El GÉnesis Zombi

5. EL VIAJE EN TREN

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EL VIAJE EN TREN

 

–¿Te encuentras Bien, Ed?

Fue un alivio para mí escuchar la voz de Wenceslao después de ese espantoso y extraño sueño. La helada superficie de la camioneta no era nada comparado con el ambiente del lugar del que acababa de escapar. Estaba seguro de una sola cosa: lo que habló conmigo no había sido ningún dios.

Fue un sueño, dije para tranquilizarme. Soy un hombre racional y creo que no tengo motivos para pensar que mi visión haya sido otra cosa que una fantasía. Un juego de mi subconsciente que tenía mil cosas en la cabeza, entre ellas, una posible explicación religiosa.

–¿Qué pasó con el auto que nos perseguía?– dije, recordando la asquerosa escena del cerebro, y deseando que hubiera sido parte del sueño. Por un momento, deseé que Wenceslao, confundido por mi pregunta, me dijera que todo había sido una pesadilla, y que me levantara pronto para hacer más pruebas en el laboratorio. Para mi infortunio, no fue así.

–Logramos perderlo, y eso es todo lo que necesitas saber. Descansa, chico. Ya llegamos al tren, y dentro de poco empezaremos a movernos.

–Ayudaré a bajar las provisiones– dije, intentando de levantarme.

–No es seguro que caminemos por aquí los que no usamos botas como estos rancheros, Ed. Mira.

Wenceslao me señaló hacia afuera de la camioneta, y miré el suelo del terreno, donde pequeños pedazos de carne se retorcían como lombrices tratando de atraer a las aves. Entre los pedazos sin forma, pude reconocer garras, huesos y cabezas de pajarillos y ardillas.

–Hay muchos animales muertos por esta zona contaminada. No sabemos qué pueda pasar si nos muerden, así que no podemos bajar mientras no estemos protegidos.

–¿Entonces cómo vamos a abordar el tren?

–Castillo dice que cuando acaben de descargar los otros vehículos, nos acercarán al tren para que abordemos sin dejar la camioneta.

A pesar de que nos encontrábamos temporalmente a salvo, era obvio que la visión del zombi combinado con su auto había causado estragos en Wen y los demás. Las manos de mi viejo supervisor seguían temblando, y yo deduje que se encontraba pensando en lo mismo que yo.

Esos muertos vivientes eran inteligentes, capaces de pensar, hacer planes, combinarse y utilizar armas. Eso, junto con su inmortalidad, los convertía en los seres más abominables que jamás hubieran existido. Se encontraban por todas partes, sin una aparente forma de destruirlos, paralizarlos, ni detenerlos. Nuestra única salida era llegar al refugio cuanto antes.

–Es curioso– dijo Wenceslao, mirando sus pies nuevamente –Es curioso como cosas tan simples como los zapatos que decides usar afectan tanto las cosas que puedes hacer.

Su pensamiento sobre las botas fue interrumpido por un sonoro rugido detrás de unos árboles.

–Eso fue un oso– dije, tratando de calmar a mi amigo que se había sobresaltado al escuchar al animal. Después deliberé en que, tratándose o no de un oso zombi, bajo ninguna circunstancia era buena noticia encontrar un animal como ese.

–Se está acercando– dijo Wen, que parecía a punto de caer muerto de los nervios.

El viejo sacó una pistola que le había dejado Castillo, y apuntó hacia los árboles, de donde salió el gigantesco animal paseando tranquilo sobre sus cuatro patas.

–Es sólo un oso– le reproché –No hará daño si lo dejamos en paz.

Wenceslao no hizo caso, y lanzó un certero tiro de gracia a la cabeza del animal, que cayó al piso con un ojo reventado y el cráneo perforado de un extremo al otro.

–¡No era necesario hacer eso!– le dije con desagrado. –El animal ya se marchaba.

–Más vale ser precavidos– respondió Wen –No sería bueno que…

El anciano abrió los ojos en una expresión de horror, completamente incrédulo. El oso se estaba levantando, y comenzando a rugir salvajemente. Estos rugidos no se parecían a los que habían delatado que se acercaba, sino que ahora sonaban más gruesos, casi sobrenaturales…

–Mataste al animal– grité –Y revivió igual que los otros animales.

El viejo temblaba de nuevo, al igual que yo.

–¡Era justo lo que quería evitar!– gritó, escondiendo la pistola del único ojo que le quedaba al oso. Aquel ojo blanco y sin vida contemplaba a su asesino con una furia palpable, y se acercó a la camioneta con dificultad. Cuando se hubo acercado suficiente a Wenceslao, una ola de disparos lo hizo caer de lomo al suelo.

Al escuchar el disparo, los rancheros habían venido en nuestra ayuda, y la ráfaga de balas lanzadas hacia la bestia inmortal había conseguido desprenderle las garras y el otro ojo, por lo que ya no podía ponerse en pie aunque se retorciera en el piso.

Y a pesar de ello continuaba moviéndose.

–En las películas una bala en la cabeza basta para matar a un zombi– pensé, –pero aquí continúan funcionando sin importar cuánto se desfragmenten sus partes vitales. Eso no es una función biológica. ¡Eso apoya mi teoría! Un mecanismo o batería externa está haciendo funcionar el tejido muerto. ¿Realmente hay tecnología avanzada involucrada en esta invasión?




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