El gigante y la pelirroja

Capítulo 13

Día 11 – Fase de campo: entre caballos, reglas y miradas

El amanecer en Austin llegó con un cielo despejado y un aire que olía a tierra húmeda y pasto recién cortado. Los Harrington habían planeado una cabalgata hasta el río, y aunque para todos era solo un paseo, para Sophia y John era también la aplicación práctica de la regla dos: contacto público suficiente para que nadie dude.

En el patio de la hacienda, los caballos resoplaban impacientes.

Sophia apareció con un look que provocó comentarios desde el primer minuto: camisa de cuadros azul y beige, ajustada en la cintura, jean entallado y botas vaqueras que parecían recién estrenadas. El sombrero marrón le daba un aire de película del oeste, aunque su expresión dejaba claro que el estilo le quedaba mejor que la práctica.

—No te rías —advirtió mirando a John, que ya la observaba con una sonrisa contenida.
—Ni se me ocurriría —respondió él, mientras se ajustaba las mangas de su camisa de franela.

John lucía exactamente como uno esperaría de un exmarine convertido en vaquero improvisado: camisa de cuadros oscuros, arremangada hasta los antebrazos, se ceñía sobre un torso que parecía tallado, pantalón negro y botas gastadas. El contraste entre su tamaño y el de ella era casi cómico; parecía capaz de cubrirla entera con un solo brazo.

Cuando Sophia intentó subir al caballo, el animal se movió inquieto, y ella soltó un grito ahogado.
—Tranquila —dijo John, acercándose—. Confía.

Antes de que pudiera protestar, la tomó por la cintura y la levantó con una sola mano, colocándola frente a él en la montura.

La escena provocó risas y comentarios inmediatos.

Sophia lo miró boquiabierta.
—¿Y si caigo?
—Imposible —susurró él, acomodándose detrás—. Ya te tengo.

— Y no te preocupes —murmuró, ajustándose detrás—. La regla dos también aplica aquí.
—¿Ah, sí?
—Contacto público suficiente. Nadie debe dudar.
—Claro —replicó ella—. Por la misión.
—Exacto —dijo él con voz baja, mientras sus brazos la rodeaban para tomar las riendas—. Solo por la misión.

Desde la camioneta, Alexander observaba la escena con media sonrisa, mientras Angie, sentada a su lado, le daba un leve codazo.
—Mira eso… hasta el caballo parece nervioso.
—El caballo no. Él sí —respondió Alexander divertido.

—¡Bueno! —gritó William, divertido—. ¡Si no pueden separarse ni para montar, que le pongan nombre al caballo de una vez!
—Tal vez “Confusión” —dijo Victoria, riendo—. Les queda perfecto.

Alexander negó con la cabeza.
—Yo pensé que era un paseo, no un espectáculo.
Angie, con Grace en brazos, sonrió divertida.
—Déjalos. Mira la química… eso no se entrena.

Sophia, intentando mantener la compostura, replicó:
—¡No empiecen! Solo estoy aprendiendo a montar.
—Claro —bromeó William—. Y él solo enseña tácticas de defensa.

John, sin inmutarse, sujetó las riendas y se inclinó un poco sobre ella.
—Deja que hablen —susurró junto a su oído—. Cuanto más lo niegues, más se divierten.
—¿Y tú disfrutas esto? —preguntó sin girarse.
—Depende —murmuró—. Si forma parte del entrenamiento, sí.

La caravana avanzó entre robles y senderos de tierra rojiza que serpenteaban entre colinas suaves. El aire fresco agitaba el cabello de Sophia, que sostenía su sombrero entre las manos para que el viento no se lo llevara. Frente a ella, John mantenía las riendas con precisión, los antebrazos tensos y las manos firmes, dirigiendo el caballo con la misma serenidad con la que parecía controlar todo lo que lo rodeaba.

El ritmo de los cascos creaba un compás pausado, casi hipnótico.
Cada vez que el terreno se volvía irregular, John la sujetaba por la cintura, asegurándose de que no perdiera el equilibrio.

—No te preocupes —dijo ella, con una sonrisa que no podía ocultar—. No pienso caerme.
—Lo sé —respondió él, sin apartar la vista del camino—. Pero no pienso soltarte igual.

De vez en cuando, cuando el caballo trotaban cuesta arriba o el viento le movía el cabello, John bajaba la cabeza y le rozaba el cuello con los labios.
No eran besos largos, apenas toques breves, cálidos, pero suficientes para que Sophia contuviera el aliento, sintiendo un cosquilleo que le recorría la espalda.
El gesto se repetía sin aviso, sin palabra, y cada vez ella se tensaba, fingiendo indiferencia mientras su corazón le latía demasiado rápido.

—¿Siempre aplicas tácticas de distracción así? —murmuró entre dientes.
—Solo cuando la misión lo exige —respondió él, con voz baja, cerca de su oído. Y evaluación de terreno sensible.

La risa se le escapó sin remedio, justo cuando detrás Peter lanzó una broma:
—¡Ey! Desde aquí parece que Sophia va escondida bajo un gigante.

Victoria casi se atraganta de la risa.
—No exageres. Se ven… adorables.
William añadió.
—¡Más bien parece una portada de película romántica!
Victoria añadió entre carcajadas:
—Con el título “Demasiado alto para huir”.
De vez en cuando, William hacía comentarios que arrancaban carcajadas.
— Adorables y coordinados. Como un oso con su muñeca.

Sophia giró medio cuerpo, riendo, el sombrero aún entre las manos, pero John la detuvo con una mano firme en la cintura. Su voz sonó baja, grave, rozándole el oído:
—Con cuidado, agente Müller. No quiero que el viento se lleve algo más que tu sombrero.




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