La señora Abbie era una cirujano de renombre, conocida por casi todos en la ciudad, tenía una buena posición ante los demás doctores, si alguien podría sacar ese cuchillo, era ella.
Agnes por su parte, tenía a penas dos años de haber obtenido su título de doctora, pero aún así, era obvio que sabía lo que hacía.
Era por eso que su botiquín era tan grande.
La menor del grupo era yo, tenía a penas veinte años cuando todas pasaban los veintitrés. Quizás por eso estaba tan impactada.
—El cuchillo atravesó su mano — dijo Barbie —, la atravesó como a un pedazo de carne.
—¿Como puedes parecer tan entusiasmada con algo así? — se quejó Miriam.
—No es eso, yo solo estoy impactada — se defendió —, ¿cómo se le ocurre tomar un cuchillo tan afilado para unas simples fresas? ¡Ese cuchillo podía servirnos para cortar el pavo de mañana!
Imaginé el trozo de carne siendo atravesado por el cuchillo.
—No puedo — fue todo lo que dije para luego salir corriendo de la sala.
Busqué rápidamente un baño y allí dejé todo cuanto pude haber comido en ese día.
Instantes después, Hailee llegó a sujetarme el cabello seguida por Juliette, quien al parecer necesitaba refrescarse el rostro.
Nos quedamos allí más del tiempo necesario porque lo que nos sacó del lugar fue la voz de Miriam.
—¡Vengan!, ¡ya han terminado! — había dicho.
Con mucho esfuerzo y ayuda de Juliette y Hailee, logré salir del baño y dirigirme de nuevo a la cocina.
Quería irme de allí, quería ir a casa, no sabía por qué, solo quería hacerlo y debí haberlo hecho.
Para cuando llegamos a la sala, Támara se encontraba recostada en el sofá, con su mano izquierda vendada y muchas lágrimas en su rostro, estaba muy roja. A su lado se encontraba Agnes y Miriam, Barbie la admiraba desde otro sofá junto a Ray.
A pesar de lo muy aturdida que estaba Támara no dejó de decir:
—Nunca volveré a cortar unas fresas para Hailee.
Su voz canturrona nos sacó una sonrisa a todas, el ánimo comenzó a subir en la habitación y la tensión fue desapareciendo.
—Todo está limpio en la cocina — Abbie salió muy rápido de esta.
— ¿No va a sermonearnos? — preguntó Támara intentando bromear.
La señora Abbie detuvo su caminata y se giró hacia nosotras. Sus ojos parecían un poco fuera de lugar, creí inmediatamente que estaba cansada.
—Creo que lo sucedido es suficiente castigo por intentar hacer panqueques, cosa que está fuera de su dieta — dijo con tono formal y con el rostro demasiado serio.
—¿De verdad? — se quejó Agnes —, creo que lo de menos es nuestra dieta a estas alturas, mañana es el gran día.
—La dieta forma parte del gran día, no tenían que desobedecer eso — la señora Abbie dio unos pasos hacia atrás —, pero eso es lo de menos ahora, deben descansar, compórtense, mañana es un largo día y miren el desastre que han ocasionado — agregó y nos dio la espalda.
—Mamá — llamó Agnes.
La señora Abbie se detuvo de nuevo y se giró como si le costase todo su esfuerzo.
—Dime, Hija —sonrió dejando caer sus hombros.
—Tienes un poco de sangre en la barbilla — fue lo que dijo.
Al observar, era un hecho, tenía un hilo rojo recorriendo su rostro desde una comisura de sus labios hasta la barbilla.
—Y en la frente — añadió Hailee.
—Si, me ha tocado limpiar todo el desastre, ahora debo darme un segundo baño — agregó de forma desaprobatoria —, por favor, ya es tarde, dejen descansar a Támara y a Agnes, vayan a dormir, recogeré sus celulares en una hora.
Sin aportar más, se fue por las escaleras.
La señora Abbie tenía como regla, al menos durante esa semana, nada de celulares después de las nueve de la noche, así que para evitar mal entendidos, pasaba por las habitaciones quitándolos.
Juliette, obviamente tomó su celular y empezó a grabar historias para la cuenta oficial de la boda de Agnes y John, de Instagram, contando el trágico suceso y la heroica labor que Agnes había realizado. Eso nos relajó y levantó a todas un poco el ánimo.