Día 26 — Cuenta regresiva: Plan Tormenta Roja - Parte 3
Mientras tanto, en el aeropuerto de Hamburgo, el reloj marcaba más de las diez y media de la mañana.
Sophia apretó la bufanda beige contra el cuello. Intentaba mantener la calma, pero sus pasos delataban la ansiedad.
El teléfono vibró en su bolsillo.
Lo sacó tan rápido que casi lo deja caer.
El nombre en la pantalla le heló la sangre: Vater.
—¡Papá! —respondió con la voz entrecortada—. ¿Dónde están? ¡Los hemos estado esperando desde hace más de media hora! ¡El vuelo ya aterrizó!
Del otro lado hubo un silencio tenso, apenas un segundo, pero suficiente para que el corazón de Sophia se desbocara.
Luego, la voz de Klaus Müller llegó grave, entrecortada, como si cada palabra pesara.
—Sophia, escúchame. No estamos en el avión. Estamos en la embajada alemana en Moscú.
Ella se detuvo en seco, el teléfono temblando entre sus dedos.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Nos interceptaron en la carretera —dijo él, respirando con esfuerzo—. Un grupo armado intentó detenernos.
Sophia sintió un nudo cerrarse en su garganta.
—¿Interceptar? ¡Papá! ¡Por Dios, estás bien?
—Sí, sí, estoy bien —aclaró Klaus enseguida, con esa voz firme que intentaba sonar tranquila pero dejaba entrever la tensión—. No te preocupes por mí, hija..
Sophia tragó saliva, el teléfono le temblaba en la mano.
—¿Y John? ¿Dónde está? ¿Por qué no llegaron?
Del otro lado, Klaus respiró hondo antes de responder.
—John… resultó herido, Sophia. Una bala en el hombro.
Ella se quedó en silencio, como si no terminara de entender.
—¿Qué? ¿Cómo que herido? —su voz subió un tono, quebrada.
—Le dispararon en el hombro cuando intentó protegerme. —La voz de Klaus se quebró apenas—. Ya lo están atendiendo. La bala no tocó nada vital, pero perdió mucha sangre.
Sophia apretó el teléfono contra la oreja con fuerza, caminando de un extremo a otro frente a las puertas automáticas. Su respiración se volvió corta.
—No… no puede ser —murmuró, llevándose una mano al pecho—. Tres días fuera, y lo primero que hace es jugarse la vida.
Amelia se acercó rápido, tomándola por los hombros.
—¿Qué pasa? ¿Qué dijo tu padre?
Sophia la miró, con los ojos llenos de lágrimas.
—John está herido… lo atacaron.
Del otro lado de la línea, Klaus intentó mantener la voz firme.
—Está consciente por momentos, Sophia, pero fuera de peligro. Perdió bastante sangre, eso sí.. El médico dice que estará bien. Lo suturan ahora. Apenas despierte, te llamo. Te lo prometo.
Sophia empezó a caminar sin rumbo, una mano en el cabello, la otra aferrando el teléfono como si pudiera sujetar el mundo desde ahí.
—Dios mío… —susurró—. Tres días fuera y lo primero que hace es jugarse la vida.
Klaus soltó una risa leve, amarga.
—Créeme, hija, ni yo me lo esperaba. Cuando nos interceptaron, se puso delante de mí sin pensarlo. Fue puro reflejo.
—Claro que fue reflejo —respondió ella, entre lágrimas—. Reflejo de idiota. Pero… ¿de verdad está bien, papá? ¿Lo prometes?
—Sí —aseguró él, con la calma más convincente que pudo reunir—. Perdió bastante sangre, pero ya está estable. No te preocupes, cariño, el médico dice que se va a recuperar.
—Te aseguro que los responsables ya están arrestados. La policía rusa actuó rápido. John me empujó antes del disparo. Si no fuera por él…
Klaus no terminó la frase.
Amelia, escuchando, se llevó la mano a la boca.
Sophia cerró los ojos, respirando hondo, la voz temblando.
—Ese hombre… —murmuró entre dientes—. Lo voy a matar yo misma por hacer algo tan estúpido… después de abrazarlo y besarlo.
Klaus dejó escapar una risa leve, cansada.
—Eso suena exactamente a ti.
Sophia apretó el teléfono contra el pecho, los ojos húmedos.
—Quiero hablar con él —susurró.
Klaus negó despacio, aunque sabía que no podía verla.
—Aún no, liebling. Lo están suturando. Le pondrán un suero y lo mantendrán en observación. En cuanto despierte, te llamaré. Te lo prometo hija.
Sophia sonrió entre lágrimas.
—Dile la regla diez. Y que no pienso perdonarlo si no vuelve entero —dijo Sophia, con la voz rota y una sonrisa que no se sostenía sin lágrimas—. Y recuerda la regla dieciséis… aunque esta vez fue contra otro enemigo.
Klaus la miró, sorprendido por la mezcla de ternura y enfado en su hija.
—¿Que le diga la regla dieciséis… pero que la violó por otro enemigo? —preguntó, ladeando la cabeza, incapaz de no dejarse llevar por la incredulidad.
Sophia asintió con lentitud, apretando el teléfono contra la mejilla.
—Dile exactamente eso, papá. Que la regla diez ahora significa reír con él, dormir con él y convertirlo en refugio. Y que si la regla dieciséis decía “mantente alejado del enemigo”, esta vez el “enemigo” fue quien se atrevió a tocar a mi familia. Que lo perdono por protegerte, pero que lo mato si vuelve hecho un colador —añadió, y la amenaza venía envuelta en una carcajada ahogada.
Klaus soltó una exhalación que fue a medias entre risa y alivio.
—Bien —dijo, con voz más suave—. Le digo eso. Y le añado que te he visto más decidida que nunca.