Margarita hablaba de algo que no lograba entender, era de peinados o algo de maquillaje. Lo había mezclado todo y mi cabeza explotaría, era nuestra hora libre, y estábamos sentadas junto a los demás, yo mordía mi manzana. Miraba la hoja que nos habían dado en la última clase, inscripción para las universidades, en las cuales pedía que detallaremos nuestras habilidades, metas, miedos y lo que deseábamos hacer, pedía al menos cinco carreras que nos interesaba. Yo no tenía en mente ninguna.
—¿Sales con Ricci?
La pregunta me sorprendió y a todos en la mesa se quedaron callados esperando mi respuesta ante la pregunta indiscreta de Zec
—No, solo es por el ensayo
—Lo sacaron del equipo de futbol
—Solo es por un mes
—Así que sabes él
—Si
—Sophie, ten cuidado, él es el casanova del lugar
—Okay —Hable tranquila—Tranquilo Zec sé cuidarme bien
—Ahí viene —Alce una ceja
—Te estaba buscando —Miré detrás de mí a Damián —¿Vienes? Quiero que me acompañes
—¿A dónde?
—Vamos —Tomé mis cosas y lo seguí
—Los veo después —Caminé detrás de él —¿A dónde vamos?
—Es mi hora libre
—Si
—No quiero estar solo —Lo miré
—Vaya gracias —Me miro y negó
—Lo que quiero decir es que estaría aquí
Salimos a las gradas de la cancha de futbol, el equipo entrenaba, bajamos hasta sentarnos por la mitad, el entrenador les daba indicaciones, se sentó y me miro, lo imité sentándome a su lado.
—Vaya, pensé que el su capitán sería el hijo de la profesora de lenguaje
Lo mire, estaba enojado, cuando mire a donde miraba Lorenzo se le estaba burlando de él, a veces podía comportarse como un idiota, mire sus manos, sus nudillos estaban blancos.
—Si sabía que pagando podía conseguir el puesto, le hubiera dicho a mi padre que lo hiciera hace mucho —Vi sus intenciones, así que hice lo único que sabía que lo mantendría sentado, me senté encima de él mirándolo, él se sorprendió
—Hace un buen sol, ¿no lo crees? —Sonreí —No me había fijado que tienes unos lindos ojos, además tus ojeras no se te ven mal, cualquiera que no te conociera, pensaría que eres el chico dañado, eso debe ayudarte mucho
Me miro perplejo, confundido, peine con mis dedos, su cabello negro mientras él arrugaba la frente de una manera graciosa, estaba tan cerca de él, a centímetro de esos labios carnosos, no era feo. Sus ojos eran cómo dos perlas ámbares llamando a la tentación.
—¿Qué haces?
—Evito que te metas en problemas, créeme cuando te digo que no le durara el puesto, así que relájate y respira
—Ese es mi puesto
—Lo sé —Lo tomé por ambos lados de su cara, sus labios sobresalieron por aquella acción —Y lo tendrás de nuevo entendiste —Sonrió
—Que me olvide de la situación lo has logrado, pero no de la manera en la que tú crees —Lo mire, sentí el matiz rojo cubrir mi cara
—Yo tengo la culpa —Iba a levantarme cuando me tomo de la cintura
—Si no me he quejado —Sonrió de lado
—Pero yo si
—Quieres que te diga algo Sophie —Lo mire —No soy tan estúpido como esos niños con los que has salido —Alce una ceja —No necesito verte con una minifalda para saber que podría terminar babeando como tú cuando ves mi auto
—Pues necesitas lentes, o un golpe del balón te ha dejado bruto
—Pues créeme, estoy muy cuerdo, y no he recibido tantos golpes —Sonrió —¿Por qué no me crees?
—Porque, porque…, porque necesitas anteojos —Se rio
—Vamos, ya mismo sonará la campana y no queras llegar tarde
Regresamos al edificio tomados de la mano, me zafé alegando que no podía perderme.
—Te veré en la salida
—¿Cómo te fue en tu prueba?
—Saqué un sobresaliente —Sonreí —Te veré después
—Adiós, Ricci
—Adiós, Sophie
Alejandro fue a recogerme a la salida, pasamos a una heladería donde me compro un helado, mientras lo comíamos sentados en una de las mesas del lugar, empecé a indagar de su vida, Alejandro estudiaba en New York, venía de vacaciones, ósea mi cumpleaños, pero esta vez llegamos antes.
—Bueno, creo que debo decírtelo después de todo esto, también te concierne, yo deje de estudiar administración —Lo mire —Y decidí que seré doctor
—¿En serio? Que bien Ale, estoy muy feliz por ti
—¿No estas enojadas?
—No
—Yo…
—Eres mi hermano y estoy feliz por ti Ale, nada cambiará eso
—Tal vez papá se quede sin alguien que maneje la empresa —Sonreí
—Tal vez
Estaba haciendo mi tarea cuando mi celular sonó, era un número desconocido, lo tome.
—Chica de la biblioteca —Miré el celular
—Chico de la biblioteca
—Yo quería saber qué harás este sábado
—Yo pensaba quedarme en casa
—Bueno, por si no lo sabes, hay una exposición de ruinas de Egipto en el centro de la ciudad, pensé y supuse que te gustaría asistir
—Yo no lo sé, debo preguntarlo a mis padres
—Es de dos a seis —Miré mi horario
—Yo debo ordenar algo, pero si me decido yo te mando un mensaje a este número
—Bien chica de la biblioteca, nos vemos, esperaré tu mensaje —Colgué
Si quería ir, me gustaban las ruinas y eso, la historia me parecía fantástica, pero debía adelantar mis clases con Damián y preguntarles a mis padres.
Mi papá no hablaba mucho en las mañanas, si yo tenía mal humor los domingos, él toda la semana, eso sí, el domingo era uno de los primeros de pie, ¿cómo? No sé.
—Yo quería saber si el sábado podría ir a la exposición sobre Egipto
—¿Con Damián?
—No
—¿Con quién? —Pregunto mi padre
—Con un chico que conocí en la librería, estudia en San Mauricio —El periódico desapareció
—¿Cómo se llama?
—Alberto
—¿Qué?