El gran dilema

Capítulo 28: Hollywood street view

¿Recuerdan a Maddie? Es la simpática muchachita que hacía historias en internet sobre Danton y Emily.

Maddie está sentada frente a su computador. Ha ganado unos ocho kilos en estos últimos tiempos y su novio ya no la visita con la regularidad de antes, pero eso no le preocupa tanto como le preocupa el hecho de que Emily ya no le conteste los mensajes. Ella cree que es porque es demasiado importante como para responderle —es decir, es o era novia de Danton— cuando de hecho si no lo hace es porque hace más de un mes que no accede a ninguna red social.

Maddie termina el capítulo veintisiete de 50 Sombras de Lane, lo pública y levanta su trasero de la silla, armándose de valor para otra noche completa en el autoservicio de McDonalds, preguntando con voz monocorde si el cliente desea la ración extra grande de papas o los aritos de cebolla, si le pone el pepinillo abajo, entre medio de la carne y el queso, o sobre el tomate. Si la cajita feliz va a tener un minion o una princesa.

Maddie piensa que las cajitas deberían traer un Danton Lane tamaño real. Y que el mismo debería jurarte amor eterno como se lo hizo a Emily en una de sus historias.

Ahora que los rumores de que estaban mucho más que separados eran tan fuertes como Dwayne Johnson, la esperanza de encontrar en alguien similar a Danton Lane un marido para siempre se estaba esfumando.

La frustración la hizo querer gritar, pero a sabiendas que su madre odiaba que gritara por actores dentro de la casa, se guardó el alarido para cuando estuviese en el autobús.

Maddie no hará nada interesante, al menos no hasta dentro de una semana, cuando su vida dé un giro de 180º. Así que nos podemos desplazar tranquilamente a otro lado.

Bien, ahora estamos en la sala de la costosa y extravagante casa de Gary Gerth, padre cool y actoral de Danton, el rumor de los pensamientos de Gary están en él en ese momento.

Piensa en Danny y en la atrocidad que Mona quiso hacerle, piensa en conseguir más personas que hablen de su experiencia con esa mujer y así hacer justicia por Danny, y por todos los que fueron manipulados antes de él y no corrieron con la misma suerte.

Gary mordisquea un par de galletas de coco que le compró a una niñita exploradora esa tarde mientras ideas filosóficas inundan su mente.

Por ultimo prende la tele.

Su pensamiento se distorsiona un momento después, ante la imagen de Carmen Electra en la pantalla, se pregunta con ahínco si la hermosa mujer estará soltera. Y esa es nuestra canción de retirada.

Atravesamos la ciudad entera sin necesidad de visitar a Danton o Emily. No hay necesidad, porque se siente en el aire, a kilómetros y kilómetros, que él piensa en ella y ella en él. Sus pensamientos nos enamoran y nos entristecen a igual medida. Pero tratamos de ignorarlos mientras flotamos por sobre la costosa casa de Mona.

Ella yace inerte sobre su cama, ha sufrido una sobredosis y aunque el hombre con el que se había acostado cree que está muerta, en realidad no lo está.

No nos detenemos, siquiera lo consideramos; seguimos de largo hasta lo que realmente deseábamos; el teléfono de Harlem Peck.

Antes de meternos a su pequeño adminiculo tecnológico color rosa, acariciamos sus pensamientos.

Harlem piensa en Julius, inevitablemente, le da vueltas a la sortija sobre su dedo —por las noches, cuando se siente muy dolido, se la pone de nuevo, como un extraño ejercicio de superación— y sopesa todo lo que perdieron por ese engaño.

También piensa en Emily y Danton, como el resto; Emily y Danton son muy difícil de pasar por alto.

Sonríe ante el recuerdo de aquellos dos bailando solos en medio de la pista en el casamiento de Mimi. Emily, avergonzada, se tapaba el rostro contra el pecho de Danny. Él sólo reía. Luego le levanta el rostro y la besa. La imagen se distorsiona un poquito, porque de estar besando a Emily, pasa a estar besando a Harlem. Y la cosa es que, aunque sea el hombre de su amiga, él de vez en cuando se encuentra a si mismo riendo como loco al imaginar cómo sería un beso de los lineales labios de Danton Lane, y, a estas alturas, ¿quién no lo fantasea?

El recuerdo termina al igual que las risitas picaras de Harlem.

Ellos no debían terminar así; Danton no la engañó, no dejó de quererla, nunca dejó de respetarla. Sólo hubo un malentendido y un par de palabras que no eran acordes. ¿Pero qué parejas no entraban en desacuerdos?

Incluso las más unidas eran las más desacordadas de todas. Sin embargo no lo habían resistido. Había demasiadas presiones a su alrededor, entre el bebé y Mona, la pobre Mimi...

Pero ahora ninguna de esas cosas estaba. El bebé había sido falsa alarma y Mimi había arrastrado a Mona fuera de la ecuación. La solución a ese problema era fácil; tenían que volver a estar juntos, porque ahora los tiempos mejoraban para la relación, la pregunta era ¿cómo?

Harlem tamborilea los dedos sobre la mesa caoba, tiene los labios apretados y una expresión de pensador latente.

Revolea los ojos de un lado para otro, previendo posibilidades o circunstancias, hasta que finalmente sus oscuras orbes dan con el pequeño aparatito por el que el día de hoy nos encontramos aquí.

Un pequeño recuerdo lo ataca; sabe que estas cosas no se hacen solas, ya pasaron por esto una vez.

Estas cosas se hacen en grupo, y con suerte, ese grupo puede que siga en pie. Toma el delicado aparato lleno de exagerados brillos e incrustaciones y abre el Whatsapp buscando con esperanza que aquel añejo grupo aún existiera.

El grupo del contrato, ese que tres años atrás, había sido el único medio de comunicación entre los que eran parte de él —salvo Emily, Jamie y Danton, lógicamente— y rogaba porque aún siguiera en pie.

Buscó entre los casi cien chats que tenía, entre los compañeros de yoga, los de pilates, los viejos amigos de la uni, los de la secundaria, los de francés, los de italiano, los de alemán, los de español, los de tejido.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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