El GÉnesis Zombi

7- LA CASA DE MARÍA

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LA CASA DE MARÍA

 

Las luces estaban encendidas dentro de la casa, pero la puerta estaba cerrada con llave. Pensé que otro disparo del gran rifle podría ayudarme a entrar, pero eso dejaría expuestos a quienes estuvieran dentro.

Las ventanas estaban cerradas con tablas, eso era una buena señal. Aclaré la garganta, preparándome para gritar el nombre de María, pero me detuve cuando escuché un estruendo metálico en el callejón contiguo. Acto seguido se escuchó una serie de diabólicos chillidos que daban fe de las horrendas ratas podridas que se daban un festín con lo que parecía ser una familia vecina. Si me atrevía a gritar, éstas se darían cuenta de que estaba a su merced.

¡El techo! Recordé que ahí se encontraba una puerta de lámina que podía utilizar para entrar a la casa. Lo único que tenía que hacer era trepar por la barda de la casa de al lado, saltar al árbol del patio, pararme sobre la moldura de la casa, subir al techo y abrir la puerta con mi fusil. Sonaba fácil para una persona en buena condición, pero con horrores y más de una ocasión de caerme, conseguí llegar al techo.

Llegué jadeando a causa del esfuerzo, me acosté en el piso y ahí me quedé hasta que un nuevo sonido me advirtió el peligro: un gruñido y un aroma repugnante a sangre; era un animal que identifiqué como Morrongo, el gato de María, aunque su cabeza ya casi no tenía carne y sus dientes me lanzaban un gesto de odio que ya de por sí el gato me tenía en vida. Con mucho gusto por encontrarlo, en el momento en que el animal se me lanzó me sentí feliz de poder hacerle lo que siempre había querido: mandarlo a volar con una buena patada.

Preparé mi escopeta para romper el seguro de la puerta, pero no había tal. La puerta no estaba cerrada con llave, y gracias a eso pude introducirme.

Dentro de la casa sentí por un momento el calor del hogar que mi amigo me había ofrecido tantas veces, cuando Enrique me invitaba a cenar con su madre, sus tíos y sus dos hermanas. Aquellos días parecían tan lejanos como una dimensión distante. No podía creer que algún tiempo atrás hubiera podido pasar momentos tan tranquilos. Había entrado de la puerta de arriba al pasillo que unía las recámaras donde cada miembro de la familia dormía. Las luces estaban encendidas en cada habitación, pero cada una se encontraba vacía. Bajé las escaleras y vi el reloj de la sala anunciando las cuatro y media de la mañana. Con toda la emoción de la noche no había tenido tiempo de notar lo agotado que me encontraba. Hubiera deseado recostarme en la cama de mi amigo y reponer energías, pero estando ya tan cerca de encontrarla, no había tiempo de ponerme a descansar.

¿Dónde podía encontrarse? ¿Sería posible que se hubiera escondido en otro lado? De ser así ¿Por qué las puertas estarían aseguradas? No, ella debía estar en alguna parte de la casa.

Entonces me llegó un olor agradable de la cocina. ¿Podía ser? Sí, era pollo rostizado recién recalentado del horno de microondas. ¡Ella estaba ahí!

Corrí y llegué al lugar, pero no había nadie. Lo único que estaba era el pollo en la mesa, servido y listo para comerse. No entendía lo que pasaba, la carne estaba caliente, alguien acababa de recalentarla.

–¡Hola! ¿Hay alguien?– susurré con pánico.

El pollo lucía delicioso, empezaba a hacerme agua la boca, pues tenía por lo menos diez horas sin probar bocado. Acerqué mi mano para tomar una pierna, pero me detuve. Mi movimiento me hizo notar la luz de un objeto que se encontraba en el piso. Era un objeto pequeño y alargado, que me resultó extrañamente familiar. Me acerqué para levantarlo, y miré con terror lo que era.

Se trataba de mi reloj. Uno idéntico al que tenía en la muñeca en ese mismo momento. No podía creerlo. No podía ser mío, ¿O sí? En realidad no se trataba de un reloj de marca o de precio elevado. Era en realidad tan común que había visto al menos a dos personas portando uno igual, pero el mío tenía una marca. Le di la vuelta para buscar un rayón que le hice con una puerta unos meses antes. Ahí estaba, era sin duda mi reloj.

¿Qué hacía ahí? ¿Acaso yo ya había estado en aquel lugar? ¿Significa eso que usaré la máquina del tiempo en el futuro? Si era así, ¿Qué me había sucedido? ¿Dónde estaba mi cuerpo? Lo guardé en mi bolsillo, traté de tranquilizarme, y regresé mi atención al pollo rostizado.

¿Era mi imaginación acaso? Podría haber jurado que el pollo se encontraba con una pierna ligeramente más arriba que la otra, y después de dirigir mi atención al reloj, ambas piernas se encontraban a la misma altura. Entonces una idea pasó por mi mente, más bien una imagen; la imagen de los peces chapoteando en la pescadería.

Acerqué un tenedor al pollo lentamente, y le piqué el muslo, empujándolo. Éste respondió moviendo la pierna lentamente. Destripado, rostizado y sin cabeza, estaba con vida. El animal dio una patada con una fuerza tremenda, y el tenedor salió volando, junto con mi brazo, y mi reloj se soltó de mi muñeca, cayendo en el mismo punto en el suelo donde lo había levantado. El animal seguía moviéndose desenfrenado en el plato, y decidí que había perdido el apetito. Me acerqué para levantar el reloj, pero antes de tomarlo, escuché unos pasos afuera de la cocina.

Al salir, vi de espaldas a la hermana pequeña de María, Laura, caminando hacia la sala. Me sentí aliviado. Debía ser ella quien había calentado la cena.




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