Erde un mundo, donde el uso de la magia es común, y las guerras son enfrentadas con arcos y espadas. Existe cierto orfanato, dentro de un pequeño pueblo a las afueras de una gran ciudad. El orfanato, el cual es manejado por la iglesia, no discrimina a ningún niño, teniendo así una gran variedad de razas viviendo juntas, pero aun entre estas, hay dos pequeños que destacan: el gran Godwin y la hermosa Cetis.
Elfos, Enanos, algunos pocos de las tribus; Canibus,
Feles y Cuni, pero sobre todo humanos, son los principales habitantes de aquel lugar, todos ellos pasan sus días pacíficamente, jugando y riendo, olvidándose por completo de cualquier responsabilidad, ya que estas las realizaban los miembros de la iglesia y Cetis, o al menos eso creían los pequeños.
—Godwin, ¿podrías barrer el edificio? —pregunto Cetis, sin apartar la mirada del libro que tenía en su mano.
—Entendido —respondió Godwin, con una gran sonrisa para después empezar a barrer.
A Godwin le encantaba ayudar, él quería lo mejor para los niños, sin embargo, por culpa de su aspecto cada vez que lo intentaba, el resultado era totalmente desastroso. Los pequeños terminaban llorando y huyendo del lugar. No es que los infantes fuesen cobardes, simplemente la figura del joven era demasiado perturbadora, su gordura llegaba al grado de la deformidad, y su rostro..., su rostro era aún peor, los rasgos de este no se acercaban a los humanos, más bien era como si la cabeza de un cerdo estuviera pegada a su cuello.
A pesar de ser muy amigable y bondadosa, Cetis nunca había ayudado en las tareas del orfanato, no cocinaba, no limpiaba y no lavaba la ropa, todo esto lo hacía Godwin, pero por obvias razones, la joven se llevaba el crédito.
Cetis, se dedicaba solamente a ampliar su entendimiento sobre diversos temas, con el fin de llegar lejos en la vida. En su estado actual, no perdería contra nadie de la misma edad, ni siquiera un estudiante top, de la academia mágica.
La mayor parte de los estudiantes en la academia mágica son nobles, los cuales entran por su estatus y simplemente por obligación. Sólo unos pocos son apasionados con el saber, esta minoría, ansia el conocimiento con gran fervor (siendo estos los mejores estudiantes), llegando al grado de transformar aquel honorable deseo, en una búsqueda enferma y descarriada.
—Señorita Cetis, ¿realmente es tan importante leer? —cuestiono Godwin, mientras limpiaba las ventanas.
—Te lo he repetido varias veces, pienso irme, Godwin. Acaso crees que el orfanato es todo en el mundo. Existen incontables maravillas, tantas y tan esplendorosas, que no terminaría de describirlas todas. Y para lograr mi objetivo, debo estar preparada, para cuando emprenda mi viaje —respondió la joven mostrando una bella sonrisa.
—Es interesante, supongo.
—Vamos Godwin, realmente debes mejorar la forma, en que vez las cosas —dijo Cetis, negando levemente con su cabeza— Pensar más, cuestionar todo, no dar nada por hecho, son cosas que deben estar girando constantemente en tu cabeza.
—…
—¿Estas bien?, ya llevas como 5 minutos con una cara bastante extraña —pregunto Cetis, con algo de preocupación.
—Si…, solo pienso. Esto, no es para mí.
—Jajajaja, es la primera vez que te veo tan serio. Bueno siendo honesta, aún recuerdo que tenías una cara similar cuando te dieron a escoger entre comer hasta reventar, o un pastel de alta calidad. Me pregunto si fue una decisión difícil.
—¡Lo fue!, pero. Nunca me arrepentiré, el pastel estuvo realmente delicioso —dijo Godwin, frotándose su gran barriga.
Aun siendo tan distintos, casi al grado de ser totalmente opuestos. Cetis y Godwin, se llevaban muy bien, compartían charlas casuales, sin ninguna finalidad, bromeaban entre ellos y sobre todo divirtiéndose. Todo esto lo hacían siempre y cuando estuviesen solos, ya que los pequeños encontrarían horrendas las expresiones de Godwin, tanto así que podrían vomitar.
El tiempo pasó. Varios meses después, algunos niños crecieron y con esto partieron en búsqueda de aventuras. Otros fueron adoptados o más bien contratados, por alguna familia adinerada. Por otro lado, el singular par de: hombre y mujer, no se marcharía tan fácilmente. Los 11 años de su vida, en ese viejo edificio, no eran ninguna broma.
Cierto día, se escuchaban algunas pisadas por la entrada del inmueble. El ritmo y el ruido, poco a poco a aumentaban. Dando a entender que el responsable, tenía prisa por llegar.
De la nada apareció una pequeña niña de aproximadamente 8 años, que por poco choca con las mesas del comedor. La niña, tenía una apariencia bastante linda, pelo anaranjado y desalineado, mejillas regordetas con una gran cantidad de pecas, y unos ojos verdes como esmeraldas que te encantaban con sólo mirarlos. Lástima que la ropa sucia que llevaba, no le ayudaba a resaltar más su belleza.