Mientras todos esperaban el despertar de Katashi, él se encontraba en una dimensión onírica y apagada, pues no había más que neblina y ruinas de lo que parecían chozas. Desde luego, dichos lugares estaban vacíos, no había ni siquiera un fantasma, solo brillantes partículas volando por la zona.
Sin embargo, una luces comenzaron a bailar alrededor del joven caballero para después esfumarse. El instinto le dijo a Katashi que siguiera esas luces, hasta que llegó a una zona donde podía escuchar cómo pisaba un eterno charco de agua.
Las luciérnagas continuaron volando por la zona, así que el chico las siguió hasta llegar a un elemento que rompía con el vacío del lugar, una pequeña isla adornada con un árbol marchito. Justo cuando el chico se acercó, otra figura viviente hizo acto de presencia, el soldado al que Katashi enfrentó en todas sus lecciones.
—Te estaba esperando —fue como se presentó el espíritu, quien tenía una apariencia más fácil de apreciar, ya no con un brillo azul que lo hacía irreconocible, sino un aspecto más definido, con armadura negra y una dorada máscara de lobo.
—¿Usted es…?
— Sí, aquel guerrero que ha vigilado tus pasos y te ha ayudado a obtener fuerza y habilidad. Soy un ancestro tuyo, tu antecesor, el mismo que forjó esa espada que ahora te pertenece.
—¿Qué?
—Entiendo tu sorpresa, pero las explicaciones vendrán ahora mismo.
—¿Qué es este sitio? ¿Dónde estamos?
—Estamos en mis memorias, en los restos de la era a la que pertenecí. Recuerdo que este fue el lugar donde nací, crecí y morí, pero que también tuve que abandonar para cumplir mi propósito, el cual ahora ha pasado a ti.
—Ya veo, pero, ese monstruo es más poderoso que yo, y tampoco sé cómo manejar ese fuego, es prácticamente desconocido para mí y para los que apenas saben de la existencia de esto.
—No para mí —dijo el samurái, poniendo su mano en el hombro de Katashi—. Niño mío, conozco muy bien ese miedo e inseguridad, pero no debes dejar que sus tinieblas te conviertan en su cena. Así como el fuego de una antorcha es capaz de alumbrar entre las sombras de una cueva, nuestra llama sagrada tiene el poder de disipar la oscuridad de los demonios. Por lo tanto, ruego que avives ese fuego que duerme en ti, haz que su poder resuene y llegue hasta la brillante luna azul que nos acompaña en las noches.
—Haré lo que esté en mis manos, y trataré de mantener este legado —dijo Katashi, tras haber quedado conmovido por lo que ese espíritu le dijo.
—Déjame recordarte una cosa, la espada solo amplifica lo que ya existe. Incluso si supieras cómo luchar, no sirve de nada si no tienes un movito para pelear, una razón por la cual uses este fuego purificador —fueron las líneas del samurái.
—Ya veo, solo que…
—Todos tienen un motivo en la vida, algo que los lleva a cometer el bien o el mal —insistió el soldado, quien después fue a sentarse cerca del árbol en medio del lugar.
Tras un rato invadido por el silencio, el chico quedó de pie, pensando en las lecciones de los otros espíritus, así como las veces que su madre y sus amigos lo ayudaron a resultar victorioso en esas lecciones. Sin embargo, esa ocasión era diferente, pues así como se encontraba solo, debía salir de esa prueba solo, hasta que algo hizo clic en su mente, el recuerdo del profesor con el que le encantaba platicar. Quizás ese recuerdo podía brindarle su respuesta.
—No desanimes ni te canses de hacer el bien, esfuérzate y sé valiente —eran las líneas del señor J, resonando en la mente de Katashi.
—Lo sé, pero, siento que estoy dando demasiado de mí —fue la respuesta que el chico recordó haber entablado.
—¿Qué cosa dices? Claro que estás dando lo que puedes, y eso es lo que importa, tu disposición para cumplir lo que se te ha encomendado.
—Sí, es solo que… —había continuado el muchacho, pero un nudo en la garganta le impidió seguir su plática, hasta que aquel profesor se acercó para consolarlo.
—Entiendo el sabor de esa copa de sufrimiento, y sé de tu arduo trabajo y paciencia. No te rindas ni desfallezcas, pero tampoco te afanes. Actúa de acuerdo con los ideales que he compartido contigo, no te apartes de ellos y así tendrás éxito todo lo que te propongas.
—Gracias por todo —dijo Katashi, tras un breve momento de reflexión.
—Sabes que siempre puedes contar conmigo. Yo estoy contigo hasta el fin del mundo.
Más memorias se manifestaron en Katashi, no sólo de esos sermones y reflexiones, también de momentos que pasó con su madre y sus amigos, de las vivencias y triunfos que experimentó con ellos. Katashi pudo apreciar el camino que recorrió mucho antes de comenzar aquella aventura, y también logró ver los frutos de ello.
Finalizada la secuencia de sus memorias y alegrías, Katashi abrió los ojos, y se encontró sentado frente al samurái, quien esperaba el primer movimiento de su estudiante.
—Por fin despertaste.
—¿Eh?
—No te preocupes, solo tengo una pregunta, ¿comprendes lo que te dije anteriormente?
—Con todo mi ser —respondió el caballero ancestral, poniéndose de pie con suma firmeza y determinación—. Sé con totalidad lo que debo hacer.
—Perfecto —comentó el samurai—. No dejes de luchar por los nuestros ni dudes de tu habilidad.
—Eso haré, no importa cuánto sacrifique de m.
—Ahora que sabes la verdad, es momento de pasar a lo que hemos venido —continuó el samurái, desenvainando su espada—. Prepara tu espada, y aviva tu espíritu.
Katashi sacó su espada, misma que brilló y ardió cual zarza, en señal de que esa lección se enfocaría en aprender el uso de la llama sagrada. La parte inferior de la muñeca izquierda del chico también liberó un brillo, formando así su escudo, el brillante rostro de un lobo.
—Para mantener activo ese escudo, mantén tu mano izquierda hecha un puño, y úsalo para protegerte y generar una llamarada capaz de aturdir a tus enemigos.
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Editado: 20.12.2024