Un ligero frescor que se colaba por las sábanas despertó a Emily por la madrugada, cerca de las cinco quizá.
Sus ojos se enfocaron en la puerta transparente del balcón, la misma estaba perlada en gotitas que caían sucesivamente una tras la otra, marcando un constante y delineado camino hacia el fino marco de madera marrón claro que bordeaba el cristal. Aquella simple acción podía retenerla frente a una ventana por horas cuando era pequeña, simplemente fascinada de ver como las primeras gotitas hacían un trabajo exhaustivo para marcar el camino que otras gotitas más adelante recorrerían como si fuesen de la fórmula 1.
Claro que en la actualidad más fascinante era el cuerpo que reposaba junto a ella.
El frescor disminuyó al recordar cómo habían acabado la noche, sin embargo no desapareció. El frío siguió tan presente que tuvo que correr la colcha para poder buscar, como mínimo, una sudadera para ponerse.
—¿Qué haces, nena? —cuestionó Danton adormilado tomándola de la mano antes de que se fuera.
—Voy a bailar así al balcón —bromeó señalando su completa desnudez.
—No, vuelve aquí, baila para mí —ronroneó tirándola con delicadeza de la mano para meterla de nueva cuenta bajo las sábanas. Poniéndola cara a cara frente a él, él y su delicioso aliento a chocolate de las cuatro treinta, para ofrecerle un beso que resultó ser toda la sudadera que necesitaba, y un poco más.
—¿Eso es todo? —cuestionó Emily cuando el beso acabó—. ¿No habrá quizá un poquito más por ahí para mí?
—Créeme, hay mucho más por ahí para ti —subrayó el mucho con una aguda enfatización—. Pero por si no te has dado cuenta, nuestro bebé está en medio y la cosa seria un poco extraña, ¿no?
A Emily se le heló la sangre, al tiempo que el corazón comenzó a palpitarle con demasiada potencia; dos cosas que no podían suceder juntas por obvias razones.
¿Lo había descubierto? ¿Cómo era posible? Ni siquiera ella estaba segura... ¿Harlem habría hablado? ¿Cómo era eso de que la cosa se podría extraña? ¿No se podía tener sexo cuando se estaba esperando un bebé? ¿Cómo iban a aguantarlo?
—¿Qué? —alcanzó a murmurar, dispuesta a excusarse de todas las maneras habidas y por haber, sin embargo antes siquiera de poder inventarse la primera, Danton corrió las cobijas y las sábanas, dejando en exposición el cuerpito delgado y alargado del pequeño Leorio, quien parecía trabajar como línea divisoria entre sus padres humanos adoptivos.
—¡Oh! —suspiró sintiendo un alivio atroz—. Oh, Oreo...
—Se metió conmigo luego del chocolate —indicó.
La chica le acarició una mejilla, consiguiendo su atención de vuelta.
—Podemos mandarlo con su tío Tony...
—Ya oíste —murmuró, provocando que el gato levantara su cabeza para observarlo—. Ve que nosotros tenemos que hacer una diligencia muy importante.
El gato los observó con sus bonitos ojos suplicantes y ni con eso logró quedarse. Danton lo sacó alzándolo sobre su pecho, Leorio restregó la pequeña cabeza bajo su mentón, intentando que su dueño cayera en picada bajo sus encantos felinos y lo volviera a depositar en el cálido hueco que había entre ambos cuerpos. Aun así Dan no se detuvo, caminó descalzo y desnudo por la habitación y abriendo la puerta, dejó salir al minino no sin antes darle un cariñoso beso entre las orejas.
Apenas cerró pasó sus manos por sus brazos tratando de generarse algo de calor en aquel frío más invernal que otoñal.
Giró y volvió a la cama con rapidez.
—Brrr, esta diligencia será hecha si o si bajo las sábanas.
.. .. .. ..
Emily amaba a Danton.
Ese hecho completamente predecible se había aparecido frente a ella hacía un año y medio, como una deslumbrante luz reveladora. Aunque, como antes mencionado, se había tratado de algo predecible, a Em no pudo dejar de tomarla por sorpresa.
Había sucedido en Big Sur, en sus soñadas playas bañadas de luz inmaculadamente blanca, cuando ambos se revolcaban de formainfantil en la espumosa orilla del mar para ver quién de los dos tragaba más arena.
Los grititos finos, el cabello mojado, pegado al rostro y calado de arena, las piernas de él enredadas en las suyas y la risa que para ese momento le había quitado hasta el último suministro de aire que conservaba en los pulmones.
Sus ojos estaban llorosos y sin embargo, a través de la película borrosa que representaba su mirada, ella lo vio, tan claro y tan hermoso, lo vio sin la necesidad de mirarlo y sintió su corazón llenarse a un punto en el cual creyó que le iba a explotar.
Su corazón se había llenado de amor, a tope, y aunque le había sucedido varias veces, sólo en aquel momento supo interpretar el significado.
Lo que significaba encontrarlo a ciegas y saber sin un ápice de duda que él era todo el hogar, el cobijo y el sustento que necesitaba. Que su corazón jamás dejaría de acelerarse ante su cercanía y eso se debía a que lo amaba.
Lo amaba tanto.
Sus risas se detuvieron y las lágrimas que antes eran producidas por la falta de aire y el exceso de carcajadas ahora eran pura y exclusivamente derramadas por la revelación del amor. Danton pareció percibir aquel brusco cambio tan repentino que lo único que atino a hacer es dejar de aplastarla contra el suelo y preguntarle con preocupación si le había herido o se sentía mal. Claro que Emily no se sentía mal, todo lo contrario; Emily jamás se había sentido tan bien en su vida, tan joven, tan atractiva, tan feliz y tan viva. Emily quería sentirse así toda la vida.
Estaba loca e irreversiblemente enamorada. Y supo con seguridad que ya nunca dejaría de estarlo.
Recuerdos como esos evocaba la lluvia, extraño, dado que no tenía un anclaje en el clima de aquel veraniego día. Aun así, la lluvia era la madre de las nostalgias, y si podía traer todas las memorias, las traía todas.
Danton salió de la ducha del departamento de Emily con sólo las medias y el bóxer puestos. Se acercó presuroso al cajón donde Emily solía guardar las pertenencias que el hombre olvidaba o que ella tomaba prestadas.