Ryota
El sonido de las ruedas contra el cemento es lo único que escucho mientras acelero sobre la curva. Me lanzo al aire durante unos segundos y caigo firme. La vibración me recorre los tobillos y sube por las piernas. Esta es la sensación que me mantiene vivo.
La pista está llena, se escuchan voces, gritos, música saliendo de un parlante medio roto. El sol pega fuerte, el concreto levanta calor, pero nadie parece quejarse, yo tampoco. Este lugar es mi refugio, el único pedazo del mundo que siento realmente mío.
—¡Dale Ryo, esto va directo a un reel!— grita Kai desde la baranda.
Tiene la cámara en mano y los auriculares colgando del cuello, como siempre. Su gorra está al revés, sus rizos se escapan por todos lados y la sonrisa no se le borra nunca. Kai no para, organiza competencias, graba todos nuestros trucos, inventa hashtags ridículos, y encima se las ingenia para que todos le sigamos el ritmo.
Para mi Kai es una persona que no para nunca, ni siquiera para pensar, y capaz por eso lo seguimos sin dudar, su actitud tan despreocupada hace que le creamos cuando dudamos si hacer algo o no.
Freno un rato lo miro y me hace señas para que repita el truco. Me río y niego con la cabeza. Kai chifla, medio frustrado, medio exagerado, siempre es así, siempre nos pide que repitamos los trucos para volver a grabarlos desde otro ángulo.
—¡Dale! ¡Ponle ganas! ¡Esto es por la cultura del skateboarding hermano!
Unos metros más lejos, Zane se lanza desde una de las rampas más altas. Su tabla vuela, gira en el aire y cae sin ninguna pista de equilibrio, tanto él como la tabla. Se golpea el hombro contra el suelo, pero se levanta como si no fuera nada.
—¿Viste eso Ryo?— dice, sacudiéndose el polvo—. Eso fue pura gracia.
Tiene un nuevo tatuaje en el cuello. Parece ser una serpiente envuelta en fuego. No lo había visto antes. No digo nada, pero él se da cuenta de que lo miré.
—¿Qué? ¿Te gusta?— pregunta con una sonrisa torcida. —¿Te animas a intentarlo o vas a seguir en modo zen?— lanza, provocador.
Zane es así, el rebelde, busca el truco más peligroso, el salto más alto, la caída más dramática. Pero tiene códigos, no traiciona, no obliga, no te tira de la tabla, solo te empuja hasta tu límite.
—¡Eli, es tu turno!— grita Kai, apuntando la cámara hacia el más joven de nuestro grupo.
Eli Nguyen, se ajusta los cordones por quinta vez. Tiene el ceño fruncido y murmura cosas como ”una más, una más” mientras ajusta su postura. Es bajito, rápido y obsesivo con cada movimiento. Se lanza y falla, pero eso no lo detiene, vuelve a intentarlo, una dos, tres veces más.
Mientras lo miro me viene un recuerdo a la cabeza, yo, Eli me recuerda a mí cuando llegué, sin hablarle a nadie, solo con la patineta.
El grupo entero es una mezcla rara. Somos ruidosos, desordenados, somos completamente distintos, unos muy estudiosos y otros completamente distintos. Pero hay algo que nos mantiene unidos, el skateboarding. No hablamos mucho de lo que nos pasa, pero siempre estamos para el otro. Y eso, para mí, ya es como una familia.
A veces pienso que la pista de skate es lo más parecido a un hogar constante que tengo.
🛹
Cuando el sol empieza a caer vuelvo a casa. La luz entra por las ventanas y pinta todo de naranja. Abro la puerta y nada, solo hay silencio. Mi mamá no está, otra vez.
En el refrigerador hay un recipiente de arroz y pollo, junto a una nota al frente:
“la comida está en el microondas, te amo<3”
Me sirvo la comida sin calentarla, porqué no tengo ganas. Subo las escaleras sin prender las luces, paso por el pasillo sin mirar las fotos enmarcadas. En mi cuarto, dejo la patineta apoyada contra la pared y me tiro en la cama.
Miro el techo, el silencio de esta casa es distinto al de la pista. Aquí pesa, y huele a soledad.
Mi mamá trabaja todo el día, dice que es temporal. Que pronto todo va a estar bien, como si las promesas pudieran rellenar los huecos de la casa.
Miro mi celular y veo un mensaje sin abrir de mi papá, que dice:
“Sólo seis meses más, Ryota. Lo prometo”
Lo dejo sin abrir, como los anteriores. Y como los que seguramente vendrán después.
🛹
Al día siguiente, estamos sentados en la baranda después de un par de horas patinando. Kai pone música desde su parlante, algo funky, pero con ritmo alegre. Zane enciende un cigarro, e Eli sigue practicando, nunca se cansa.
—Oigan, ¿les conté que hay gente nueva en el barrio? —dice Kai, mirando la pantalla de sus cámaras.
—¿Otra mudanza?— pregunto, sin mucho interés.
—Sí, vi a una chica pelirroja bajando cajas el otro día. Nueva nueva. —dice a lo Zane se ríe
—Si es pelirroja, seguro tiene carácter. A ver si te enamoras por fin, Ryo.
Levanto una ceja y le lanzo una botella vacía que esquiva por puro reflejo.
Me río. Pero algo de lo que dijo Kai me queda dando vueltas. Gente nueva. Pelirroja. Mudanza. No sé por qué, pero me suena a algo importante.
Me recuesto en el barandal. Miro al cielo, las nubes ya no están. El calor no afloja, pero no importa.
Aquí no tengo que explicar nada. Solo caer bien parado.
Cierro los ojos y me acuerdo de cuando yo era el nuevo. De cómo Kai me hizo lugar sin preguntarme nada. Cómo Zane me desafiaba cada dos minutos. Cómo Eli me espiaba a escondidas y después intentaba copiar mis trucos. No me pidieron nada, solo me dejaron estar.
Nunca hablamos de lo que sentimos, pero si uno cae, todos corren. Supongo que eso también es afecto.
El sol baja aún más, Kai sigue con su música, Zane fuma en silencio y Eli sigue cayendo, levantándose y probando de nuevo. Yo solo me quedo ahí, sin moverme, mirando el cielo.
Mucha gente dice que el sol de California lo arregla todo, pero no lo sé. A mí solo me quema la cara, pero aquí , por lo menos, nadie me pregunta si estoy bien, y con eso me basta por ahora.