El gigante y la pelirroja

Prólogo

Todo comenzó en una boda donde nadie esperaba nada más que brindis, promesas y canciones cursis. El salón resplandecía entre luces doradas, copas tintineando y un aire de felicidad que se respiraba incluso entre los más escépticos.

John Miller, exmarine, jefe de seguridad y hombre de pocas palabras, estaba allí por compromiso. Alexander Harrington, su jefe y amigo, se casaba con la mujer de su vida, y él cumplía con su papel: vigilar discretamente, saludar con educación y mantenerse lejos de la pista de baile. Su porte de un metro noventa y cinco, la piel morena y el semblante sereno lo hacían imposible de pasar por alto, aunque él prefería la invisibilidad.

Sophia Müller, en cambio, no sabía lo que era pasar desapercibida. Cabello rojo como el fuego, ojos verdes llenos de vida y una risa que se escuchaba incluso por encima de la música. Era la dama de honor más impredecible del lugar, y aunque había prometido comportarse, la champaña, los tacones y su sentido del humor no eran una buena combinación para cumplir promesas.

Fue entonces cuando el destino decidió intervenir. Primero, el ramo voló alto, girando sobre las cabezas de las invitadas. Sophia saltó —sin cálculo ni elegancia— y lo atrapó como si se tratara de un trofeo olímpico. La multitud aplaudió entre risas. Segundos después, el liguero salió disparado por los aires y aterrizó, casi con puntería militar, en las manos de John Miller.

Las carcajadas llenaron el salón. Las miradas se cruzaron.
Ella sonrió, divertida. Él sostuvo el liguero con la seriedad de quien acaba de recibir una orden.

En ese instante, algo cambió. No hubo música, ni palabras, solo una chispa tan clara que ambos la sintieron. Entre una pelirroja de 1,57 llena de caos y un gigante disciplinado, nació una tensión que ni la lógica ni la distancia podían negar.

Esa noche, el orden y el desorden decidieron encontrarse a medio camino.
Ella lo desafiaba con cada gesto, él la contenía con cada mirada. Y aunque ninguno lo sabía todavía, aquel accidente de boda sería el inicio de una historia donde la pasión y la risa caminarían de la mano, donde el amor se colaría entre tropiezos, copas derramadas y besos que empezarían como bromas y terminarían robando el aliento.

Porque a veces el destino no necesita grandes planes, solo un ramo, un liguero y dos corazones que no entienden de protocolos.




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