El gran dilema

Capítulo 24: En un agujero

Hacia prácticamente una hora que la discografía de Alice In Chains sonaba sin ninguna clase de interrupción. Era el primer día enteramente libre de Danton y la mejor manera que había encontrado para comenzar a gastarlo había sido tirado sobre su cama, oyendo la voz de Layne Staley e imitando sus sensuales y roncos falsetes con profesionalismo.

Se había quedado atascado entre «Love, hate, love» y «Down in a hole» como un insecto contra la luz, siendo la primera referente a Emily y la segunda a él. No podía hacer más que oír, cantar y autocompadecerse.

Solo observando el techo, hacía tiempo que no hacía tal cosa como ser un ermitaño. En mejores épocas habría gastado su día libre con Emily, pero actualmente ella no le respondía ni los mensajes.

Por inercia tomó el teléfono y leyó el remitente de los 500 whatsapp que le aparecían en pantalla, pero ninguno era de ella.

Se mordió el labio y volvió a apoyar el celular sobre la almohada, deleitando su mirada por última vez ante el fondo de pantalla que había puesto hacía un par de meses. En el mismo se encontraban él y ella en traje de baño. Emily lo abrazaba por la espalda y sonreía, él tenía un total gesto lascivo e impacientemente divertido. Ella le apoyaba descaradamente los pechos en la espalda y luego, no quería hacerse cargo de las consecuencias, corría por la arena alejándose de las manos rápidas de Danton.

La puerta se abrió sola antes de que él pudiera siquiera gesticular la media sonrisa del recuerdo, observó la nada por un largo momento hasta que una sucesión de maullidos lo sacó de la tontera.

Se incorporó en la cama, encontrándose con Leorio.

Bajó casi de un salto y lo pescó del suelo sin detener su carrera hacia la planta baja. Hacía rato había oído llegar a alguien, pero no le había interesado un pepino de quien se tratara. Ver al gato ahí sólo podía hacerlo suponer que Emily estaría allí también...

Bajó a trompicones, pensando en que ella quizá estaría sentada en el sofá, tomando un café con Mimi, observando como Frida jugaba dentro del corral con su tablero a pilas de los animales de la granja y sus ruidos. Su favorito era la vaca, a pesar de su sonido adormecedor y corto. Amaba más el mu que el oink del puerquito rosado.

Oh, Emily, Emily.

Derrapó en el último escalón con el asustado gato clavándole las uñas en la camiseta negra, sin embargo, la imagen que se había hecho en su cabeza estaba esfumada.

Allí abajo sólo estaba Mimi, tomando un té mientras Frida dormía en su bebesit rosa. Ni una señal de Emily, sólo la gatera de Leorio y una caja de cartón marrón sobre la mesa de té.

—Le abrí la jaulita y fue directo a buscarte —comunicó Mimi apenas al verlo.

Danton rastreó la sala con la mirada; quizá había ido al baño, tal vez estaba en la cocina preparando unos gofres para acompañar.

—¿No...?

—Emily se fue de vacaciones con Jamie, tu hijo, cariño —le recordó Mimi, como si Danton sufriese de alzheimer, señalándole la caja marrón—. Pero mandó a Antoine con tu ropa y un par de indicaciones para que cuides al gato.

Observó la caja una vez más y la propia imagen lo entristeció de nuevo. Dejó a Leorio sobre la mesita y tomó la misma, abriendo las solapas para ver el contenido.

Ropa. Toda su ropa.

—Lo siento.

Danny se encogió de hombros, como restándole importancia. Un gesto que a Mimi no la convenció para nada. Dejó la taza sobre la mesita y se aproximó a él con cuidado y precaución, como si se acercara a un león herido.

—Esto es todo mi culpa —susurró apretando sus labios, le costó decirlo y más le costó cuando vio que él lo negaba—. Lo es, no lo niegues, todo esto fue tortuoso para ti...debías cuidarme como a una niña no te dejé tiempo con ella.

Danton apretó los dientes, recordando. Hubo noches, las primeras de todas, esas en las que los medicamentos aun no estaban en el plan de Mimi, en que las dos lloraban a la par, madre e hija, ambas pidiendo por Laurent, gritando, retorciéndose. Esas noches eran las que Danton no dormía.

No podía dormirlas ni aunque así lo quisiera, la recurrente pesadilla donde todo era muerte y sufrimiento lo acechaba y lo volvía un ratón asustadizo y temeroso, acorralado por gatos callejeros.

Terminaba sudado, sentado en un sofá, extrañando a su madre, preguntándose porque había elegido esa vida, anhelando apretarse con fuerza a Emily para que su amor lo consolara.

Sin embargo no podía, no podía llevarla y arrastrarla a eso, su hogar se había convertido en un templo, en un refugio nuclear. No había internet, no había Twitter, ni Instagram, ni televisor, ni nada que pudiera darles una mínima vista al mundo exterior. Porque el mundo exterior se había detenido, porque así Mimi lo quería. Quería que la vida se detuviese sólo un momento, sólo unas semanas para poder tomarle el ritmo y no morir aplastada en el intento. Danton lo comprendió, hizo de su deseo una orden y esa casa se convirtió en un santuario silencioso, armonizado sólo por una emisora que pasaba música las veinticuatro horas del día, sin locutores y con la sola interrupción del reporte del clima dictada por una voz automatizada.

Su deber era cuidarlas, sólo cuidarlas y romperse cada día un poco más, romperse con esos nuevos miedos que lo acechaban. Volverse más viejo, más débil. Más inadecuado y alienado.

Cada día menos apto para su Emily.

Demonios, cuanto la extrañaba, cuanto deseaba tan sólo tocarla un poco. Así como era antes, cuando él se la llevaba a todos lados, a Big Sur, a Venice, a Malibu, a Aspen. Según ella era para echarle mano en algún cuarto de hotel como si fuesen amantes prohibidos, lo decía con una sonrisa pudorosa en la cara y él no se lo negaba, aunque no fuera del todo cierto. Danton se la llevaba porque era la única manera de sentirse normal otra vez, de sentir que podía darle una mejor vida, una en la que no los persiguieran las cámaras. Era como una fantasía en la que él era un tipo común y corriente. Una simple persona no publica junto a su hermosa novia normal.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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