El Gales

Capitulo 1

Nací en Rawson, capital de la provincia de Chubut, Argentina. Mi infancia fue dura al inicio, mi madre tuvo que tener dos trabajo para que pudiera tener la oportunidad de terminar mis estudios, obtuve excelentes calificaciones y sobre todo una oportunidad que me permitiera forjar un futuro prometedor, pero casi como un inevitable destino de la vida, mi padre excombatientes de Malvinas, salió de la cárcel y vino a verme a mi casa natal, donde tuvimos una larga charla que se alargaba con cada lata de cerveza Patagonia que abríamos y bebíamos.

—Yo tuve la oportunidad de ir al puto infierno varias veces, muchacho.

Mi padre Arturo, ya estaba hablando un poco alegre, siguió diciendo con un característico tono de voz grueso e invasivo:

—Sujeté tres tipos de revólveres distintos sobre mi cabeza y en las tres veces cuando estuve a punto de disparar, se me venían a la mente tu nombre y tu rostro. —Hizo una pausa, seguida de un movimiento con la mano un poco indescriptible —entonces decía en ese momento: “Carajo, tengo un muchacho que me necesita y yo tengo la llave del dinero”.

Pregunte, aun sospechando la respuesta:

—¿Cual es la llave?

Arturo se puso de pie y parecía un gigante en la sala, la barba colorada, le goteo cerveza cuando dijo su respuesta:

—La venta de armas.

Negué con la cabeza, dejé la lata vacía sobre la mesa ratonera y dije con voz cansada y algo decepcionada:

—Me voy a dormir, padre.

Durante los días siguientes nadie tocó el tema, yo seguí estudiando y trabajando como de costumbre. La casa natal, que había heredado de mi difunta madre Marta Jones, se caía a pedazos, tuve que gastar parte de mis ahorros en arreglar las viejas instalaciones de luz, sellar goteras, cambiar las paredes dañadas y sin embargo la casa tenía un aspecto decadente. El jardín que recordaba de mi infancia era de pasto verde, flores coloridas y repleto de juegos como una hamaca o un sube y baja. Ahora solo quedaban las ruinas de esos juegos, las flores murieron y el pasto desapareció para dar lugar a una base de tierra dura. El ovejero Aleman, que había sido la mascota de mi madre,enfermo en un largo invierno, era viejo y pese a la gran cantidad de tratamientos que pague para intentar salvarlo, no fueron suficientes, aun recuerdo esa noche que pasé junto al animal, abrasados en el baño de la casa, para evitar que sufra lo sacrifique yo mismo, luego lo enterré en el jardín. Fueron días solitarios, oscuros donde me plantee la idea de dejarlo todo, pero como luna en la noche, llegó a mi vida Antonela Santillar, mujer de imponente rostro, ojos grises y cabello negro. Ella me ayudó a superar mis miedos, cuido de mí como un niño, hasta que volví a salir adelante retomando los estudios y el trabajo. Fui a su casa para contarle que mi padre había conseguido la libertad, hablamos de Arturo durante mucho tiempo, ella estaba al tanto de quién era él a profundidad.

—Debes tener cuidado —dijo Antonela, —hombres como Arturo Jones, solo piensan en sí mismos.

—Tienes razón, como es habitual. —conteste con una sonrisa de burla. —No por nada lo llamaban el Diablo Rojo.

Se había ganado ese apodo en los tiempos de la dictadura, Arturo, bajo el respaldo militar vendía armas a los pueblos mapuches para que hagan “Malones” en territorio Chileno, años antes de la guerra de Malvinas.

—El diablo tiene muchos rostros —dijo Antonela.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo dijo el profesor esta mañana, —me dio un ligero golpe en la cabeza —a veces no se en donde tienes esa cabecita.

—¿Y en qué más crees que puedo pensar?

Le acerque el rostro para intentar besarla pero puso su mano entre ambos, luego me dijo en voz baja:

—Hoy no, mis padres están en la casa.

Yo solo quería besarla, sin embargo no se lo dije. 

Luego cuando ya estaba apunto de irme, los padres de Antonela, muy amablemente me invitaron a comer esa noche y acepté. Aquella casa nunca dejo de sorprenderme, se trataba de una enorme e imponente arquitectura minimalista, con ventanales rectangulares, tres pisos, paredes blancas, lujosos picaportes que brillaban en pasillos vacíos, por alguna razón me sentí como un intruso en la casa, metí no sé qué excusa para irme pronto de allí, Antonela no estaba muy contenta sin embargo me fui rápidamente.

Regrese con lentitud a mi hogar, una tormenta se formó en el cielo nocturno, de pie junto a la deteriorada puerta de madera, un relámpago iluminó mi ingreso, mi padre, sentado en el sillón, se estaba terminando un cigarrillo, me miro y murmuro con voz deteriorada:

—En media hora me voy a ver con viejos colegas, en mi bolsillo está la llave de un cargamento de armas viejas, no muy lejos de aquí. ¿Qué dices? ¿Te apuntas?

 



#9849 en Otros
#1575 en Acción
#15947 en Novela romántica

En el texto hay: mafia, disparos, mafia amor armas

Editado: 01.06.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.