El giro de mi vida

Capítulo 1

Astoria

El sol pega como si California necesitara presumir desde el minuto uno. Un cielo azul, palmeras que se balancean con ese aire de película barata, calles limpias como si alguien se levantara todas las mañanas y pasara una aspiradora gigante. Todo parece perfecto, para lo imperfecto que es. Miro desde la ventana del auto, la frente apoyada contra el vidrio caliente, como si pudiera absorber algo de sentido en medio de tanto decorado de postal. Todas las casas eran iguales, como si alguien las hubiera copiado y pegado con prisa. No hay ni un solo cartel fuera de lugar. Todo esta tan ordenadamente perfecto que molesta.

Jeremy va en el asiento del medio, con los auriculares puestos en el cuello y su mirada que intenta leer el ánimo de todos sin molestar a nadie. Él siempre es el intermediario, el que no quiere que nadie explote.

—Mira, hay una pista de patinaje cerca… Y el clima no está tan mal, ¿no? —dice, con un tono suave, casi como si hablara más para él que para nosotros

No le contesto. Yo se que él no espera una respuesta, pero igual habla. Es su forma de no dejar que todo se despegue. A veces quiero abrazarlo y otras, gritarle que no siga fingiendo que esto está bien. Pero él no finge, él solo quiere mantenernos juntos. Y eso, aunque no lo diga, también está agotado.

Logan salta en el asiento de atrás como si le hubieran dado una bebida energética como desayuno. Cada dos segundos del viaje lanza una nueva pregunta:

—¡Ey, ey! ¿Podemos ir a la playa hoy? ¿La nueva casa tiene piscina? ¡Por favor que tenga piscina! ¡ Y helado! Seguro hay helado de uva, ¡es California tiene que haber!

—Tal vez— responde mi madre desde el asiento del copiloto, con una sonrisa demasiado amplia para todas las horas que llevamos en este auto. Su tono es de esos que usan para convencer a un niño de que las vacunas no duelen

Mientras ellos hablan de lo que sea, yo me dispongo a seguir mirando por la ventana mientras por mi cabeza se pasa un solo pensamiento: Pueden cambiar el paisaje, pero no la familia.

Cuando por fin doblamos en la calle que lleva a la nueva casa, todo se siente más… real. Su color blanco resalta demasiado entre las casas del vecindario, como si intentara llamar la atención . Mi madre es la primera que se baja, saca una llave brillante de su bolso y la muestra como si fuera un trofeo.

—¿No es hermosa?— dice, como si eso alcanzara para borrar todo lo que dejamos atrás.

Entramos y lo primero que se escucha es el eco. El piso brilla, las paredes huelen a pintura reciente, y cada rincón se siente ajeno. Sin alma, como si nos estuviéramos en la casa de alguien más.

En el buzón logro divisar una carta, con otro nombre, no el de nosotros. La agarro sin preguntar nada y la meto en el bolsillo de mi pantalón. Esto solo me genera más dudas, alguien más vivió aquí alguien más se fue, habrá sido obligado? ¿Paso algo en esta caso, o en el vecindario?

—Esto no es mío.— dice Logan, mientras cruzamos el pasillo con cajas en las manos, y se tropieza con una que dice “frágil”.

—Nada de esto lo es— digo en silencio más para mi que para el resto.

Elliot, como si fuera el padre de un libreto que ya ensayó, nos llama a la cocina. Todos nos sentamos, algunos con más ganas que otros. Apoya las manos sobre la mesa, con su típica postura de “confíen en mí yo sé lo que hago” y dice:

— Sé que esto puede parecer repentino, pero no hay ningún problema. Solo estamos haciendo lo mismo de siempre, en otro lugar. Si seguimos siendo nosotros, todo va a estar bien.

Nos mira a cada uno, como si estuviera en una presentación empresarial. Tiene esa sonrisa medida que usa en sus reuniones. El tipo de sonrisa que dice “esto está bajo control” aunque nadie lo sienta así.

—No se preocupen— continúa—. Vamos a adaptarnos rápido, Es solo una cuestión de actitud.

Jeremy baja la mirada, mordiéndose el labio. Logan suelta una risita y dice:

—Entonces.. ¡yo quiero seguir siendo el gracioso!

Se ríen. Mamá le sonríe. Papá lo mira con aprobación. Yo me atraganto con el silencio y pienso: lo dice como si fuéramos una empresa que trasladó su sede. Como si el resto de nosotros no hubiéramos dejado media vida atrás.

—¿Y el colegio?— pregunto de repente, sin mirar a nadie. Solo quiero saber cuanto tiempo tenemos antes de que todo empiece otra vez.

Mi madre se acomoda el cabello, como si el gesto le diera tiempo para ordenar la respuesta.

—Van a empezar dentro de dos semanas—responde—. El sistema es parecido pero tiene otras materias. Ya mandamos los papeles. Van a ir al mismo instituto, uno bastante bueno según dicen.

Jeremy levanta la vista, interesa.

—¿Y mi universidad?

—Estás aceptado en la universidad. Te va a llegar un correo esta semana diciéndote cuando empiezas— dice ella con una sonrisa que esta vez parece real—. Nos pusimos en marcha apenas supimos que veníamos para acá.

Jeremy asiente, y por un segundo me parece verlo tranquilo. Como si necesitara esa certeza para respirar un poco mejor.

Yo solo me dispongo a asentir. Dos semana, catorce días, 336 horas para aprender a existir en un lugar que no me conoce y que no quiero conocer.

Un rato después, Jeremy propone armar las habitaciones juntos, Logan sin pensarlo dos veces se suma. Tira los almohadones por el aire y se lanza al colchón inflable como si fuera el mejor hotel del mundo. Jeremy le revuelve el pelo haciéndolo reír aún más que recién. Yo me quedo en el marco de la puerta, de brazos cruzados, mientras finjo estar molesta, aunque aún así me quedo.

Un pequeño momento de calidez forzada. Como si el vínculo entre nosotros tres fuera lo único estable en el medio del caos.

Esa noche no puedo dormir. Las cajas apiladas, las paredes desnudas, el colchón con sábanas que no son mías. Todo se siente falso. Me siento frente a la ventana de la habitación, mirando la calle vacía, con el aire tibio de una ciudad que no me pertenece.




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