Ahí estaba yo, una vez más frente a mis miedos y buscando como salir de ese oscuro callejón. “¡La vida, es una mierda!”, me lo repetía una y otra vez.
Mis brazos no paraban de sangrar, merecían ser castigados, no solo ellos, toda yo completa, deseaba arrancarme la piel de un tirón y con unas tijeras rayarla, que los pedacitos de piel volaran por toda la habitación.
Las voces en mi interior no paraban de gritar y mis ojos no paraban de llorar, los insultos era fuertes, los recuerdos eran intensos.
Pasaba a arañarme las piernas y el rostro e incluso mi abdomen, ese espejo grande de mi habitación gritaba, fuerte gritaba “Gorda”, “Mírate nadie te quiere, ni tú misma” Qué tanta verdad tenía.
Mientras el caos ocurría no sentía dolor físico, aún seguía el emocional incluso cuando sonrió, hablo con la gente, escucho música o cruzo la calle.
Cuando me he cansado decido mirarme de nuevo al espejo y mi mente grita el monstruo que soy cada noche, sudada y rayada; esa soy yo.
“¡Qué he hecho!?” Me digo a mi misma, cuando he terminado el cometido, me doy miedo, sí. Corro a mi cama y me hago bolita envuelta en las cobijas, mi cuerpo no para de sangrar ni de arder.
La gente cree que todos somos fuertes para resolver nuestros problemas y los problemas que ocurren son los cotidianos; el tráfico en las ciudades, llegadas tardes a la escuela, al trabajo o a una cita médica, problemas con tus hijos por su bajo rendimiento escolar y las discusiones con tu pareja, la verdad de todo esto es que eso no son problemas, son parte de la vida, son las líneas escritas en algún libro de la vida de cada uno de ustedes.
Esta soy yo, me llamo Tamara Bessler, tengo 19 años de edad y desde que nací, los días han sido iguales; todos unas mierda.