El gran dilema

Capítulo 30: Hay una luz que nunca se apaga, parte 2

Se apreciaba el buen gusto de la bella mujer que estaba junto a Danny, charlando animados ante las últimas cucharadas del postre. Incluso comía de manera refinada, pero no pretenciosa.

Emily la observó con los ojos encendidos, odiaba tanta presentación, tanta parafernalia, odiaba que Jamie le hubiese cedido el lugar a propio beneficio, creía que había aprendido la lección con los líos del contrato. Pero sin dudas lo que más odiaba era que hubiese pasado por alto sus sentimientos.

Volteó la mirada en un intento de sacarse de encima los pensamientos turbios y se concentró en Ophelia, Tony se la estaba pasando en brazos y no quería sostenerla si tenía todos esos sentimientos feos y autodestructivos.

Tomó a la criatura en brazos y la meció un poquito hasta acomodarla con seguridad. Tenía el cabello clarito, pero no rubio, como si fuese una tonalidad acaramelada, acompañando los ojos, enormes como los de Marmee, pero azules como los de Murdock.

—Es tan bonita y pequeña —le susurró a Murdock, quien se había sentado a su lado mientras Marmee le relataba demasiado gráficamente el parto a Chris, Tony y Artie—. ¡Y valiente! No llora cuando la cargo.

Mur dibujó una sonrisa de papá embobado.

—¿Por qué lloraría?

—Todos los niños lloran conmigo —le explicó, volviendo su mirada a esos enormes e inocentes ojos azules que la observaban con curiosa tranquilidad—. Supongo que eso es una señal, que no debo ser madre.

El chico frente a ella hizo una mueca graciosa y lo negó con un sutil gesto de la mano, como si Emily le estuviese diciendo que vio un rinoceronte alado en las playas del caribe.

—No, eso es una señal de que les tienes miedo.

—¿Temerle a un bebé? —rio Emily, el que ahora decía locuras era él.

—Temes no poder hacer el trabajo, pero puedes, todos pueden, desde el más especializado hasta el más incompetente —dijo esto último señalándose—, llegado el momento todos estamos en la misma y el instinto termina siendo más fuerte.

—¡Eh, Hampton, trae eso para acá! —le gritó un ebrio dos mesas más alejados, el aludido puso los ojos en blanco.

—Me llaman, bueno, a Ophelia no a mí —aclaró con una media sonrisa mientras tomaba a su bebé entre brazos—. Recuerda; no les temas. Son como pequeñas alimañas que huelen tu miedo —bromeó, la chica rio con ganas.

—Murdock —lo regañó Marmee sentándose en la silla en la que anteriormente había estado él, el chico se encogió de hombros y se fue—. Emily...quiero disculparme contigo —murmuró rápidamente, quizá asediada por los muchos invitados, acariciándole una de sus manos con cariño—. Mi error desbarrancó todo. Creí que podía confiar en ella.

—Creo que todos confiaban en ella —confesó, dándose cuenta que las pocas personas que no la querían, era porque empatizaban con ella misma.

—Debí haberlo previsto —continuó de igual manera—. Por mi culpa Danton se avergonzó en público y luego...

Emily la detuvo con un movimiento de sus dedos. No quería oír su nombre, ni recordar lo que había sucedido antes; la razón por la que lo había dejado.

—No importa Marmee, ya no importa —afirmó con rapidez—. No fuiste tú la que nos separó, fuimos nosotros mismos.

La aludida negó con efusividad.

—Fue culpa de...

—Decisión nuestra —volvió a interrumpir, no quería ni oír el nombre de Mona—. Sólo mía y de él.

—Pero... —intentó proseguir, pero Emily simplemente siguió negando. De seguir así su cabeza saldría despedida de su cuello.

—Ve —le susurró, tomando su pequeño bolso—. Yo creo que ya me voy.

Marmee abrió los ojos y los demás alrededor de la mesa la observaron sorprendidos.

—¿¡Ya!? ¡No! Quédate, ya vamos a bailar —chilló la chica agarrándose a su brazo para que no se le escapara.

—No estoy de ánimos—responde, intentando zafarse.

Pensando en su casa, su cama tibia y en los millones de lugares en los que estaría mucho mejor que allí, a dos mesas de una mujer que coqueteaba con su ex novio.

Christopher la retuvo por el brazo, impidiendo que ella se parara de su silla.

—Espera, en un rato nos iremos juntos, quedémonos y bailemos algo —le pidió con una sonrisa—. Hace mucho que no compartimos un tiempo así juntos.

Emily quería negarse, negarse e irse, pero sabía que estaría sintiéndose peor luego. Su padre ponía ojos tiernos, de cachorrito abandonado y la ablandaba como ella odiaba que lo gente hiciera.

—Está bien —masculló, sabiendo que se arrepentiría.

De hecho, ya se arrepentía.

.. .. .. ..

Media hora después la música ya había atraído a todos a bailar a un ritmo movedizo.

Emily intentó obviar que Danton bailaba a pocos metros junto a la profesora de Jamie y se entregó a unos pasos con Harlem, Chris, Tony, Cranberry y Artie.

Jamie estaba más allá, cerca de su padre, bailando junto a Aurora e Ivy, la hermana pequeña de esta, mientras Peter discutía con Wesley, como era usual.

Jam levantaba la vista de vez en cuando, observaba a Emily y luego a su padre, dibujaba muecas y volvía a concentrarse en las palabras de Aurora por otro rato.

Emily hizo lo propio con sus amigos, le parecía raro, pero supuso que su amigo se había dado cuenta del error egoísta que había cometido.

Lo que Emily no sabía era que lo que en realidad Jamie estaba haciendo era medir. Medía cuantas miradas se dirigían su padre y su amiga, medía si era o no necesario accionar el plan B.

Y, de hecho, el plan B se volvió infalible cuando, de un momento para otro, Danton y Emily dejaron de voltear para mirarse.

Jamie le dijo algo a Aurora por lo bajo y esta se puso seria, momento después levantaba su mano, dando la señal que gracias a los cielos todos los que formaban parte del grupo los captaron.

Plan B.

—Iré por unas copas de alcohol a la barra —comunicó Harlem, tomando la mano de Cranberry y Christopher—. Les traeré algo rico, necesito de ustedes para cargar vasos, ya regresamos.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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