El gran dilema

Capítulo 9: ¿La única?

Un apretado y veloz arrumaco en el filo de la cocina y luego el bonito hombre de ojos verdes desaparecía por la puerta del departamento asediado por las, contabilizadas, cincuenta cosas que debía hacer para aquella importante noche; la noche de la premier de «In the shadow of the cadillac».

Emily giró sobre su propio eje, aun saboreando el suave gusto de la jalea de arándanos que el hombre había dejado en ella. Feliz de haber pasado una semana entera con visitas completas de Danton.

Jamie había tenido los días libres y había estado a total disposición de lo que Mimi necesitara y Danny había aprovechado esos días para, bajo el pensamiento de Emily, compensar sus faltas.

—Buen día, querida cuñada —saludó Antoine saliendo de su habitación con paso cansado.

—Buen día, Tony —respondió Emily sirviéndole un café en su taza, sin poder borrar la enorme sonrisa con la que de seguro el hombre la molestaría durante todo el día.

—¿Algún día te sacarás la camisa de mi hermano? —cuestionó señalando la prenda que Emily llevaba puesta en ese momento. La tradicional y vieja camisa que Danton tanto quería.

—¿Algún día dejaras de esconder a una chica en el cuarto?

—¿Solo una?

Emily negó con la cabeza, lanzando una ligera risa.

—Compórtate esta noche, por favor, no quiero llegar mañana y ver el desmadre.

—Haré mi mejor esfuerzo —murmuró sin prestarle real atención a sus propias palabras, estaba muy ocupado sorbiendo café y mirando la nada, como le sucedía todas las mañanas.

Emily arrastró los pies hacia su habitación, buscando unos pantalones que ponerse dentro del ropero. Luchó por prenderse el botón de los vaqueros, y recordando el consejo de Cranberry, se arrojó sobre la cama y metió la panza, conteniendo el aire hasta que sus dedos sintieron el suave ruido que hace el botón al entrar al ojal, cumpliendo su objetivo.

Leorio la miró curioso del otro lado de la cama.

—No le digas a nadie que engordé —le dijo, comenzando el dificultoso proceso de levantarse de la posición en la que el pantalón la apresaba—. Esto será nuestro secreto.

El gato la miró extrañado y ella lo acarició entre risas, abandonando el piso para entregarse a su típica rutina laboral.

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Cranberry pasó a buscarla por el trabajo ese día para llevarla con más rapidez a su departamento y comenzar temprano con todos los tratamientos faciales que su cutis necesitaba. Con la manicura y la pedicura y con la elección de maquillaje para lo que sería la tonalidad del vestido.

Harlem llegó dos horas más tarde, disculpando su tardanza a todo lo que el vestido de Mona Ferguson demandó.

Escotado, largo, ajustado y rojo como la sangre le había dicho el modisto mientras discutían que se pondría Emily. La elección de Mona era tan osada y atrevida como su propia persona y a ella no le interesaba ponerse en ridículo intentando competir con su aún no declarada rival. Por lo que optó por algo que la representara más; un delicado vestido color celeste pastel.

Harlem le ajustó el viejo corsé que retendría su crecida barriga de comida poco saludable y luego le embutió el delicado vestido, ajustado de la cintura para arriba y suelto hasta sobre las rodillas.

Luego de todos los halagos pertinentes, ambos se subieron al auto del modisto y partieron al Chateau Marmont, hotel en el cual Danny y sus compañeros se sacaban las últimas fotos promocionales para aquel día.

Ingresaron en el hotel, encontrándose a Chris Greyer, manager de Danny, hablando por teléfono efusivo. Saludó a Emily apenas la vio y le indicó con una seña de mano que se dirigiera por el gran pasillo hasta la imponente y antigua galería que daba al emblemático jardín en el que se había festejado la after party de «Dante’s Night» hacía exactamente tres años atrás

Harlem y ella continuaron hacia el poco poblado espacio, caminando bajo la galería, mientras sus ojos se perdían en cada detalle del histórico lugar.

A pesar de ya conocerlo, era casi imposible no querer entregarse ante cada minucia que en veces anteriores parecían haber ignorado.

—Allí —susurró Harlem tirándola del brazo para que viera desde su posición como Danton se aproximaba. Traía un traje gris oscuro, casi negro

—¡Emily! —exclamó Danton, escabulléndose ágil por medio de las columnas de la galería.

La tomó entre sus brazos y la abrazó con fuerza, arrastrándola un poco más alejados de la plena vista para no ser hallados por los demás. Contemplándola de aquella manera en la que sólo él lo hacía, como si Emily fuese la cosa más perfecta en el mundo, la más hermosa y delicada de todas.

—Danton —sonrió pasando los brazos por sus hombros, acercándolo para un beso lento y pausado, sintiendo las miraditas de Harlem en su espalda, penetrante y exhortante. Casi podía oír el rumor de sus pensamientos «¡Oh que romántico! Pero no arrugues el vestido, no corras el maquillaje, no malogres el tacón moviéndolo como una adolescente

Danton captó aquello y con un ágil giro la cubrió tras su espalda de la vista del modisto para así poder besarla como se debía, sin advertencia ni tapujo. Emily sonrió ante su lengua rápida y sus manos suaves pero seguras. Era como si no se hubiesen estado matando a besos toda la semana.

—Estás hermosa —susurró entre los refunfuños de Harlem, poniendo ambas manos sobre las mejillas de Emily y juntando sus frentes con cariño—. Voy a tener que cuidarte mucho esta noche, querrán robarte.

Emily sonrió ante aquellas palabras y el suave contacto que recibía en todo su rostro y en su palpitante corazón.

—No voy a dejar que me roben —remarcó como imposibilidad aquel hecho.

—¿Siquiera Benny? —inquirió Dan dibujando una sonrisa cautelosa, midiéndola y probándola en broma, deseando que se pusiera incómoda ante el tema para tenerla nerviosa y movediza entre sus brazos, tratando de exponer, como ya lo había hecho con anterioridad, que Benicio del Toro, su aun platónico, no podría gozar ni siquiera de la mitad de los privilegios que él tenía.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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