El gran dilema

Capítulo 3: Laurent

El viaje de Hollywood a Big Sur duraba tres horas, pero nada en la vida era tedioso si Danton Lane se encontraba presente.

Habían cantado un disco entero de The Smiths y mitad del de Radiohead cuando finalmente llegaron a la cabaña que Danton poseía allí. La misma no había cambiado nada, seguía rodeada del maravilloso e hipnotizante paisaje que los había hecho regresar una y otra vez, cada día libre que poseían.

Apenas instalados encerraron al gato en la cabaña, tomaron las bicicletas que descansaban todo el año en su diminuto depósito y emprendieron camino por los espesos bosquecillos del lugar, hasta desembocar en la despoblada playa de arenas blancas, donde pasaron alrededor de dos horas hablando de los compromisos de los demás; del casamiento de Peter, del bebé de Murdock y en cómo se había repetido la historia de Danton en él —embarazando a una amiga— como si no hubiese una manera posible de aprender de aquel desliz de la juventud.

Ambos se relajaron en sincronía, juntaron los guijarros que tenían más cerca y dibujaron formas sobre la arena con los mismos; corazones, nubes, soles y gatos perfectamente desperdigados sobre el terreno blanquecino.

Continuaron conversando sin respiro todo lo que se habían perdido aquel mes, repitiendo cara a cara todo lo que se habían dicho por teléfono, midiendo sus expresiones aunque ya sabían cuáles serían. Ya sabían que tras cada vocal siempre llegaba un beso, un abrazo o una caricia.

Las bonitas formas que habían dejado en la arena quedaron atrás, la potencia del viento y los sonoros quejidos de sus estómagos los obligaron a tomar de nuevo sus bicicletas, pasar por una tienda cercana y resarcirse de provisiones para esos tres días. Casi todo comida chatarra y café, ya que la promesa de lluvia parecía estar rondando los cielos de aquel indeciso otoño, atentando con arruinar cualquier plan en el exterior.

En la cabaña Leorio ya se había adueñado del sofá y había rasguñado un par de cortinas entre sus juegos solitarios; Danton y él terminaron teniendo una lucha sobre la alfombra que le sacó dolorosas carcajadas a Emily.

Esos días, los días de Big Sur, eran los exactos días en los cuales Emily creía en que ambos tenían un silencioso y sutil compromiso.

Nada exagerado, no se creía la señora Lane ni mucho menos. Solo sentía más fuerte esa conexión que siempre tuvieron, más presente, más grande; él, ella y el gato que compartían. Esos días borraban todas las inseguridades que tenía Emily, y los adoraba con todo su ser, eran sanadores.

La noche había llegado y luego de unas hamburguesas al mejor estilo McDonalds, acompañados de unas ligeras cervezas bajo las cándidas luces amarillentas, Emily supo que el momento favorito de ambos había llegado. Compartieron una mirada rápida y pícara, no era necesario anunciar nada, ni mucho menos darse a entender; llevaban bastante tiempo haciendo eso, disfrutando de aquel pequeño fetiche que mantenían.

Danton caminó hasta el equipo de música y puso un viejo cd de compilados que tenía archivado en el todoterreno. Emily se acomodó en el medio de la despoblada sala, sonriente a la espera, tratando de mentalizarse en no arruinarlo con sus tontas risas nerviosas.

La música arrancó con la ligera Pyramid Song y el hombre comenzó a acercarse lentamente, haciendo extraños movimientos que la hicieron reír. Fingía estar atravesando un concurrido gentío, se ponía de costado, en puntas de pie y lanzaba «permiso, abran paso, perdón» a medida que avanzaba por la sala. Se acercó a Emily con gesto distraído, inspeccionando sus alrededores de manera abstraída, mientras que apoyaba su brazo contra una pared invisible en la que Emily se hallaba arrimada.

—Hola, soy Danton, mi signo es leo, ¿vienes seguido por aquí? —preguntó mientras movía su cabeza y caderas al ritmo de la música de manera que parecía estar escuchando música disco y no el rock alternativo que representaba Radiohead. Simulaba, también, sostener una bebida en su mano, como si ambos se encontraran en un bar o en plena fiesta y no se conocieran en lo absoluto.

—Soy Emily, de virgo, y sí, vengo de vez en cuando —respondió ella imitándolo.

Seguir el juego del cortejo de los desconocidos era algo que solían hacer solo en Big Sur. Muchas veces cambiaban de nombre, profesión y procedencia, muchas veces jugaban a ser ellos mismos, pero sin conocerse con anterioridad. Ella ni siquiera se acordaba como habían comenzado a hacer eso, seguro devenía de alguna broma de Danton que terminó siendo bastante candente en la cama, muy destacable cuando la paz que sentían allí se volvía absurda.

—¿Estás sola, Emily de virgo? —cuestionó fingiendo que bebía un trago de su inexistente bebida, acortando un poco más la distancia que los separaba.

Traía una de sus más viejas y sencillas camisas —la escocesa color azul claro, su favorita— y el perfume que esta desprendía era tan sutil y masculino que le daban deseos de pegar su rostro a la tela y respirar solo ese aire viciado que Eternity de Calvin Klein le ofrecía.

—No, me trajo un anciano hoy por la mañana —comentó despectiva, cruzándose de brazos para no caer en la tentación de abrazarlo y arruinar el ambiente que el hombre estaba creando.

Danton rodó los ojos y dibujó una de sus encantadoras sonrisas asesinas;

—Ufff que aburrido debe ser ese vejete.

Emily lo observó de reojo, devolviéndole una sonrisa pícara.

—No, no es aburrido para nada.

La respuesta hizo que el actor moviera sus cejas de arriba abajo muy sugerente, quizás orgulloso de aun no ser un vejestorio a sus cuarenta años. Por aún ser divertido.

—¿Bailas? —cuestionó despegándose de la pared inexistente.

—Si no me queda otra... —respondió ella, fingiendo desdén y muy poco interés, mientras sentía una de las manos de Danny tomándola por la cintura, arrastrándola al centro de la sala con suavidad apenas una nueva canción empezó, una que a simple vista parecía poco apta para cortejar—. Pero... ¿I'll Try Anything Once de The Strokes? ¿Eso siquiera se baila?



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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