El gato negro

Capítulo 4: Un regalo

Me coloqué la primera ropa que encontré en mi armario, un suéter vinotinto y unos pantalones de lana azul oscuro y unas botas negras, no era el mejor outfit pero no podía permitirme escoger otra ropa, el tiempo no me alcanzaba. Siempre me tocaba madrugar temprano para alcanzar llegar a tiempo a la universidad, sin siquiera desayunar tenía que irme, con la maleta colgando de un hombro y con trabajos en las manos salgo de la casa, tengo que ir a la estación, tendría que estar allí a las cinco pero ya son las cinco pasadas, me tomaría diez minutos llegar a la estación, entonces salgo corriendo para así tomar la mitad del tiempo, al llegar paso la tarjeta que ya tenía lista en la mano para poder entrar en la estación y voy directo a la parada, tengo que esperar la ruta B1 para poder bajarme en otra estación, al llegar me hago al final del enorme grupo de personas que también están esperando la misma ruta. Ahora son las cinco y quince minutos, un autobús llega y toda la gente empieza a empujar, está vacío y eso para muchos implica que aquí se acaban los modales, todo mundo se convierte en un grupo de vacas entrando en un corral.  

—¡Me están jalando el cabello! —grito poniendo mi voz aguda, una señora que tenía a mi lado se asustó y se apartó un poco, odiaba cuando la gente hacia eso, por eso en muchas ocasiones me colocaba el cabello hacia adelante. 

Entre empujones y jalones de cabello logré entrar al autobús, me quedé de pie. Espero unos veinte minutos hasta la siguiente parada, en esta está más vacía y puedo esperar con más tranquilidad, me voy sentada, lo que es un gran alivio porque son casi treinta minutos. Siempre tengo que hacer transbordos para poder llegar a la universidad, mirando la hora me doy cuenta que llegaré tarde por unos cuantos minutos, odio llegar tarde a cualquier lugar, siempre he sido una persona muy puntual y es algo que me molesta. Al bajarme del autobús salgo de la estación y voy corriendo hasta la universidad, la primera clase del día es importante y no puedo llegar tarde. Por suerte al llegar a la universidad todavía esta abierto, mi campus queda un poco lejos de la entrada, la universidad tiene un jardín delantero con varios árboles y pequeños arbustos con flores coloridas, hay varios universitarios en el estacionamiento, muchos de ellos esperan su demás compañeros. Observo si veo el auto de Damián pero no está, él a veces llega tarde. Sigo corriendo, mi facultad queda un poco lejos, muchos universitarios están por ahí, esquivo a muchos y empiezo a dar largas zancadas, al ver la entrada de mi facultad acelero los pasos, al pasar el umbral del edificio miro desde lejos mi salón, no hay nadie afuera. Nunca he llegado tarde a una clase, supongo que hoy iba a ser mi primer día, al llegar a la entrada de la puerta una persona me llamó la atención, en el pasillo al frente de la puerta en la otra pared, contra esta, hay un chico, la sorpresa me ataco en cuestión de segundos, mi cabeza se inclino hacia la izquierda, el muchacho también la inclinó con una perspicaz curiosidad, su cabello negro quedó colgando a un lado, lo tenia largo pero no lo suficiente para cubrir sus ojos, una sonrisa taimada cruzó sus labios haciendo que las esquinas de sus ojos rasgados se arruguen más, él levanta una mano y me saluda, su piel que es de un tono un poco más oscura que la mía me distrae y luego su ropa captura mi atención; tiene puesto un pantalón de pinza un poco ancho con cuadros negros y líneas blancas, una camisa azul marino de unas tallas más grande la tiene por dentro de su pantalón, encima de la camisa tiene reposando un dije con la forma del rostro de un oso de un material negro que no logré reconocer y trae puesta una gabardina negra con las solapas largas, le llega hasta un poco mas debajo de sus rodillas y sus zapatos es lo último que miro, son botas de cuero con la caña corta, en un pequeño vistazo pude apreciar toda su vestimenta, no le respondo su saludo. Una pregunta atraviesa mi cabeza, —¿será que sabe hablar nuestro idioma? 

—Acabaron de entrar —al escuchar su voz mi espalda se pone erguida de inmediato, tiene una voz bonita, su pronunciación es bastante buena, entonces sí sabe hablar nuestro idioma. Mis mejillas se ponen calientes, él también se coloca derecho y aunque está lejos puedo notar lo alto que es. 

Sin más y sin decir nada, abrí la puerta, algunos estaban acomodado en sus asientos, algunos de ellos ya estaban sentados esperando a que el profesor se terminara de acomodar, el profesor estaba de espaldas, me dirijo rápidamente hacia uno de los asientos del frente, me dejo caer en la silla dejando las carpetas en mi piernas, con mis manos me toco las mejillas, ¡dios las tengo hirviendo!, intento quitar mis pensamientos de eso chico, yo tengo novio y es incorrecto, pero por más que lo intente no puedo y paso toda la clase pensando en el chico de los ojos rasgados. 

Cuando el profesor dio por terminada la clase, salí con la intención de ir a buscar a Damián pero Mel ya tenía otros planes, me arrastró afuera de la facultad y me llevo a una zona donde hay varios árboles y con escaños debajo de su frondoso follaje. Mel se sienta en uno negro de hierro con decoraciones de flores, su rostro está rebosante de la emoción. 

—¿Lo viste? —Pregunta Mel. 

—¿Ver qué? —respondo con una pregunta, obviamente ya las carpetas las había entregado y ahora tenia las manos libres. 

—“El chino” —dice con evidente impresión. 

—¿Es chino? —Mi pregunta deja en claro que sí lo vi. 

Ella pega un gritito, no sé porque tanto alboroto por un asiático, lo más probable es que no lo sea y solamente tenga los ojos rasgados. 

—Pues es obvio, tiene los ojos chinitos —ella lo dice a la vez que con sus manos jala las esquinas de sus ojos. 

Intenté no reírme pero no pude contenerme, Mel me miró con ojos confusos. Me acerqué a ella con la misma confianza de siempre. 

—Tener los ojos rasgados no significa que sea chino —digo quitando sus manos de su ojos—, aunque puede serlo pero no específicamente tiene que ser chino, puede ser japonés, coreano, tailandés e incluso vietnamita. En conclusión puede ser asiático. 

Ella rueda la ojos, le molesta cuando yo la corrijo, con una de sus manos se manda el cabello hacía atrás. 

—Bueno entonces el “asiático” —hace comillas con sus manos y sigue hablando—, ¿será qué viene de algún intercambio?  

—No sé pero…  

Cuando le iba a responder alguien me jalo de mi cintura y me colocó de pie, mis ojos se toparon con dos orbes de tanzanita, una sonrisa cubrió mis labios. Él se acerco lentamente y dejo un dulce beso en mis labios. Después se separó y me miro con una resplandeciente sonrisa. 

—¿Cómo estás? —Pregunta colocando una mano en mi mejilla. 

—Pues ahora bien —mi respuesta lo hace reír. 

Una de sus manos se acerca a la mía y deja caer un pequeña cajita en ella, él se aparta un poco más y me guiña un ojo. 

—Hablamos después —dice y luego se da la espalda y se va. 

Levanto mi mano y veo la cajita, curiosamente adornada, un lazo rosado la mantiene cerrada, pequeños corazones con detalles dorados cubre toda la cajita, entonces alguien me la arrebata de las manos, asustada miro hacia mi derecha y veo a Mel con la cajita, había olvidado que estaba con ella. 

Me siento al lado de ella, sus dedos ágiles desatan el nudo dejando la cinta a un lado, ella haciendo un sonido de tambores con su boca lo empieza a abrir lentamente, yo quiero saber qué es, Damián es detallista, pero a él le gusta quedarse a ver mi reacción a ver lo que me ha regalado, levanto mi mirada para ver si no está por ahí escondido, pero solo me encuentro con otros universitarios caminado o charlando con sus amigos. 

—¡Wow! 

Mel gritó tan fuerte que me sobresalte y me caí del escaño, levante mi mirada y vi a mi amiga paralizada viendo el contenido de la cajita.  

—¿Qué es esto Nistha? —preguntó con exasperación a la vez que levantó con una de sus manos el contenido de la cajita. 

Entonces en ese momento entendí porque se había ido tan rápido, una llaves tintineaban en el aire con un bonito llavero en forma de gato muy elegante y sencillo. Por un instante me quedé muda, sé que preferí no contarle a ella pero no esperaba que reaccionará de esta forma, me levante y volví a sentarme a su lado, le quite la cajita y las llaves, miré las llaves en mis manos y las sentí ajenas a mí, se supone que es un regalo, ¿un regalo sorpresa? Pues en un comienzo si que fue una sorpresa, pero ahora, no lo era, guardé las llaves de nuevo en la cajita y para desaparecerlas de mi vista las metí en mi maleta. 

—¿No me vas a explicar por qué te dio una llaves? —preguntó indignada. 
—Después —me limito a decir a la vez que me levantaba del escaño. 

—Después no —me jala con fuerza y me vuelve a sentar a su lado y entonces empieza a soltar la retahíla de siempre—; primero, pensé que éramos amigas, segundo, las amigas no tienen SECRETOS y ahora Damián te ha dado unas llaves de quién sabe dónde y no pensabas decírmelo. 

Soltando un suspiro y mirando para otro lado, agacho la cabeza, sabía que si no le decía se iba a poner así, pero pensaba decirle después, ahora me sentía enojada por Damián por haber traído eso, ni siquiera le he dado una respuesta y ya había empezado a hostigarme.  

—Te lo iba a decir —murmuré y apretando mis manos entre sí agrego dando pausas—, pero no encontré el momento. 

Mel que se había quedado callada a un lado, se levantó, me guió por el camino para regresar las dos juntas de nuevo a nuestros respectivos salones. 

—Bueno —se detiene y mirando a su alrededor se acerca a mí—, en tu casa hablamos. 

Luego se va corriendo, me quedo ahí parada en la mitad del campus viendo como Mel corría hacia su próxima clase, yo también hice lo mismo, sin embargo, me fui caminando. Durante el resto del día, estuve anotando y colocando especial atención a las charlas de los profesores, al terminar las clases me salí del salón y allí me esperaba Damián, muchas chicas con las que compartía la clase se quedaron mirando a Damián, él estaba recostado contra una pared viendo su celular, su ropa era casi la misma de siempre, un pantalón de jean oscuro y una camisa negra, como hoy estaba haciendo frío llevaba puesto una chaqueta de cuero. La chicas ya le tenían el ojo encima, con una sonrisa en lo labios me acerqué a él, cuando notó mi presencia guardó el celular, y se inclinó para dejarme un beso en los labios que recibí sin dudar. 

—¿Tienes algo que decir? —Me preguntó agarrando mi cintura, por instinto coloqué mis manos sobre su pecho, volví a darle un beso, uno más largo, porque realmente no quería responder su pregunta y sabia como distraerlo. 

—¡Alto ahí! —un grito cerca de nosotros nos hizo separar nuestro labios, al girar vi a Mel. 

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó riéndose él tras la agresiva interrupción de Mel. 

—Pues mira, amigo —ella se acerco y de un jalón me apartó de los brazos de Damián—, ella hoy es mía. 

Él fue a hablar y Mel con un aspecto de desafío levanto una ceja, las palabras se murieron en su boca y soltando un largo suspiro dejó caer la cabeza contra la pared. 

—Ok. 

Fue lo único que dijo, Mel me jaló lejos de él y me llevó con ella, yo giré mi cuerpo hacia atrás mientras ella me tiraba hacia afuera, levante una mano y me despedí de él, Damián me sonrió y también levantó su mano. 

Fui caminando con Mel hasta el estacionamiento, tenía que explicarle a ella sobre las llaves, pero no sabía cómo, tenía que pensar muy claramente cada palabra antes de decirla, no quería ofenderla, ahora mismo ella debe sentirse herida, nosotras somos como hermanas y nunca nos hemos ocultado nada, el camino de la universidad se hizo largo, ella estaba en silencio, lo cual no es habitual en ella, a Mel le gusta hablar mucho, tampoco a puesto música entonces el ambiente está la más incómodo que podía estar. 

Al llegar a la casa entré, y llamé a mis padres pero ninguno me contestó, habían salido. Mel se dirigió a la sala y la vi sentarse en el piso a un lado del acuario de mis padres. Fui a la cocina y en la estufa había comida, mi madre me dejó el almuerzo hecho, solamente tenía que calentar la comida. La casa de mis padres no es que sea muy grande pero es acogedora, en el primer piso esta la cocina que tiene el comedor a un lado, la sala queda al lado izquierdo y allí ahí un baño debajo de las escaleras, estas suben al segundo piso, arriba solo hay dos habitaciones, obviamente cada una con su respectivo baño. 

Mel estaba mirando los peces cuando me senté a su lado, entonces le conté todo, ella en muchas ocasiones intentó interrumpir pero no la dejé. Al terminar de hablar ella me miró durante un corto rato y me preguntó: 

—¿Le has dicho que sí?  

Mirando el acuario en silencio pienso antes de responder. 

—No, no lo he hecho. 

—Y ¿qué piensas hacer? —ella está muy interesada en el tema. 

—La verdad, no lo sé —dejo caer la espalda contra el suelo y me quedo mirando el techo. 

—Pero si le dices que sí, tienes varias ventajas. 

—¿Cómo cuáles? —coloqué un brazo por encima de mis ojos. 

—Primero, ya no tienes que madrugar tanto. Segundo, puedes dormir un poco más, además que no tardas en llegar como lo haces aquí —no la estoy viendo pero podía sentir como enumeraba con sus dedos—. Tercero, pueden tener un poco más de intimidad. 

Sentí que empujo mi rodilla, un calor repentino se acumuló en mis mejillas, no era algo que me daba vergüenza, pero la forma desvergonzada de Mel al decirlo me hizo tenerla. Mucha veces he estado con Damián, de hecho con él fue que perdí mi virginidad, con él fue mi primera vez.  

—Eres una pervertida —refunfuñe sin quitar el brazo de mi rostro. 

La risa de Mel me hizo levantar el brazo, me levanté un poco colocando el codo para apoyarme, iba a decirle algo a ella cuando algo crujió a nuestro lado, la risa de Mel se desvaneció y un gesto de horror cubrió su rostro, yo me levante lo más rápido posible y fui a buscar un balde, el acuario se había roto y ahora el agua se estaba escapando por la parte de abajo. Volví con el balde lleno de agua y con la red en su interior, quite la tapa y con la red empecé a pasar los peces al balde, Mel con la ayuda de una escoba empezó a sacar el agua que se estaba regando por toda la sala a la calle, cuando todos los peces estaban a salvo en el balde con el filtro, obviamente. Empecé a sacar las piedritas del acuario con la ayuda de Mel, cuando las piedras ya estaban afuera nos dimos cuenta donde se había roto, el cristal del fondo tiene una línea de una esquina a otra. 

—Esto es muy raro ¿cómo se habrá roto? —Su pregunta también me dejó cierta duda. 

Mis padres llegaron mucho después, primero se enojaron con ambas “por romper el acuario”, y por más que le dijimos que no fuimos, no nos creyeron, entonces se fueron con el acuario roto para ver que podían hacer con él.
 




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