El gigante y la pelirroja

Capítulo 3

La terraza del hotel era amplia, rodeada por una baranda de acero que brillaba con el reflejo de la ciudad. A lo lejos, las luces de Nueva York se extendían como un océano dorado, ondulante, interrumpido solo por los destellos de los autos y el murmullo lejano de la vida nocturna. El aire olía a lluvia y a flores recién regadas; una brisa tibia se colaba entre los cuerpos, moviendo suavemente el cabello rojo de Sophia hasta rozarle las mejillas.

John se apoyó en la baranda, a medio metro de ella. El contraste entre ambos era casi cinematográfico: él, en su traje oscuro, con la postura firme y los hombros anchos que parecían diseñados para cargar el mundo; ella, pequeña, vibrante, con ese vestido verde que resaltaba cada movimiento. La luz dorada de la ciudad los envolvía, creando un reflejo tenue sobre la piel morena de él y el rostro luminoso de ella.

—Vaya vista —dijo Sophia, apoyándose en la baranda.
—Sí —respondió él, aunque no estaba mirando las luces precisamente.

Sus ojos recorrían su rostro con precisión contenida, como si quisiera memorizarlo. La curva de su sonrisa, el brillo de sus ojos, la forma en que el viento despeinaba un mechón que caía sobre su frente.

Ella lo notó, sonrió y decidió romper el aire denso que los separaba.
—¿Siempre miras así a las damas de honor? —preguntó con una sonrisa ladeada.
—Solo cuando me derraman vino encima, me hacen bailar, son pequeñas… —respondió él, acercándose un poco— y luego me roban la calma.

Sophia soltó una carcajada, esa risa clara que parecía vibrar con la ciudad entera.

—Pequeña no, versión portátil —corrigió ella, cruzándose de brazos—. Ideal para ahorrar espacio.

John soltó una risa grave, de esas que vibraban en el pecho y que ella sintió como un pequeño terremoto.

—¿Portátil? —repitió, con tono divertido—. Podría levantarte con una sola mano.
—No te atreverías —replicó Sophia, aunque el brillo de sus ojos decía lo contrario.

Él arqueó una ceja, dio un paso más y, sin avisar, la tomó suavemente de la cintura.
—No me retes, Müller.—murmuró, levantándola con facilidad hasta dejarla a su altura.

El cuerpo de ella se tensó al instante, pero la sorpresa se transformó en risa.
—¡Dios! ¡Eres como un ascensor con músculos!
—Y tú, más liviana que mi mochila de entrenamiento —dijo, divertido.

Las manos de John, grandes y seguras, rodeaban su cintura con suavidad. Sophia se sujetó de sus hombros; bajo la tela de la camisa, sentía la firmeza de su cuerpo, el calor que subía desde su pecho y la respiración contenida que se mezclaba con la suya. El roce de sus dedos sobre su cuello lo estremeció; una corriente subió por la espalda de él, tan clara que la piel se le erizó.

—¿Sabes qué? —dijo ella, riendo mientras quedaba suspendida entre sus brazos—. Esto es humillante y sexy al mismo tiempo.
—Una combinación peligrosa —susurró él, bajándola despacio hasta que sus pies volvieron a tocar el suelo.

Sophia apoyó las manos sobre su pecho y, con curiosidad descarada, dejó que sus dedos recorrieran los brazos firmes de John hasta llegar a sus hombros. Cada músculo parecía tallado a propósito, sólido y templado por años de entrenamiento. Ella levantó la vista, divertida.

—¿De qué estás hecho, Miller? ¿Acero militar y café negro?
—Más o menos —respondió él con una sonrisa contenida—. Y tú… de pura provocación.

Ella rió, aún comparando la distancia entre ambos. Junto a él, se veía diminuta, como una chispa enfrentada a un muro de fuerza. Pero no se apartó.
—Vaya contraste —bromeó, inclinando la cabeza—. Yo parezco versión de bolsillo y tú, modelo “edición tanque”.

—Y aun así encajas conmigo mejor de lo que imaginé.

Sophia levantó la barbilla con orgullo fingido.
—Lo sé. Soy multifuncional.

La respiración de uno chocaba con la del otro. Sophia levantó la vista, y su cabello rozó la barbilla de él.

Ella lo miró de cerca, todavía riendo.
—Te advierto que si me levantas otra vez, cobro tarifa.
—Pago gustoso —contestó, sin apartar la mirada.

El humor se volvió silencio, y el silencio, tensión.
Sophia se mordió el labio, el corazón golpeándole el pecho con fuerza. John bajó la vista, su mano aún sobre su cintura, y la atrajo hacia sí con suavidad.
—John… —murmuró ella.
—Dime que no quieres —susurró él, con la voz baja y ronca.
—Ni loca —respondió, con una sonrisa apenas temblorosa..

Él la atrajo hacia sí con un movimiento firme. Ella tuvo que ponerse de puntillas para alcanzarlo, lo cual solo aumentó su risa entre besos entrecortados.
—Esto debería venir con escalera incluida —bromeó.
—Puedo adaptarme —respondió él antes de inclinarse, atraparla entre sus brazos y besarla.

El contacto fue lento al principio, casi un reconocimiento. Luego, más profundo, más cierto.
John la sostuvo con firmeza, sintiendo cómo el cuerpo de Sophia se relajaba entre sus brazos. Su respiración se mezcló con la de ella, y el mundo alrededor pareció borrarse.

Sus labios se buscaron una y otra vez, con la insistencia de quien ha esperado demasiado. Él la besaba con hambre contenida, pero también con ternura, saboreando el dulce rastro del vino y el perfume que llevaba.
Sophia respondió sin miedo, aferrándose a su cuello, perdida entre el calor y la fuerza que emanaba de él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.