El GÉnesis Zombi

10. DETALLES EN LA HISTORIA

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DETALLES EN LA HISTORIA

 

       Miré mi reloj, marcaba las 6:16 de la tarde. Corrí para evitar encontrarme conmigo mismo en mi primer viaje y me dirigí directamente al establo, donde se encontraban trabajando los hombres que me habían auxiliado a escapar del almacén.

–¿Qué quieres?– preguntó con desconfianza Paz, el ranchero. Luego recordé la desagradable escena que habíamos tenido con las plantas fosilizadas. Paz me provocaba temor y desagrado, pero quizás, sólo quizás, era necesario que me encontrara con él primero.

–Atrapa esto– grité, y le lancé la ratonera junto con su grotesco contenido. En cuanto Paz vio al animal, soltó la jaula con espanto y gritó varias maldiciones.

–¡Qué diablos es eso!– dijo con enojo.

–Un zombi– dije con voz gruesa –En dos horas esta ciudad estará llena de ellos. Reúne a Castillo, Liborio y todos los demás y huyan de la ciudad cuanto antes.

Heliodoro se acercó a la jaula y miró la pequeña rata despedazada chillando desesperadamente. El pánico parecía haberlo invadido de repente. Dejó caer las herramientas de sus manos temblorosas.

–¿A dónde quieres que vayamos?– dijo Paz.

–Dicen que hay un refugio en la ciudad vecina. Carguen provisiones, combustible y accionen el tren. En dos horas las autopistas quedarán inutilizadas, y morirá demasiada gente.

–Tenemos que avisar al patrón– dijo otro de los rancheros, y yo supuse que se referían a Wenceslao.

–Sí, por favor– dije –Y por lo que más quieran, manténganlo alejado de los osos y los gusanos.

Aún sin entender el significado de la mitad de mis palabras, los rancheros advertidos dejaron sus labores y partieron inmediatamente. Me habían creído, y todo era gracias a la prueba que había traído conmigo, a esa pequeña rata cadáver.

Me acerqué a la jaula para levantar al animal y advertir a los medios, pero se me aceleró el corazón al encontrar la trampa abierta y vacía. Se me formó un nudo en el estómago, y corrí horrorizado como si el diablo me fuera a aparecer en cualquier momento.

Se me heló la sangre al pensar en la posible ironía. ¿Qué si por jugar en el tiempo, al traer un zombi del futuro yo mismo provoqué este caos? La rata mataría a alguien y lo convertiría en zombi. Tal vez todo había comenzado por mi culpa.

Esa era una teoría aún más creíble que pensar en extraterrestres. ¿O no?

Miré mi reloj. Eran las 6:31. A esa hora se encontraban, hasta donde yo sabía, cinco Edward Finsters en el mismo espacio temporal.

Edward 1: furioso porque le acaban de robar el auto, se olvida de su tragedia para ir a tomar un baño y reunirse con Enrique y María en un restaurante. Minutos más tarde el caos le separa de ellos para llegar a su máquina del tiempo.

Edward 2: el primero en viajar en el tiempo, se robó su propio auto para llegar a la estación de radio y luego a una conferencia de prensa a advertir al mundo de la aparición de los zombis.

Edward 3: habiendo fallado en su primer intento, decidió hacer una segunda conferencia de prensa para advertir a la humanidad, con el mismo resultado.

Edward 4: En un último intento por evitar una hecatombe, es el que alertó a la policía y al ejército de un posible atentado terrorista con la esperanza de que llegaran preparados para enfrentar a los zombis. Por culpa de este Edward había zombis manejando tanques.

Edward 5: Sobrevivido de milagro al viaje en tren, un paseo por la autopista en un autobús lleno de cuerpos clavados como crucifijos, una emboscada de zombis en la casa de María y una embestida de tanques de guerra en el refugio donde me atendieron, me encontraba en la que era seguramente mi última oportunidad de advertir a la humanidad de los horrores venideros del Génesis Zombi…

Vi mi reloj, eran las 7:32. En media hora la pesadilla volvería a comenzar. Me encontraba en la calle, siendo objeto de la vista de todos mientras empujaba un vehículo muy extraño por la carretera, causando molestias a los conductores apresurados. Me convenía tener mi máquina del tiempo cerca. Dentro de muy poco, el Edward Finster original haría su primer viaje, por lo que el segundo se encontraba en este mismo momento dando la entrevista, probablemente acababa de recibir el zapatazo de aquel ecologista furioso, pero no importaba. Lo único que importaba era asegurarse de que esta vez, lograra hacer la diferencia.

Llegué a la casa de María, guardé la máquina en el garaje y tomé el teléfono. Tenía media hora para convencer a alguien, media hora en la que poco después de nada importaría el delito que estaba a punto de cometer.

–¿Policía?– susurré conteniendo un tartamudeo –No puedo decirle quién soy, verá; hablo para advertir de un desastre nuclear inminente.

Escuché blasfemias por el auricular. El sujeto seguía insistiendo en que diera mi nombre. Pretendió curiosidad, como si esperara ganar tiempo para rastrear la llamada.

–Es en serio. Escuche por favor, y avise de inmediato a los ciudadanos que no salgan de sus casas. Estoy hablando de un desastre grande… ¿No me cree? No lo haga. Usted mismo lo verá en menos de media hora.




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