El gran dilema

Capítulo 8: Bésame, bésame

Emily dejó pasar a Antoine y su ligero bolso de viaje al iluminado departamento.

Eran cerca de las once de la noche y no sabía si su decisión había sido la correcta, sin embargo tampoco podía dejarlo fuera, menos en la situación económica que atravesaba aquel alto y desgreñado hombre.

—Esta es la cocina —murmuró mostrándole el bonito y pequeño espacio—. El refrigerador está casi siempre vacío, pero eres libre de tomar lo que quieras de él...o lo que puedas.

El hombre asintió detallando el lugar, pequeño y básico a lo que era la casa de Danton.

—El baño es aquella primera puerta a la derecha —explicó mientras caminaban por la sala de estar—. La que está al lado es mi habitación y esa —murmuró señalando el lado derecho del departamento—; será la tuya.

Antoine asintió, observando todo el lugar a detalle con su profunda e intimidante mirada azul.

—¿Estás enojada con mi hermano? —preguntó de la nada.

—¿Qué? —Emily pensó millones de cosas, como Danton contándole de su repentina lejanía, quizá incluso, mencionándole un inminente enfriamiento entre ambos. Sin embargo, se encontró con la mano de Antoine señalando el aire que los rodeaba.

—Estás escuchando Alanis Morissette —explicó con media sonrisa.

—Oh... —practicante suspiró—. No es eso, me encanta Alanis, la escucho siempre.

—Claro —ironizó, dándole a entender a Emily que no le creía en lo absoluto—. ¿Y ese cuarto? —cuestionó señalando la delgada puerta que había a un metro del baño, abriendo la misma sin ningún decoro y encendiendo la luz roja.

—Wow...

—Es mi cuarto oscuro, ahí revelo las fotos y...

—Danton te debe pedir más sexo aquí que en la cama —comentó de forma descarada, entrando al reducido lugar para observarlo con más detalle.

—¿¡Qué!? —chilló Emily sintiendo que el calor le subía a las mejillas—. ¡A-apenas entra una persona allí!

—Ese es el punto, vamos, no te hagas la inocente, nací hace cuarenta y cinco años, no ayer, y conozco muy bien a mi hermano —concluyó guiñándole el ojo de manera cómplice a la chica completamente roja que tenía en frente al tiempo que apagaba la luz y cerraba nuevamente—. Lo compro —exclamó caminando hacia el sofá y sentándose despatarrado sobre el mismo—. ¿Reglas?

Emily entrecerró los ojos.

—¿Cómo?

—Debes imponerme reglas —le explicó Antoine, dejando a la aludida en blanco por completo, titubeante.

—Bien… no puedes traer mujeres al cuarto en el que normalmente duermen mis tíos o mi papá —explicó señalando el cuarto—. A la tercera te tienes que ir.

—No, no, lo haces mal —la detuvo Antoine levantando las palmas—. Me estás dando dos oportunidades de hacer una orgía en tu casa antes de que me saques. Si eres permisiva terminas perdiendo, ¿comprendes?

Emily abrió la boca, pero solo le salieron un par de balbuceos poco claros;

—Ammm...sí.

—Entonces... ¿Mañana por la noche puedo traer seis mujeres a la habitación de huéspedes que normalmente usan tus tíos o tu papi?

—No...

—¡Muy bien! —exclamó al tiempo que metía su mano en la chaqueta y sacaba un cigarro para colocárselo entre los labios—. Pero como soy considerado la oveja negra de la familia, no puedo garantizar que acate tus órdenes —concluyó con una deslumbrante sonrisa.

—No fumes adentro, por fav...esa es la segunda regla, no se fuma adentro —murmuró Emily cambiando la petición amable por otra regla—. En tu habitación hay un balcón, ve allí.

—Bien —comunicó levantándose del sofá.

—Iré a dormir —Emily se dirigió hacia el dvd donde se reproducía su único CD de Alanis, con la idea de pararlo.

—No, déjalo —murmuró Antoine en la entrada de su nueva habitación—, me gusta, cuando se acabe lo saco yo.

—Bien —susurró ella, caminando hacia su puerta, balbuceando un buenas noches antes de ingresar y cerrar con demasiado estrépito para su corazón acelerado.

Sonriendo ante los aciertos de Antoine con respecto a las reglas, y también con respecto a las múltiples peticiones de Danton en el pequeño cuarto de la luz roja.

Danton.

Danton la odiaría cuando se enterase.

Suspiró con fuerza ante la que creía la peor idea que había tenido en años, desabrochó sus pantalones y se los bajó, pateándolos para un costado y arrojándose a la cama como un costal de papas, tapándose precariamente con las desarregladas sábanas. Buscando paz en el simple y complejo proceso de dormir.

¨¨¨¨¨¨¨¨

Despertó un poco confundida, aun atrapada entre la realidad, los sueños y los recuerdos, sin lograr separarlos entre sí para ubicarse en espacio y tiempo.

Se giró de la posición en la que estaba, tallándose los ojos y prácticamente lanzó un grito cuando se encontró a Danton sentado en el sofá rosa que Emily tenía dentro de la habitación. La observaba serio, enojado.

—¿Qué hace mi hermano aquí? —cuestionó intentando moderarse de gritar—. ¿Y por qué duermes sin pantalones sabiendo que él está en la casa? Él no perderá la oportunidad de mirarte el culo.

—No podía dejarlo en la calle, Danton —le respondió apenas encontró su voz.

—Emily, tiene millones de lugares a dónde ir —explicó aproximándose a la cama para cubrirle la destapada parte inferior de su cuerpo con molestos ademanes sobreprotectores, tenía una pequeña obsesión con que alguien que no fuese él le mirara el trasero—. Vino aquí para vengarse de que lo sacara y tú lo dejas quedarse.

—¿Me vas a echar la culpa a mí? —intervino observando la almohada como si fuese la cosa más interesante de la habitación.

Danton lanzó un resoplido irónico, revoleando sus cenicientas pestañas, clareadas por el sol de la mañana que se colaba por el balcón.

—¿El gato lo dejó entrar?

—¡Tú lo sacaste en primera instancia!

Danton apretó los dientes y luego bufó tratando de conservar la calma.

—Esta noche me quedaré —decidió, provocando que el enojo de Emily se acrecentara aún más.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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