El gigante y la pelirroja

Capítulo 9

Las fotos aparecieron al día siguiente en todas partes.

John estaba en el sofá, móvil en mano, observando cómo las redes seguían explotando con cada nueva publicación.

Llevaba solo unos jeans ajustados de mezclilla clara y un reloj de correa marrón. El torso desnudo mostraba la definición de cada músculo, tensos y marcados bajo la luz cálida del apartamento. Las venas se insinuaban en sus antebrazos, los hombros anchos y el pecho firme se movían con cada respiración pausada.

El brillo tenue que entraba por los ventanales acentuaba el contraste entre la piel bronceada y la sombra del contorno de sus abdominales. El reloj, simple y elegante, destacaba sobre la fuerza bruta de su cuerpo, un recordatorio de que, a pesar del caos digital, él siempre mantenía el control.

Su mirada estaba fija en el teléfono, la mandíbula relajada, la postura poderosa: codos apoyados sobre las rodillas, manos entrelazadas, el cuerpo inclinado hacia adelante como un león en descanso, observando el ruido del mundo sin moverse.

Primero fue la foto del muelle, los dos riendo con el helado compartido. Después, la de la moto, Sophia con las manos en el casco de John, los dos vestidos de negro, pura complicidad. Luego, las del parapente: ellos suspendidos sobre el cielo abierto, sonriendo como si desafiar la gravedad fuera parte del plan. Y, para cerrar, la más comentada: un beso en tierra, aún con los arneses puestos. En todas, él y Sophia parecían una pareja perfecta.

Sophia entró al salón con el teléfono en la mano, aún mirando la avalancha de mensajes y titulares. Llevaba un top blanco de puntos, ajustado y atado al frente, y un jean desgarrado que le moldeaba las piernas. Las zapatillas blancas amortiguaban sus pasos sobre el suelo de madera, y el sol que se filtraba por los ventanales le daba un brillo dorado al cabello.

—John, las redes estallaron con nosotros … —empezó a decir, pero la frase se detuvo a mitad.

Él estaba sentado en el sofá, sin camisa, inclinado hacia adelante, con los codos sobre las rodillas. El pecho marcado, los hombros amplios y los músculos tensos parecían esculpidos bajo la luz del atardecer. El contraste entre la calma de su mirada y la fuerza de su cuerpo la dejó sin palabras por un segundo.

—¿Ya viste esto? —preguntó ella, mostrándole el móvil.
—Sí. Somos la noticia del día.

Ella lo miró, cruzando los brazos.
—¿Tienes idea de lo que pareces así?
—Un tipo que necesita una camisa —respondió tranquilo.
—No. Pareces un escándalo con piernas.

Él se echó a reír, bajo y grave.
—Entonces eso explica la tendencia.
Los comentarios se dividían entre teorías, memes y declaraciones de “la pareja del año”.
—¿Viste lo que subió Sophia? —preguntaban los seguidores.
—¡El exmilitar y la pelirroja volando juntos!
Ella lo miró una última vez acomodándose más a su lado.
—Difícil concentrarse con tanto músculo de acero a la vista.
—No es acero —dijo él con media sonrisa—. Es entrenamiento.

John siguió leyendo los titulares desde su teléfono y soltó una risa baja.
—Regla dos, contacto público suficiente —citó en voz alta.
A su lado, Sophia se había dejado caer en el sofá, mirando las imágenes virales que ya circulaban en todas partes.
—Nos pasamos de “suficiente”.
—Corrección —replicó él, mostrándole el celular—. Nos volvimos virales.

Ella no pudo evitar reírse.
—Perfecto, Miller. Ahora todos piensan que es amor.
Él la miró con calma.
—¿Y si lo fuera?

Sophia lo miró un segundo más, con esa mezcla de incredulidad y curiosidad que solo él provocaba.
—Entonces el Plan Tormenta Roja acaba de volverse demasiado real.

El teléfono vibró con insistencia. Sophia miró la pantalla: “Papá”. Se levantó del sofá antes de contestar. John, bajó el volumen del televisor y esperó.

—Hola, papá… —dijo ella, intentando sonar tranquila.

Del otro lado, la voz sonó dura, contenida.
—¿Qué demonios fue eso, Sophia Müller? ¿Te volviste loca? ¡Todo el mundo te está viendo en las redes!? Están llenas de fotos tuyas con un hombre. ¡Volando, abrazados, riendo! ¿Qué estás haciendo?
—Viviendo, papá —respondió sin titubear.

—Tú deberías estar pensando en tu compromiso con Mark Weber, no en aventuras con un desconocido.

Sophia cerró los ojos un instante. John la observó desde el sofá, en silencio.
—No es un desconocido, papá.

Hubo un silencio breve.
—¿Y quién es ese tipo?
Ella respiró hondo.
—Mi novio.

John levantó la cabeza al escucharla.
—¿Tu qué? —repitió su padre, incrédulo.
—Mi novio —repitió, más firme—. Y antes de que digas algo, no, no voy a casarme con Mark Weber. No lo amo. No lo quiero.

La voz del otro lado subió un tono.
—¡Ese compromiso estaba arreglado hace meses!
—Contigo, papá. No conmigo.

Por un instante, solo se oyó la respiración de ambos. Luego su padre dijo, con tono bajo pero cortante:
—Estás cometiendo un error, Sophia.
—Puede ser —respondió ella, conteniendo el temblor en la voz—, pero al menos es mi error.

La llamada terminó. Ella dejó el teléfono sobre la mesa y se quedó quieta, mirando la pantalla apagada.
Sophia permaneció de pie unos segundos, sin moverse. Luego regresó al sofá.
John la observó en silencio.
—Valiente movimiento, Müller.
—Fue una guerra, y no estoy segura de haber ganado.




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