Día 22 – Operación Distancia
Hamburgo amaneció con un cielo de estaño y una llovizna tan fina que parecía flotar en el aire, envolviendo la ciudad en un velo de plata. Los adoquines brillaban con reflejos opacos, y las ventanas empañadas del apartamento filtraban la luz gris del amanecer. En la cocina, el aroma del café recién hecho se mezclaba con el de la lluvia y el sonido rítmico del reloj del pasillo marcando las ocho en punto.
Sophia, descalza, caminaba sobre el suelo frío con pasos distraídos. Llevaba una bata de satén color crema, atada flojamente a la cintura, y el cabello húmedo recogido en un moño descuidado del que escapaban mechones rebeldes. Cada tanto, alguno le rozaba las mejillas o la clavícula, dejándole una sensación tibia sobre la piel. Se detuvo junto a la ventana, taza en mano, mirando cómo el puerto se reflejaba en tonos grises sobre el agua. El vapor del café empañó un poco el cristal justo cuando el teléfono vibró sobre la mesa.
Frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla: Vater.
Rodó los ojos con un gesto de resignación cómica, tomó aire y contestó.
—Guten Morgen, papá —dijo, con ese tono entre afecto e ironía que reservaba solo para él.
La voz de Klaus Müller llegó firme y modulada, tan precisa que parecía salida de una junta corporativa.
—Buenos días, Sophia. Necesito hablar con el señor Miller.
Sophia, con la taza a medio camino de sus labios, frunció el ceño y se giró hacia la puerta.
—¿Con John? ¿Por qué?
—Porque necesito un favor —respondió su padre, directo, sin preámbulos—. Tengo una reunión en Moscú. Tres días. Y hay detalles de seguridad que no puedo dejar al azar. He revisado su trayectoria. Su empresa tiene protocolos excepcionales y un índice de éxito impecable.
Sophia arqueó una ceja, dejando la taza sobre la mesa con un leve clink.
—¿Me estás diciendo que lo investigaste?
—Por supuesto —replicó Klaus, con naturalidad germánica—. Quería saber con quién estaba mi hija… y también lo mínimo que hago antes de confiarle mi seguridad a alguien. No se trata solo de su pasado militar, sino de su criterio.
Sophia abrió la boca para responder, pero justo entonces John apareció en el marco de la puerta.
Llevaba una camisa gris de manga arremangada, el cabello aún húmedo, y la sombra de una barba perfectamente delineada. Avanzó con pasos tranquilos, la mirada fija en ella. Su presencia llenó el espacio sin necesidad de ruido. Se detuvo a un par de metros, apoyando una mano en el marco.
—Mi padre —murmuró Sophia, haciendo un gesto con el teléfono—. Dice que te quiere reclutar o algo así.
John sonrió apenas, con ese gesto controlado que siempre parecía esconder un pensamiento más profundo. Caminó hasta la mesa y, con suavidad, le quitó el teléfono de la mano.
—Señor Müller, John Miller al habla —dijo, su voz grave y pausada resonando con autoridad natural.
El tono del padre cambió de inmediato, de severo a diplomático.
—Miller. Me alegra poder contactarlo directamente. He leído sobre su experiencia: exmarine, operaciones estratégicas internacionales, consultor privado de seguridad. Usted dirige Aegis Global Security, ¿correcto?
—Así es —respondió John, apoyando una mano en el respaldo de la silla frente a Sophia—. Nos especializamos en evaluación de riesgo y logística corporativa.
—Perfecto. Necesito que supervise la seguridad de una cumbre en Moscú —dijo Klaus, con ese acento preciso que convertía cada palabra en un comando—. Habrá información confidencial y no confío en la cobertura local. Viajaré personalmente y prefiero tenerlo a mi lado.
Sophia lo observaba con los brazos cruzados, el ceño fruncido y un brillo de curiosidad en los ojos. John, sin mirarla, asintió con la cabeza.
—Entendido. Reunión de tres días. Necesitaré los itinerarios, la lista de asistentes y un mapa del recinto.
—Los recibirá en su correo esta tarde —respondió Klaus, como si la decisión ya estuviera tomada—. Yo me encargo de los pasajes. El vuelo saldrá mañana temprano.
John apoyó la otra mano en el respaldo, su postura relajada pero firme.
—Agradezco su confianza, señor Müller. Prometo que volverá a Hamburgo con todo bajo control.
—Eso espero —dijo Klaus, con una ligera inflexión de respeto—. Confío en su criterio… y en su disciplina.
John asintió una vez, su voz grave y segura.
—No lo defraudaré.
Hubo una breve pausa, un silencio cargado de respeto mutuo. Finalmente, Klaus habló con un tono más personal.
—Lo sé —dijo simplemente—. Por eso lo elegí. Nos vemos mañana en el aeropuerto.
La llamada terminó. John devolvió el móvil con una calma impecable.
Sophia lo observó unos segundos, los labios entreabiertos, antes de alzar una ceja.
—¿Entonces ya tienes jefe nuevo? —preguntó, en tono burlón.
Él ladeó la cabeza, una sonrisa asomando.
—Digamos que tu padre me ha reclutado temporalmente.
Sophia dejó la taza y cruzó los brazos, fingiendo molestia.
—¿Y aceptaste así, sin pensarlo?
John se encogió de hombros, el gesto relajado, aunque la mirada decía otra cosa.
—Es un favor, Müller. Y tu padre no parece un hombre al que se le diga que no fácilmente. Además —añadió, con un brillo divertido en los ojos—, Moscú no es precisamente un destino aburrido.