Día 14 — Manual de supervivencia familiar
El fin de semana en Texas había dejado tras de sí algo más que recuerdos.
Dejaba risas, miradas largas que se prolongaban sin intención, momentos que se repetían en la memoria con una claridad que asustaba.
Habían vuelto a Nueva York con la sensación de que algo se había movido entre ellos, algo imposible de disimular aunque ambos siguieran fingiendo que todo formaba parte de una misión perfectamente calculada.
El taxi se detuvo frente al edificio de Sophia, y el ruido de la ciudad los envolvió de inmediato: bocinas, pasos, vida acelerada. El contraste con el aire libre y perfumado de la hacienda de los Harrington era brutal.
Subieron con las maletas, riendo todavía por lo torpe que había sido John al intentar cerrar una de ellas.
—Definitivamente, no naciste para empacar ropa —dijo Sophia, cruzándose de brazos.
—Tienes razón —replicó él, dejando caer la maleta junto al sofá—. Pero puedo armar una tienda de campaña bajo lluvia en menos de tres minutos.
—Impresionante… aunque en Texas solo necesitabas evitar que me lanzaras al río.
John arqueó una ceja.
—Corrección: tú te lanzaste al río. Yo solo traté de evitar una catástrofe.
—Y caíste conmigo.
—Detalles técnicos —contestó, sonriendo apenas.
Ambos se sentaron frente al portátil, donde Sophia abría sus redes sociales.
En la pantalla, el resumen del viaje ya se había convertido en tendencia: videos de la cabalgata hacia el río, la caída épica en el agua, y, por supuesto, la fiesta de espuma donde las fotos los mostraban riendo, cubiertos de burbujas y, en más de una imagen, demasiado cerca.
John se inclinó sobre su hombro.
—¿Cuántos comentarios van?
Sophia desplazó la pantalla y soltó una carcajada.
—Ciento veintitrés en la última hora.
—¿Y qué dicen?
—Que parecemos sacados de una comedia romántica.
—Somos una operación encubierta muy seria —dijo John, con esa media sonrisa que siempre aparecía cuando intentaba disimular lo evidente.
—Tenía los brazos cruzados, el tono grave, pero los ojos le brillaban con diversión.
Sophia lo miró por encima de la pantalla, conteniendo una risa.
—Claro, porque las operaciones encubiertas incluyen besos, toboganes de espuma y selfies virales.
John inclinó la cabeza, fingiendo reflexión.
—Procedimientos modernos. Adaptación táctica.
—Ajá —dijo ella, arqueando una ceja—. Y la táctica es hacer que medio internet crea que estamos enamorados.
—Misión cumplida entonces —replicó él, sin apartar la mirada.
Ella sintió un cosquilleo incómodo y familiar
John negó con la cabeza, divertido.
—El algoritmo nos delató.
—O la química —dijo Sophia, bajando la voz, aunque no lo miró de inmediato.
En la pantalla, el video del tobogán mostraba a ambos deslizándose entre espuma y risas.
John la sostenía por la cintura, protegiéndola del impacto final, y al caer, ella lo abrazaba riendo.
Sophia pausó el video en ese instante.
—Mira eso. Parecemos…
—Felices —completó él, sin pensarlo.
Hubo un silencio breve.
Sophia lo miró de reojo, luego volvió a la pantalla.
—Y lo estábamos.
—Sí —asintió él—. Lo estábamos.
El siguiente clip era del río. El grupo gritaba y reía, pero la cámara —operada por William, sin duda— había captado justo el momento en que John la besaba bajo la cascada.
Ella le dio play con una mezcla de nervios y ternura.
—Oh, no. Sabía que alguien lo había grabado.
John la observó, la voz más baja.
—No lo borres.
—¿Y por qué no?
—Porque no parece actuación.
Ella giró lentamente hacia él.
Por un instante, ninguno dijo nada. El sonido del tráfico llegaba amortiguado desde la ventana; solo se escuchaba el leve zumbido del ventilador del computador.
Sophia cerró el portátil con suavidad, como quien pone pausa a un pensamiento antes de que se vuelva demasiado evidente. La habitación quedó en un silencio liviano, interrumpido solo por el murmullo lejano de la ciudad. La luz del atardecer entraba por la ventana, tiñendo de naranja el borde del sofá y el perfil de John, que seguía sentado frente a ella, con esa calma que contrastaba con el caos de su mente.
—Mañana salgo a Alemania —dijo, volviendo a su tono habitual, aunque la voz le tembló apenas un poco.
John asintió sin dudar, como si ya lo hubiera previsto.
—Ya revisé los boletos. Estaré contigo.
Ella lo observó con sorpresa.
—¿Seguro? Será otra prueba de fuego —dijo con una sonrisa nerviosa.
John se recostó, cruzando los brazos, y respondió con esa mezcla de ironía y serenidad que le salía natural.
—Perfecto. Me especializo en ambientes hostiles.
La frase la hizo reír, pero también la desarmó un poco. Lo miró en silencio unos segundos, y notó cómo el gesto relajado de él se suavizaba cuando la veía sonreír. Había algo en su presencia que la calmaba y la alteraba al mismo tiempo; un equilibrio extraño entre refugio y provocación.
Sophia se acomodó en el sillón, abrazando una almohada.
—No es un ambiente hostil… solo tenso. Mi madre te va a adorar —dijo, con un suspiro—.
John la miró, divertido.
—¿Y tu padre?
Ella frunció el ceño, bajando la mirada.
—Mi padre… —hizo una pausa larga, como si buscara las palabras correctas— intentará convencerme de casarme con Mark Weber.
John no respondió de inmediato. Se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre las rodillas, la mirada fija en ella.
El brillo de la lámpara del salón le marcaba los rasgos, haciéndolo parecer aún más sereno de lo que en realidad estaba. Sophia hablaba con naturalidad, pero él notaba la tensión escondida detrás de su sonrisa.
Finalmente, con voz baja y controlada, rompió el silencio.
—Entonces, Müller —dijo al fin, con tono tranquilo—, será una misión interesante.