El GÉnesis Zombi

3. LA MUERTE DE CIUDAD CRISTAL

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LA MUERTE DE CIUDAD CRISTAL

 

Llegué al centro de la ciudad, del que no quedaba rastro de lo que había sido en el momento de mi conferencia de prensa. Había cristales rotos en los suelos, basura en las calles, junto con ropa y objetos personales como celulares, billeteras, gafas y bolsos, que bien si eran indispensables, uno no se detendría a levantarlos si toda la ciudad estuviera rodeada de muertos vivientes. Había mucha sangre por todas partes, y el olor me mareaba. ¿Sería mi imaginación o los pedazos de carne que había en el suelo se retorcían como pececillos en un estanque drenado?

¿Y qué había pasado con los zombis? La calle estaba vacía. Había mucha sangre, pero cero cuerpos. Me producía un extraño escalofrío, como si aquello fuera un escenario preparado para una película, como si nada de lo que estuviera frente a mí fuera cierto.

Los zombis también se habían esfumado, como si estuviesen escondidos, preparados para atacar. Pero los zombis no emboscan. Ellos no son capaces de cazar. ¿O sí?

Un extraño eco del otro lado de la calle llamó mi atención. Me acerque caminando lentamente, mientras identificaba el sonido. ¿Acaso era posible? Lo que estaba escuchando era música, y no cualquier música, sino grupera. Había algo como una fiesta. ¿Era eso posible?

El lugar de donde provenía la música era un simple bar que, al parecer, había permanecido inerte al cambio de la matanza en la ciudad. La curiosidad me mataba. Tenía que entrar.

La sorpresa que me llevé al inspeccionar el lugar fue algo que no puedo describir. A la entrada estaba un pequeño altar a la Virgen de Guadalupe, con la estatuilla derribada y algunas manchas de sangre que goteaba de las velas, de las que sólo una seguía encendida. El suelo del bar estaba lleno de botellas rotas y charcos de sangre, con mucha gente sentada silenciosamente bebiendo de sus sucios tarros, algunos también resquebrajados. Los hombres que estaban en el bar, con brazos musculosos, pero panzones y barbudos, eran algunos calvos, pero todos estaban ensangrentados. Me voltearon a ver con su mirada vidriosa y perdida, que delataba que habían muerto hace por lo menos media hora.

El bar estaba lleno de zombis que me miraban fijamente desde el momento que entré, sin apartar sus secas manos de los tarros. Algunos gemían mientras salía sangre de sus bocas y caía en la cerveza. ¿Qué estaban pensando? Parecía como si estuvieran decidiendo entre continuar con su trago, o levantarse y mordisquear mis entrañas.

Me alegro mucho de la decisión que tomaron.

El tabernero, un viejo arrugado que tenía descarnado casi todo el cuello, sacó una lata y vertió el contenido en un tarro, mientras pequeños pedazos de carne caían a este, y lo azotó contra la barra con fuerza frente a mí, salpicando bastante de su asqueroso contenido.

–No gracias– dije, tratando de contener el asco –Voy a manejar.

Al parecer, sucedieron muchas cosas mientras yo me encontraba viajando en mi máquina.

Salí del bar sin molestar a nadie, y mientras me alejaba, el sonido de la música grupera se alejaba de mí, y el silencioso ambiente volvía a helar mi sangre.

El silencioso ambiente no duró mucho, pues fui emboscado por un zombi en el callejón junto al bar. Salté asustado esquivando las manos ensangrentadas del corpulento cadáver, que aún en vida me hubiera sido aterrador al salir de un callejón. Las enormes manos trataron de llegar a mi cuello mientras la criatura me acorralaba en el callizo tenuemente iluminado, lo suficiente para ver el pecho tapizado con tatuajes del que bien pudo haber sido un criminal buscado horas antes del frenesí zombi, y una llave colgando de su cuello. Verse cara a cara con la muerte. ¿Qué opciones hay de ganarle a un zombi que pesa el doble que yo?

Completamente enloquecido por el terror, lo único que se me ocurrió fue empujar al zombi de una patada, lo cual surgió efecto dado el mal estado del cuerpo, haciendo que todo el cuerpo de la cintura para arriba cayera desprendido, quedando unido sólo por los intestinos a las piernas que intentaban llegar hasta mí.

Miré al grotesco ser retorciéndose, y la mitad de su cuerpo rugiendo con las manos levantadas en dirección hacia mí con desesperación, mientras las piernas caían al suelo por la falta de equilibrio y la dirección de un cerebro y un par de ojos. Me creí a salvo por un momento, pero, ¿No mencioné que los zombis son más listos de lo que parecen? No tardó en aprender a gatear con sus brazos y volver a salir en mi búsqueda, mientras yo corría tratando de escapar del asqueroso bípedo. En mi desesperación, choqué con un auto estacionado, dando una maroma imprevista en el aire y terminando a mitad de la carretera, con un tremendo moretón en el trasero. ¿Quién estacionó ese auto ahí? Al parecer, había pertenecido al mismo muerto viviente que me perseguía en el callejón, pues contra todo pronóstico establecido, parecía dispuesto a salir en mi cacería sacando el control del bolsillo de su pantalón para quitar el seguro de su Chevy escarlata, y arrastrando su medio cuerpo hacia el asiento del conductor.

¿Saben conducir los zombis? Esa era la pregunta que vino a mi mente mientras huía despavorido. Si, en efecto eso era lo que trataba de hacer. Claro que sería difícil controlar el vehículo sin un par de piernas para los pedales.

Tras darse cuenta de eso, el zombi rugió furioso mientras yo me retiraba a suela azotada de ahí. Mientras me alejaba, él apretó su cabeza con fuerza, y desprendió la tapa superior de su cráneo, y pasó sus largos dedos entre su corteza cerebral…




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