La luz tenue y quirúrgica del laboratorio subterráneo de Alex Vance iluminó el rostro demacrado de Kian. Por un segundo interminable, la Doctora Alex Vance, una mujer que había dedicado su vida a las matemáticas inmutables del clima, se encontró sumida en un pánico helado y silencioso. Su primer instinto fue gritar, o quizás llamar a seguridad, pero la visión del hombre desvanecido, envuelto en humo acre, y el amasijo de chatarra que desafiaba la física en su sótano la paralizaron.
"No. Esto es imposible," se dijo Alex, su voz apenas un susurro tembloroso mientras se ponía de rodillas junto al cuerpo inerte de Kian. Tomó una bocanada profunda, tratando de estabilizar su mente. ¿Un performance artístico extremo? ¿Una víctima de la contaminación severa con delirios? Pero sus manos, al tocar el metal del arnés desprendido, sintieron una temperatura residual que no podía ser explicada por la fricción o la química simple. Era el calor de la energía agotada, la prueba de que algo cósmicamente violento había ocurrido en su laboratorio. Sacudió la cabeza, obligándose a pasar del pánico a la objetividad. La Doctora, acostumbrada a la frialdad tranquilizadora de los datos climáticos y la lógica irrefutable, luchaba contra una creciente sensación de pavor que ninguna tabla de Excel podía mitigar. El hombre andrajoso, tirado sobre una lona sucia en un rincón, era una anomalía que desafiaba todos sus modelos científicos y su entendimiento de la física.
Mientras Kian yacía inconsciente, un bulto de piel y huesos exhaustos, Alex se centró en la única evidencia tangible que podía sostener en sus manos: el Manifiesto.
El cuaderno no contenía confesiones alucinadas o divagaciones apocalípticas, sino la más minuciosa y aterradora de las tesis. Las páginas estaban llenas de gráficos dibujados con caligrafía desesperada, pero mecánicamente precisa. En el lado derecho, ecuaciones taquiónicas complejas rozaban la ciencia ficción pura, describiendo el flujo del espacio-tiempo a través de la materia desechada. En el izquierdo, se desplegaban las proyecciones climáticas y sociológicas del futuro. Alex, climatógrafa de renombre con acceso a bases de datos restringidas, cotejó las referencias a eventos geológicos de los últimos años. Las fechas de la escasez crítica de agua potable en el subcontinente de Asia y los índices de metano atmosférico en la Antártida coincidían con la realidad del 2032 con una exactitud escalofriante.
Pero las proyecciones se extendían mucho más allá. El punto de inflexión no era climático, sino económico: la Cúspide de la Privatización en 2043, el punto de no retorno donde la vida —el aire, el agua, la propia quietud— se convertiría legalmente en un servicio de pago, regulado por la entidad precursora de Corp-Air. El Manifiesto no era un pronóstico; era una hoja de ruta de la esclavitud. "No se trata de salvar el planeta," leyó en un pie de página tembloroso de Kian. "Se trata de destruir la jaula antes de que la cierren."
El Generador Cuántico, un amasijo humeante de chatarra que Kian había dejado en el rincón más seguro del laboratorio, era la prueba física. Alex lo examinó con un escáner de espectro: encontró metales ultra-densos imposibles de sintetizar en la época, restos de los condensadores de cristal y, lo más alarmante, una firma de energía residual. La Energía Muerta se había disipado, pero la cicatriz que dejó era de una potencia que no debería existir en el universo conocido. Era la energía de la autodestrucción concentrada, la prueba tangible de que las leyes de la física habían sido dobladas por pura desesperación.
Kian se despertó con un sobresalto violento, su cuerpo reaccionando al dolor crónico y al trauma del salto. Su primer y único acto fue llevar la mirada y la mano a su brazo. El dispositivo de Corp-Air, la banda gris incrustada, parpadeaba su condena: 32 DÍAS RESTANTES. El parpadeo constante era más que un número; era un recordatorio neuro-sensorial de su esclavitud.
"Eso es lo que te trae aquí," afirmó Alex, señalando el brazalete. "¿Tu sentencia de muerte?"
Kian asintió, su voz áspera por la deshidratación y la inactividad de sus pulmones. Explicó el sistema de los Créditos de Carbono (CC) y la Deuda de la Chatarra. No era solo la escasez de aire; era la monetización de la existencia. "Cada respiración que tomas en el Siglo 2X es una deuda," susurró. "El dispositivo monitorea tu consumo de oxígeno, la temperatura de tu cuerpo, tu huella energética. El aire es propiedad privada. Cuando los créditos llegan a cero, la deuda se ejecuta. Se llama Muerte de Deuda."
La desesperación dio paso a una calma gélida. Con un gesto de liberación que resonó más fuerte que cualquier grito, Kian llevó una herramienta de precisión a su muñeca y se arrancó la banda. No se desprendió limpiamente; hubo un desgarro de piel y una descarga eléctrica minúscula. El dispositivo parpadeó con rabia histérica en color rojo brillante: "ERROR: SUJETO FUERA DE RED. DEUDA ILEGIBLE." Luego, la banda gris se apagó por completo, quedando muda, una pieza de plástico inservible. Kian inhaló profundamente el aire polvoriento y frío del sótano de la universidad. Fue la libertad pura de una atmósfera que, aunque contaminada, aún no se había monetizado.
🏛️ La Arrogancia de Corp-Air
Mientras Kian tomaba su primer aliento libre en dos siglos, en el Siglo 2X, Lyra Kael recibía el informe final sobre el "Pulso Fantasma" en su centro de control orbital C-Air Sigma. Los analistas de alto nivel, aterrorizados de contradecir a la Directora, concluyeron que la inestabilidad de la máquina de chatarra de Kian, combinada con el uso no autorizado de tecnología taquiónica, había provocado una "desintegración cuántica" total.
"El sujeto Kian-A724 se ha auto-eliminado. Su materia y el dispositivo experimental no dejaron rastros cuánticos por encima del umbral de detección ambiental," leyó el informe.
Lyra Kael, una mujer que había escalado desde los tugurios de la Deuda hasta la élite de Corp-Air a base de cálculo frío y crueldad, no podía concebir una rebelión que lograra desafiar las leyes de la física y, peor aún, el sistema de Corp-Air. Para ella, Kian no era un viajero del tiempo; era un error estadístico, una anomalía que el sistema había purgado por sí mismo.
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Editado: 18.11.2025