El restaurante estaba casi vacío. Las luces cálidas caían en líneas doradas sobre las mesas, y el murmullo bajo de una canción de jazz se mezclaba con el golpeteo suave de la lluvia contra los ventanales. El olor a pan recién horneado y café tostado llenaba el aire. Sophia sostuvo la copa sin beber, los dedos jugando con el tallo de cristal. Lo miró fija, como quien decide saltar.
—Quiero proponerte un trato —dijo, con voz serena pero el pulso acelerado.
John no parpadeó. El brillo de las lámparas se reflejaba en sus ojos oscuros, profundos, atentos.
—Habla —dijo él, inclinándose apenas hacia adelante.
Sophia apartó un mechón de cabello que se había soltado y sonrió de lado, como si ya supiera que estaba a punto de cambiar las reglas.
—Mis padres quieren casarme con un hombre que no elijo. Quiero desactivar eso con… una operación.
—Nombre en clave.
—“Plan Tormenta Roja”.
John levantó una ceja, divertido.
—¿Roja?
Sophia sonrió, girando la copa entre los dedos.
—Exacto. Por mí. Porque soy pelirroja y porque, si aceptas, esto va a causar una tormenta de verdad.
Él soltó una risa baja, esa que se le escapaba cuando algo lo sorprendía de verdad.
—Entonces el nombre encaja. Peligroso, impredecible y con pronóstico de caos.
—Perfecto —dijo ella, inclinándose un poco hacia él—. Justo como me gusta.
Una sombra de sonrisa se dibujó en el rostro de él.
—Objetivo.
—Treinta días de “relación táctica” contigo. Noviazgo operativo. Visible. Convincente. Sin dramas. Con risas. Y con reglas claras.
John entrelazó los dedos sobre la mesa, observando cada gesto de ella, el modo en que jugaba con un mechón de su cabello rojo, cómo respiraba hondo antes de continuar.
—Enumera —dijo.
Sophia enderezó la espalda, divertida, como si de verdad estuviera presentando un informe.
—Regla uno: citas programadas, tres por semana. Una formal, una caótica y una sorpresa.
—Regla dos: contacto público suficiente para que nadie dude. Mano, abrazo, uno que otro beso corto. Nada que después te haga querer esconderte en una cueva.
—Regla tres: palabra clave para retirarnos si algo incomoda.
—Regla cuatro: honestidad brutal. Si uno quiere abortar misión, lo dice.
—Regla cinco: celebramos victorias pequeñas con café o helado. Sin excusas.
—Regla uno: citas programadas, tres por semana. Una formal, una caótica y una sorpresa.
—Regla dos: contacto público suficiente para que nadie dude. Mano, abrazo, uno que otro beso corto. Nada que después te haga querer esconderte en una cueva.
—Regla tres: palabra clave para retirarnos si algo incomoda.
—Regla cuatro: honestidad brutal. Si uno quiere abortar misión, lo dice.
—Regla cinco: celebramos victorias pequeñas con café o helado. Sin excusas.
John arqueó una ceja.
—¿Y la palabra clave?
—Aguacate —dijo ella, muy seria.
Él soltó una risa baja.
—Suena exótica.
—Y difícil de gritar en medio de una escena romántica.
—Perfecto —respondió él, inclinándose un poco—Métrica de éxito.
Ella lo miró, midiendo la distancia entre sus bocas.
—Al día treinta —continuó ella—, mi familia habrá entendido que no soy mercancía negociable. Y tú y yo sabremos si esto fue teatro… o el inicio de algo real.
John la miró sin pestañear. Sus dedos tamborilearon suavemente sobre la mesa, marcando un ritmo casi imperceptible.
—Riesgos —dijo él.
—Que te acostumbres a reírte demasiado conmigo. Que yo me acostumbre a tu calma. Que el mundo sospeche que esto no es mentira.
—Contramedidas.
—Seguimos el manual —sonrió—. El que escribiremos sobre la marcha.
John se inclinó un poco.
—Condiciones operativas de mi lado: te llevo y te regreso siempre. Comunicación clara. Cero juegos sucios. Y si alguien te presiona, intervengo.
—Aprobado —respondió ella, rápido—. Añade una más: una “misión campo” fuera de la ciudad. 24 horas. Sin escoltas, sin agenda. Solo tú, yo y la lluvia si hace falta.
Él se apoyó en el respaldo, cruzando los brazos. La miró unos segundos antes de hablar.
—Acepto. Propuesta sólida. Necesito el contrato.
Sophia tomó una servilleta, buscó un bolígrafo en su bolso y, con letra rápida y elegante, escribió: “Plan Tormenta Roja. 30 días. Risa obligatoria. Palabra clave: Aguacate.” Firmó. Le pasó la servilleta.
John la leyó con detenimiento. Firmó debajo y dobló la servilleta con precisión militar, como si fuera un documento clasificado, antes de guardarla en el bolsillo interno de su chaqueta.
—DTI —dijo.
—¿DTI?
—“De inmediato”.
Él extendió la mano por encima de la mesa. Ella dudó solo un segundo antes de poner la suya sobre la de él. Sus dedos se entrelazaron con naturalidad. La piel cálida de John contrastaba con la suavidad de la suya. Sophia sintió que el corazón se le aceleraba.
—Misión aceptada, Müller —selló John.
—Misión iniciada, Miller —replicó ella, mordiéndose el labio para no reír.