El GÉnesis Zombi

11. EL ESCONDITE

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EL ESCONDITE

 

       La casa volvía a estar en tranquilidad. Lo único que se escuchaba eran algunos movimientos en la cocina. Era el momento en que estaba preparando la casa para la llegada de Enrique, María y su familia. Las luces estaban apagadas, sabía que era mi oportunidad.

Caminé de puntitas por el pasillo para llegar a la recámara. Estaría listo para salir por el pasillo, subir al techo y evitar la muerte del tío Pancho. Sólo debía mantenerme alerta hasta que llegara la hora. Impediría la muerte de esta familia aunque fuera lo último que hiciera.

El crujido de la madera delató mi caminar por el pasillo, y el Edward Finster del pasado se asomó por la entrada de la cocina justo a tiempo para ver mi espalda desaparecer por la esquina. Esperaba que no me hubiera visto bien aunque sabía que en realidad sí lo había hecho. Abrí la puerta de la recámara y me escondí entre las sábanas. La verdad estaba demasiado agotado. Tenía al menos 25 horas despierto, contando todas las veces que había retrocedido en el tiempo desde esa noche, con tan sólo breves intervalos en los que había tenido espantosas pesadillas. Mis ojos ardían y mi frente sudaba. Necesitaba descansar la vista. Cerré los ojos mientras luchaba por mantenerme alerta, sin éxito.

Volví a soñar. No con imágenes satánicas ni alucinaciones con zombis, sino con mi camarada Enrique, y la última cena que estuve con ellos antes de este funesto desastre.

–No han dejado de aparecer cucarachas en la casa– exclamó el tío Alberto.

–Al– se quejó con pena la madre de Enrique –No hables sobre los bichos de la casa frente a nuestro invitado.

–No me molesta– había exclamado un indiferente Edward Finster.

–También las hormigas se han estado apoderando de la casa– dijo –Sólo Dios sabe de dónde salen.

–¿Has intentado fumigar la casa?– preguntó el tío Pancho.

–¡No mi casa!– gruñó la mamá –No vas a echar tus extrañas pócimas sobre mis plantas.

–¿Podrían discutir eso en otra ocasión?– dijo Enrique mirándome con pena.

–¡Las papas están deliciosas!– dije, en un intento por cambiar de tema. La madre de Enrique me lo agradeció, y los tíos comenzaron a hablar de futbol.

Desperté con el repentino golpe tras la puerta. Afuera se escuchaban gruñidos. ¿Sabían ellos que yo estaba dentro de la habitación? ¿Cuánto tiempo me había quedado dormido?

Tomé mi rifle y abrí la puerta. El zombi Enrique forcejeaba contra el Edward Finster de unas horas antes y lo único que lo iba a salvar era…

Disparé mi rifle y Enrique soltó a mi otro yo. Corrí para evitar ser visto, pero era tarde, y de todas maneras ya no importaba. Yo sabía que me había visto, y hasta ahora continuaba con vida.

Me dormí, y desperté tarde. Todos están muertos, y no fui capaz de salvarlos. Ni siquiera me sentía para nada descansado. El despertar había sido tan brusco que arruinó las preciosas horas de sueño.

Esperé un par de minutos, mi otro yo estaba por usar la máquina, y yo pensaba utilizarla después de él.

Me oculté en el techo para evitar que Enrique me siguiera después de haberle disparado. Sabía que mi disparo casi le había arrancado el brazo, pues lo había visto hace dos viajes. Los zombis no salían de la casa. Al parecer me habían visto correr hasta la máquina y creían que ya me había retirado.

Me espanté al escuchar un sonido familiar, un maullido que reconocí inmediatamente como el infeliz de Morrongo que caminaba arrogantemente en el techo, pedante, pero vivo. El animal daba pasos alegres hacia un tanque de agua que Enrique y yo habíamos instalado hace meses.

El animal maulló otra vez y comenzó a ronronear. Entonces vi salir de detrás de la cisterna una mano que acarició la cabeza del gato fuertemente. Había alguien ahí detrás.

¿Sería la causa de que mi familia muriera? Sólo había una forma de averiguarlo.

Bajé las escaleras y como si me tratara de una especie de jugador de futbol americano, corrí esquivando a todos los zombis para llegar hasta mi vehículo. Lo accioné para retroceder 4 horas más.

Me encontraba muy agotado. Necesitaba descansar un poco, o no iba a poder continuar. Sabía que mi tragedia iba a ocurrir aproximadamente en 3 horas con 40 minutos, así que preparé la alarma de mi celular y me oculté en la misma recámara que en mi anterior viaje, pero debajo de la cama y me sumergí en un profundo sueño reparador.

–Es muy curioso como la humanidad crea cosas grandes– recordaba decir al tío Pancho en una cena, en otro sueño.

–¿A qué se refiere, tío?

–A la tecnología, la ciencia; en especial los medicamentos. No cabe duda que la gente inventa cosas increíbles.

–Pero también crea cosas horrendas– interrumpió la mamá de Enrique –Las armas químicas, las municiones, los venenos. Todo eso me da pavor.

–Creo que mamá lo dice por la planta química que está junto al huerto de calabazas– me susurró Enrique –El otro día salió en el periódico la cara de un hombre que fue bañado en ácido sulfúrico en un accidente. Quedó casi descarnado, como un zombi o algo así, pero sin piel, ni músculos. Ahora no puede mover la boca.




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