sentía agotada y con hambre.
—¿Qué les parece si hacemos una pausa para comer?
—Por supuesto —respondió Katashi.
—¿Comes? —le preguntó Akira a Arctos.
—No lo sé, pero me encantaría probar uno de esos emparedados.
La mujer decidió darle el sándwich al oso, pero se dio cuenta de que no era de su gusto gracias a un par de razones. No sólo carecía de sistema digestivo, también tenía dificultad para llevarse un bocado a su interior relleno de algodón.
—Si quieres, puedo ayudarte —añadió Katashi.
—Descuiden, ya lo estoy logrando —dijo Arctos, quien quiso meterlo de golpe a su boca, cosa que embarró su tierno hocico—. Oh no...
Katashi y su madre contuvieron la risa por la situación, mientras Arctos pedía que la tierra se lo tragara. Intentando olvidar aquella vergüenza, decidió buscar un arroyo para limpiarse, así como algún lugar donde la luz del sol lo ayudara a secarse. No obstante, luego de que el pequeño oso de peluche hallara lo que buscaba, escuchó ruidos entre los arbustos, y trató de ocultarse de lo que saliera de ahí.
—¿Qué será eso?
El oso intentó alejarse sin hacer ruido, cosa que no sirvió, pues terminó siendo raptado por una misteriosa figura, mientras Katashi y su mamá, en compañía del pequeño perro, seguían esperando. El joven agitaba una vara para jugar con el cachorro, a la par que Akira se sumergía en sus recuerdos, hasta que su hijo la interrumpió con una pregunta.
—¿Mi padre hacía este tipo de cosas?
—¿Qué? —dijo Akira, pues la ruptura del silencio la asustó.
—Pregunto si mi papá realizaba este tipo de viajes.
—Bueno, he de suponer que sí, pero no sé específicamente a dónde iba.
—¿Y cómo era mi padre? —continuó el interrogatorio del joven.
Akira volvía a sentir tensión, pues sabía que sus respuestas no eran exactas, pero también sabía que su hijo no dejaría de preguntar, así que decidió ser un poco más específica.
—Ya lo sabes, tu padre fue…
—Un guerrero que se alejó para protegernos de la codicia de otros —dijo Katashi, mostrando cansancio por escuchar esa misma respuesta.
—Un guerrero que solía viajar y luchar contra toda clase de adversarios, hasta que me conoció, dejando ver su carácter amable. Me atrevo a decir que su bondad contrastaba con su enorme físico.
—¿Y realmente mi papá nos quería o no? —dijo el joven, manteniendo tranquilidad, pese a la desesperación en su interior.
—¿Cómo puedes decir eso? Tu padre jamás haría algo así, él debe estar…
—¿Dónde?
—No lo sé —respondió Akira, tratando de contener el llanto.
Cuando vio esos púrpuras ojos tratando de retener las lágrimas, el joven se dio cuenta de lo que hizo, así que trató de enmendar las cosas, pero justo cuando iba a hablar, ambos escucharon un grito. Deduciendo que Arctos estaba en peligro, Katashi y su madre corrieron para descubrir la presencia de criaturas extrañas. Había esqueletos enanos con capuchas y con máscaras de cerdo, armados con pequeñas espadas de madera.
Atado a una de sus lanzas, Arctos seguía gritando. Tras ver lo sucedido, Akira usó el truco de arrojar una piedra para distraer a los enanos, pero las cosas no salieron según lo pensado, pues los enanos comenzaron a correr y gritar con locura, al punto de golpearse los unos a los otros.
En vista de las circunstancias, Katashi y Akira corrieron para liberar a Arctos y enfrentarse a los enanos, cosa que no fue complicada, pues ellos mostraban torpeza y poco ingenio en el combate al golpear a sus rivales con esas pequeñas espadas de madera. Algunos huían, otros saltaban contra la mujer y su hijo, mas otros tuvieron la mala suerte de ser arrojados con efímeras patadas.
En respuesta, los enanos restantes pulverizaron sus huesos para formar una nube, dando lugar a un guerrero de aspecto lúgubre, pues sus oscuros huesos liberaban polvo similar al carbón, mientras sus ojos y parte de su armadura parecían arder cual hoguera. El contraste era notorio, pero el valor a enfrentarlo prevaleció.
Katashi desenvainó su espada para atacar, pero justo cuando iba a dar el primer golpe, el esqueleto desenvainó su arma candente, logrando rebanar el arma del joven en cuestión de segundos. El chico quedó paralizado, así que Akira lo tomó de las prendas, evitando que el esqueleto lo hiriera.
—Katashi, hijo, ¿estás bien?
—Cielo santo.
—¿Qué le ha pasado?
—La mirada de ese esqueleto es capaz de paralizar a sus víctimas —respondió Arctos, notando que los ojos de Katashi lucían anaranjados como la armadura del esqueleto.
—¿Y qué podemos hacer?
La conversación fue interrumpida cuando el esqueleto, con un grito aterrador, hizo que emergieran más enanos. Ya no sólo tenían simples espadas de madera, también llevaban resorteras, porras, lanzas y distintas armas que, a pesar de lucir rústicas, los enanos sabían cómo usarlas. Por su parte, al equipo no le quedó más opción que escapar.
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Editado: 20.12.2024