Día 6 – Fase de Aislamiento Estratégico
John se levantó del sofá, tomó las llaves del Jeep negro que descansaban sobre la mesa y se volvió hacia ella con esa calma que siempre parecía tenerlo todo calculado.
—Müller —dijo, con tono serio—. Reanuda la misión.
Sophia lo miró desde la puerta del balcón, el viento moviéndole el cabello.
—¿Cuál misión? ¿La de sobrevivir al internet o la de mi padre?
—Ninguna de esas —respondió él, guardando el teléfono en el bolsillo—. La nuestra.
Ella arqueó una ceja.
—¿Plan Tormenta Roja?
—Versión extendida —replicó—. Incluye aislamiento táctico, desconexión total y entrenamiento emocional.
Sophia cruzó los brazos.
—¿Entrenamiento emocional? Eso suena sospechosamente romántico.
—No —corrigió, aunque la sonrisa lo traicionó—. Suena necesario.
—¿Dónde empieza? —preguntó ella.
—En un sitio donde nadie nos encuentre.
Minutos después, subieron al Jeep Rubicon negro, brillante y cubierto de polvo de los últimos viajes. John al volante, Sophia en el asiento del copiloto, los dos con la misma mezcla de curiosidad y nervios.
El vehículo rugió con potencia mientras dejaban atrás la ciudad, el asfalto transformándose en caminos de tierra y luego en senderos entre árboles.
—¿Dónde vamos exactamente? —preguntó ella, sujetando el cinturón cuando una curva cerrada la hizo reír.
—A un lugar donde nadie nos encuentre —respondió sin mirarla, con esa voz grave que siempre parecía prometer peligro y calma al mismo tiempo.
El camino terminó en una colina rodeada de pinos.
Frente a ellos, una cabaña de madera con un pequeño porche y humo saliendo de la chimenea.
Sophia lo miró, asombrada.
—¿Tenías esto preparado?
—Plan de contingencia —dijo él—. Todo operativo necesita un refugio.
Ella sonrió.
—O sea… una sorpresa.
—Exacto. Fase tres del plan Tormenta Roja: descanso obligatorio.
El Jeep negro se detuvo frente a la cabaña al amanecer. El aire olía a tierra húmeda y a pino. Las montañas aún tenían una bruma ligera, y el silencio era tan denso que Sophia lo sintió en el pecho.
John apagó el motor, se quitó el cinturón y miró alrededor con esa atención metódica que nunca abandonaba.
—Sin señal, sin ruido, sin curiosos. Perfecto.
—Bienvenida al centro de operaciones —anunció.
—¿Centro de operaciones o refugio romántico? —preguntó ella, bajándose del Jeep.
—Depende del día —dijo él, abriendo la puerta—. Hoy es entrenamiento, mañana… veremos.
Dentro, la cabaña olía a madera nueva y café. Había mantas dobladas, un sofá frente a la chimenea y una mesa con mapas y un termo.
Sophia recorrió el lugar con curiosidad.
—¿Tenías esto preparado?
—Siempre hay que prever un punto seguro.
Ella lo observó mientras él removía el fuego. El resplandor anaranjado iluminó su rostro, el contorno de los músculos y esa mirada serena que nunca parecía perder el control.
—¿Cuál es la primera regla de este entrenamiento? —preguntó Sophia.
—Fácil —dijo John, mirándola directo a los ojos—. No pensar en el caos. Solo en el presente.
Ella sonrió despacio.
—Eso suena como una trampa.
—Tal vez —admitió—. Pero es la única que funciona.
La cabaña estaba encendida por dentro, la chimenea crepitando y el olor a pino recién cortado llenando el aire. Afuera, el bosque se extendía bajo una neblina suave, ocultando cualquier señal del mundo.
Sobre la mesa, John había desplegado su libreta negra: el Manual Tormenta Roja. Las páginas estaban llenas de anotaciones, horarios, tachones y fotografías pegadas con cinta: la cena formal, la cita caótica, el vuelo en parapente, el helado compartido en el muelle. Cada imagen era una evidencia de su “misión”, y también del caos emocional que habían generado sin darse cuenta.
—Hemos superado más fases de las previstas —dijo Sophia, sentada frente a él con una taza de chocolate caliente—. La cena, el parque, el vuelo, el escándalo en redes… ¿y ahora esto? ¿Una cabaña en medio de la nada?
—Versión avanzada del plan —respondió John, con calma—. Aislamiento estratégico.
Ella arqueó una ceja.
—Esto huele más a escapada romántica que a estrategia.
—Depende del ángulo —replicó él, abriendo la libreta—. Añadimos nuevas reglas.
Sophia sonrió y se inclinó hacia adelante.
—De acuerdo, capitán. Dime.
John empezó a escribir.
—Regla seis: nada de celos —añadió Sophia, cruzando los brazos—. Esto es un trato, no una telenovela.
—Anotado —respondió John—. Pero si alguien intenta besarte, el trato se suspende por razones de seguridad.
—Eso suena a celos tácticos.
—Suena a prevención.
Ella lo miró con una sonrisa desafiante.
—Bien, entonces: regla siete. Todo se decide por mayoría de dos votos.
—Aceptado —dijo él—. Siempre y cuando mi voto valga doble en operaciones de riesgo.
—Ni lo sueñes.
—Regla ocho: toda misión debe documentarse. Fotos, videos, reportes.
—¿Con fines de espionaje?
—Con fines de memoria —respondió, mirándola con un dejo de humor—. Así recordaremos qué tan locos fuimos.
Sophia tomó el bolígrafo y escribió la suya.
—Regla nueve: nunca subestimar al enemigo.
—Regla anotada —respondió él—. Pero recuerda, en este plan no hay enemigos… solo cómplices.