El gato de ojos esmeraldas

EL GATO DE OJOS ESMERALDAS

Sórdido y hueco, un sonido polvoso y viejo que resonaba por toda la habitación, el piso amaderado,
probablemente un roble, yacía difuminado desde el centro, como una habitación que solo es iluminada
en la madrugada, al igual que un holograma, era imposible divisar una pared, se trataba de ese tipo de
cosas que avanzan cuando lo haces, sin poder tocarlas. El piano en llamas, el parabrisas fragmentado,
el rechinar de los neumáticos y los truenos de una tormenta, parecen sumergirse en las profundidades,
quedando ciegos y mudos ante mis sentidos.

El pequeño papel que reposa en la cama luce descuidado, y de entre la pulcra blancura de las sábanas
destaca su incesante alarma roja, tal cual las teclas de un piano olvidado en las memorias; un silbido
familiar comienza, y de pronto, otra vez, diviso dos faros sobre la carretera, ¿por qué me muevo? Claro,
estoy corriendo, sigo corriendo. Las llamas se alzan, crecen y finalmente se apaciguan sobre la casa.
Como las alas de un cuervo

Frío, el aire gélido se cuela por la ventana, las cortinas blancuzcas y suaves se mecen con serenidad
sobre el marco, mi mano se inclina al taburete conjunto y acaricia el ramo de crisantemos y equinoccios,
miro al frente, suelto un suspiro y finalmente sonrío con desdén, de nuevo, ese sueño se hizo presente.
El golpeteo del agua en la bañera resuena con frialdad, el cielo celeste se inclina en sombra y me avisa
la próxima entrada del sol, mi cabeza da vueltas, y ante el espejo, una cara demacrada y ojerosa se
presenta ante mí.

Madre, como un éxtasis, pintura neón se extendía por todo el cuarto, el reluciente piso blanquecino se
manchaba de ilusión y a lo lejos, veía el carrusel, girando, plumas flotando y pequeños pañuelos de satín
deslizándose sobre la humedad en mis pies.

Agua, mucha agua, demasiada agua, mi cuerpo sumergido era igual que la sempiterna sensación de una
sonrisa cálida, de un reparo al pasado, como si el fuego no pudiera alcanzar mis pestañas, como si no
pudiera tocar mis dedos.

Al abrir la puerta, ahí estaba, un rojo intenso se posaba en sus labios, su nariz respingada y ojos rasgados
le daban la apariencia de una mujer sofisticada; si no fuera por sus ropas y el vulgar tono de su vida, solo
quizá, papá y yo no hubiéramos renunciado a su compañía; incluso diez años después, la imagen de su
falda amarilla debajo de la rodilla, su playera blanca y holgada fajada en su cintura, el moño que recogía
solo la mitad de su cabello, y el pequeño pastelillo que reposaba en mis manos, observando su
abandono; fue un golpe de nostalgia y dolor.

Pero…a diferencia de hace cinco años en su visita de octubre, esta vez, el dolor solo fue como un
fragmento que se unía a un vidrio en reparación, como una tarea que debes sincronizar para completar
un logro, tal como un videojuego. Quizá era de esa forma, estaba en juego del cual no sabía tres cosas,
cuantos niveles son, cual es la dificultad y…por último, que se supone que debo encontrar.

Mi padre, como siempre, se quedaba inmóvil, y aunque intentaba negarlo, sabía que aún existía un tierno
amor entre ambos, sin embargo, las acciones que toman los humanos son irreversibles y volubles al
tiempo; y es que, mi madre me había abandonado en un parque de diversiones, la excusa perfecta para
huir con su amante no fue más grave puesto que aquel día las autoridades me llevaron hasta mi padre
después del trabajo, y bueno…madre, ella no apareció.

Después de eso, me convencí de que podía vivir de esa manera y no exigir mayores oportunidades, pero,
constantemente, miraba al cielo y me preguntaba que era lo que tenía que hacer o demostrar, durante
mucho tiempo trabajé incansablemente, no me queje y trate de hacer lo mejor que podía, pero…
¿Porqué yo era el único que no avanzaba?

Ese día, con lagrimas en los ojos, un cuerpo vacío, de rodillas ante la luz nocturna y el frío aire
abrazándome, rogué por una oportunidad, por una respuesta, quería…yo quería…que la vida fuera un
poco más fácil.

Los frascos en el escritorio del médico me instaban a admirarlos, colores tan extravagantes como sus
formas se asomaban sin discreción, y yo, como un curioso por naturaleza, no tuve más remedio que
observarlas, de pronto, la pequeña casa en el prado se alejaba más y más, su cuerpo blanco y techo
rojizo la hacían destacar por sobre la multitud de flores, y prontamente cerraba mis ojos, para finalmente
encontrarme con un olor familiar.

Sal…arena, agua; el océano, el gigantesco océano estaba ante mi, la espuma pasiva que se arrastra
sobre mis pies se esconde ante mi presencia y regresa a la calidez de sus aguas, y siento comodidad, mi
cabeza descansa en la arena, en una almohada, la luz entra por la ventana y desaparece con la espuma
del mar, el ruido del oleaje tranquiliza mis latidos que son capaces de traspasar las sabanas, como una
ambigüedad entre lo austero y lo moderno, lo confortable y lo libre.

La oficina, ha estado deshabilitada por tres meses, no habían encontrado alguien que reparara el gran
piano que inundaba la habitación, era imposible tirarlo puesto a su significado, sin embargo, nadie se
atrevía a tocarlo, como una estrella lejana que es hermosa pero imposible de alcanzar.

Era el quinto poste en el que parábamos al final del día, la cinta se acabo y también mi paciencia, no
creía que encontrar a Odi fuera una posibilidad, dadas las condiciones, quizá ya estaría muerto o en
algún otro hogar, ese peculiar gato negro de ojos esmeraldas me recordaba muchas cosas, quizá era por
eso que nunca lo toque, ni siquiera lo alimentaba, sentía su mirada, juzgándome y ocultando un secreto,
un mensaje que no era capaz de entender, tal vez, esos ojos, esos peculiares ojos eran la respuesta.



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En el texto hay: surreal, ficción amor, sueños de

Editado: 16.07.2024

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