El gigante y la pelirroja

Capítulo 14

La noche siguiente, William, Victoria y su primo Peter aparecieron frente a la cabaña con tres sonrisas sospechosamente coordinadas. Los convencieron de acompañarlos a una fiesta en las afueras de Austin.

—Vamos, preparen sus mejores pasos —anunció William—. Hay fiesta en el lago.
—Y no aceptamos excusas militares —añadió Victoria, agitando las llaves del jeep.

Alexander y Angie se quedaron en la hacienda con Grace, entre risas cómplices y advertencias de “pórtense bien”.
Lo que nadie les había dicho era un detalle crucial: la fiesta era de espuma.

El lugar estaba iluminado con luces de neón azul y violeta que rebotaban sobre el césped húmedo. Una plataforma central lanzaba chorros de espuma que caían como nieve bajo el calor texano, cubriendo el suelo con una alfombra blanca que olía a jabón y perfume caro. La música vibraba en el aire, un ritmo pegajoso que hacía imposible quedarse quieto.

John vestía una camiseta negra ajustada, jeans claros y tenis blancos que ya empezaban a sufrir las consecuencias del terreno.
Sophia, en cambio, llevaba unos shorts de mezclilla, una camisa color durazno anudada a la cintura y el cabello suelto, con ondas que brillaban bajo las luces.

Cuando vieron la espuma caer, John se detuvo en seco.
—No pienso meterme ahí —advirtió él.
—Pues qué pena, grandote —respondió Sophia—, porque ya estás en territorio enemigo.

John se detuvo en seco, observando cómo la espuma caía del techo en ráfagas que iluminaban el aire con reflejos azulados. La pista de baile era un caos controlado: luces estroboscópicas, música que vibraba en el pecho, y decenas de personas riendo, bailando y lanzándose espuma como si la noche no tuviera final. El olor a jabón y perfume se mezclaba con el de las bebidas, y el suelo resbalaba lo suficiente para convertir cada paso en una apuesta.

—Müller, eso no es terreno seguro —advirtió él, con esa seriedad que lo hacía sonar más comandante que acompañante.

Sophia se giró, el cabello ondeando con la luz, los labios curvados en una sonrisa provocadora.
—Relájate, soldado. No estamos en misión.

El ritmo de la música subió, el DJ gritó algo ininteligible y un cañón de espuma explotó justo al lado. Antes de que John pudiera decir algo más, Sophia lo empujó suavemente hacia el centro.

El impacto fue inmediato: espuma hasta las rodillas, luces girando, gente que bailaba sin preocuparse de nada. John, sorprendido, dio un paso en falso y trató de mantener el equilibrio. Su expresión era la de alguien que había entrenado para todo… excepto para eso.

—Esto es un campo minado —dijo, apartándose la espuma de la cara con una mano.

Sophia estalló en carcajadas, con los ojos brillando.
—Y acabas de pisarlo —replicó, lanzándole un puñado de espuma directo al pecho.

La multitud los rodeaba, girando y saltando entre la música. Una pareja se abrazaba bajo la lluvia de burbujas; otros reían mientras intentaban tomarse selfies antes de que el jabón cubriera la cámara. Todo era movimiento, risas y luz.

John, resignado, dejó escapar una sonrisa.
—Esto es una locura.
Sophia dio un paso hacia él, aún riendo.
—No. Esto es el caos con ritmo.

Él la observó unos segundos más, antes de rendirse completamente a la escena.
—Entonces, Müller, considérame oficialmente fuera de protocolo.

Y sin esperar respuesta, le devolvió el ataque, lanzándole espuma al rostro. Ella gritó, riendo, mientras él la atrapaba para evitar que resbalara. El público a su alrededor aplaudía, contagiado por su energía, mientras la noche se volvía un torbellino de espuma, risas y miradas que decían mucho más que cualquier regla del plan.

—¡Confirmado! —gritó William desde la orilla—. El exmilitar ha sido neutralizado.
Victoria, riendo, grababa con su teléfono.
—Esto va directo a los archivos familiares.
—Yo solo espero que sobreviva —añadió Peter, fingiendo preocupación—. El sujeto tiene el rostro de quien no ha perdido una misión… hasta hoy.

Ambos patinaron un poco, terminaron riendo a carcajadas, cubiertos de espuma hasta las rodillas.

—Müller, esto es sabotaje.
—Regla doce —respondió ella, divertida—: improvisar.

Cada intento por limpiar el rostro del otro solo empeoraba el desastre.
Sophia, riendo tanto que apenas podía ver, intentó apartarle la espuma de la barba con la mano. Pero el movimiento, torpe y rápido, solo logró esparcirle más jabón por la cara. John, con paciencia militar pero una sonrisa rendida, tomó su turno y trató de quitarle el exceso del cabello, sus dedos hundiéndose entre los mechones empapados. El resultado fue igual de caótico: una nueva ráfaga de burbujas los cubrió a ambos, y terminaron ciegos, riendo y tosiendo entre espuma.

La gente alrededor los observaba divertidos. Algunos aplaudían, otros lanzaban más espuma para “ayudar” al espectáculo improvisado. Una pareja grababa el momento con sus móviles, mientras el DJ gritaba algo sobre “los campeones de la noche”.
Sophia, con la respiración entrecortada y la sonrisa pintada en el rostro, intentó limpiarle los ojos con la manga del suéter, sin éxito.
—Eres imposible —dijo, riendo.
—Y tú peligrosa —respondió John, sujetándola por la cintura para evitar que resbalara otra vez.

—Admite que te estás divirtiendo —dijo ella, jadeando entre risas.
—Admito que la táctica de infiltración fue efectiva —replicó él, con esa sonrisa que siempre la desarmaba.




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