El gran dilema

Capítulo 16: El sospechoso de siempre

Abrió la puerta del departamento secando las únicas dos lágrimas que dejó que rodaran cálidas por sus mejillas.

Más importante que lloriquear y autocompadecerse del mal rato que había pasado era sacarse ese regordete disfraz y aquel armatoste de miriñaque.

En el taxi, con el sufrido y lento retorno —al parecer el taxista no había iniciado su ronda recientemente, ya que iba tomándose una taza de café de manera muy lenta, como intentando despabilarse casi con la misma lentitud con la que manejaba— había estado fantaseando otras maneras de reaccionar ante las amenazas de Mona, y la única que se le había ocurrido casi todo el viaje de vuelta, era arrancar uno de los gruesos alambres de su miriñaque y atravesarle la yugular con él.

La reacción física era poco común en ella, por lo que la necesidad de llevar por ropa sólo una de las camiseta de rock de su padre se había vuelto imprescindible hasta el punto de ponerla nerviosa, sentía que llevaba puesto una enorme e incómoda potencial arma homicida de temática infantil.

Logró con poco garbo deshacerse de la prenda y la dejó en un rincón recóndito de su habitación. Desocupó su cama, arrojando dentro del ropero el embolsado traje erótico que habría usado con Danton si las cosas no se hubieran bifurcado de aquella manera. Se puso la camiseta de Los Ramones y se recostó en la cama con la idea de dormir.

Pero no podía. No había llorado lo suficiente como en la premier y tampoco había temido al extremo de generarse un cansancio inhóspito. Todo lo contrario; estaba cabreada, y recordar detalles de los sucesos acontecidos la hacían cabrear más.

Primero la canción con la que Mona había elegido sacarla a bailar, Emily no sabía puntualmente que canción era y mucho menos a quien pertenecía, pero ahora las palabras de aquella movediza rola no abandonaban su cabeza, se repetía una y otra vez de forma incansable, poniéndola como una furia total; «no soy buena para ti, veo fantasmas en todo lo que hago». Mona había decidido que, de hacerle un lavado de cerebro a su enemiga, debía hacerlo bien; no sólo las palabras, sino la canción correcta para llegar al nivel de tortura deseado.

Y no sólo eso, lo había hecho todo bajo la mirada de Danton, y eso también lo había hecho bien. Ante los ojos de Danny, Mona había sacado a bailar a su novia, con el simple hecho de hacer migas y compartir algo, Emily había enloquecido de la nada y había decidido retirarse como una demente celosa.

Y quizá si había enloquecido un poco en ese momento; ahora que lo pensaba con más claridad, había dejado a Danton sólo con Mona en una fiesta, donde la misma podía solo mentir respecto a lo charlado. Podría poner a Emily como villana, inventar cualquier excusa y llorar sobre el pecho de su novio como si fuese inocente.

La imaginaba lloriqueando, agazapada sobre sus ligeros pectorales, pasando sus falsas uñas enguantadas por todo el torso de Danny. Manchando su camisa de rímel, labial y oscuras mentiras.

Disfrutándolo. ¿Cómo no hacerlo? Las cosas le salían tan bien como en la premier porque la misma Emily le dejaba a Danny servido en bandeja de plata.

¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Estaría intentando acostarse con él? ¿Enamorándolo con bailes y canciones, como lo había hecho ella años atrás cuando deseaba fervientemente que dejara a Sevin?

Ante toda aquella verborragia cerebral comprendió que se volvería completamente loca intentando dormir bajo la influencia de esos caóticos y auto destructivos pensamientos, así que decidió que mucho mejor era quedarse levantada toda la noche, viendo películas de terror y especiales de Halloween. Reír un poco con el viejo Creepshow de Stephen King —si es que se le podía llamar reír a lo que le salía por la garganta— y terminar preparando estofado de verduras a las tres de la mañana. Para sucesivamente acabar de comerlo a las cinco.

El nuevo intento de dormir fue vano, así que cinco veinticinco se vistió con ropa de invierno y salió del calor del departamento, dispuesta a escribir la luz, como su padre le decía a sacar fotografías, en las calles de su barrio y un poco más.

Llegó al desértico centro y una vitrina llamó su atención más que las demás, Hanna Andersson era el nombre del local, y en la marquesina se exponían como burlescos monigotes un montón de maniquíes de bebés modelando la ropa que presentaba la misma conocida marca.

Sintió un ligero escalofrío, el miedo al bebé seguía allí, sin embargo, ahora se mezclaba con cierta añoranza.

Quizá, solo tal vez, tenía más ganas que miedo.

En el centro del muestrario, un dulce monigote de ojos verdes —de la clase de verdes que poseía Danny— llevaba puesto un mameluco verde pastel que decía «tan guapo como papá».

No pudo evitar sonreír ante la imagen mental que comenzaba a formársele en la cabeza. Tan guapo como papá sería Danton Junior.

Levantó la cámara mordiéndose los labios, apuntó al objetivo y sacó la foto, escribiendo su luz.

Enmarcando recién adquirida nueva felicidad.

.. .. .. ..

Emily soñó con el Creepshow apenas su cabeza se halló apoyada contra la almohada, a la una en punto del mediodía y después de horas de caminata. La radio descargada en su iPhone le cantaba Kinky Afro, acompañando a la perfección su estado de ánimo y todo lo acontecido el lunes anterior, cuando arribaron a la maldita fiesta de Halloween.

Emily recordaba que antes de perder la consciencia del todo, la letra se le antojó muy al estilo de Mona.

Patosa, discriminatoria, interesada, cínica y completamente descorazonada.

Sus ojos se abrieron de golpe cuatro horas después. Algo había atizado su cama y la había hecho saltar sobre ella como un trampolín.

—Arriba, follapadres —comunicó Jamie poniendo las manos sobre sus hombros para zarandearla un poco, traía una enorme sonrisa pintada en los labios que Emily al principio creyó que se debía al sobresalto que le había hecho pegar, sin embargo no se debía a eso. Esa sonrisilla no se podía deber a algo tan nimio.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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