La casa estaba vacía, silenciosa y lucía solitaria. Los dos ingresaron en total mutismo, intentando no apresurarse para no dejar en evidencia la necesidad que los aquejaba en igual medida.
Emily lo observó con los ojos brillantes. Tomó su mano con sutileza y sin mediar palabra, lo condujo hacia las escaleras.
La testosterona de Danton bullía por dentro y su libido estaba por las nubes, no podía parar de rozar sus caderas mientras subían; la sostenía del cinturón de tela que le daba forma al vestido y remarcaba su cintura. Él había tocado esas caderas millones de veces, la había sostenido, acariciado, por dios, se había aferrado a ellas en situaciones más comprometedoras y aun así no podía con el sentimiento de que con un poco más de tacto explotaría.
Si la veía desnuda, no podría controlar el animal que llevaba dentro. Su león interno proclamaría el reinado de las sábanas y llevaría a su cachorra consigo.
Llegaron al cuarto con lentitud, si ella tenía la misma necesidad que él, sabía ocultarlo a la perfección. Emily se detuvo frente a la cama, soltó la mano de Dan y giró a verlo.
No habían prendido las luces, pero él podía ver a la perfección su silueta y sus tranquilas expresiones. Danton se admiró de ella, de su perfecta sutileza y de toda la sensualidad que poseía. Emily no lo creía, se lo negaba o se le reía en la cara, pero poseía mucha sensualidad y aún más sexualidad. Podía llevar a Danny a la locura sin el menor esfuerzo, podía hacer que todo cambiase en su entorno, el aire, el ambiente, la temperatura, e incluso podía lograr que los pantalones del hombre se achicaran con rapidez.
En ese momento el pantalón le estaba apretando demasiado y eso era algo que ella no pasaba por alto.
Desnudarse fue un proceso lento y comedido. Romántico y profundo como no lo podía ser ningún otro procedimiento. Tan dulce y travieso como la naturaleza de aquel hombre entregado.
Los juegos se trasladaron a la cama, donde ninguna prenda sería testigo de nada de lo que estaba por suceder; Danton haría una preparación.
Hacer el amor era como cocinar para él, y sabía que en cuanto más deliciosa esté la preparación antes de llevarla al horno, más delicioso sería el alimento luego.
Sus labios besaban todo su cuerpo sin prisa y su lengua recorría las zonas justas, las zonas que él conocía a la perfección, dos lamidas dulces para siete salvajes, dos manos curiosas y muchos dedos hiperactivos pero maestros.
Danton hallaba en el cuerpo de Emily su indiscutible hogar. Y él amaba volver a su hogar tanto como ella amaba esa boca experta sobre su piel.
Su boca la llevaba a decir cosas que harían sonrojar a cualquiera. Incluso al mismísimo Antoine.
Danny la había extrañado demasiado, y quería hacer de aquella noche algo que no olvidarían jamás.
Ella tampoco se quedó atrás, las manos y boca de Emily eran completamente profesionales ante el cuerpo de Danton y ante la seguridad que este le proporcionaba; el cuerpo al que ella estaba amando la amaba de igual manera.
La noche era una locura, había destellos en cada acción y mirada, sentimientos tan profundos y celestiales que los hacían sentir al borde de la inexistencia, los sonidos, los olores, la temperatura que emulaba a la del infierno; todo lo que Danton le decía en ese momento, en otras ocasiones, habría sido su típica cháchara obscena, él lo sabía, pero en esta sólo podía recitar cortas y claras palabras de amor que sólo conseguían sublimar aún más el momento, volviéndolos casi uno sólo, tan unidos en cuerpo y alma que no dejaban siquiera que el aire se interpusiera, como si el mismo fuese un ente que quisiera separarlos. Como si no fuese lo suficiente digno como para formar parte de ellos dos. De ellos en uno.
La madrugada llegó sin previo aviso, colándose por el balcón de Danton sólo para observar furtivamente como ese par hacían el amor sobre la cama deshecha.
Para ese momento cada simple nimiedad hacia emocionar a Emily, era el hecho de verlo sobre ella, dentro de ella, la colmaba del sentimiento más hermoso que jamás habían sentido ambos, que él sentía por igual. Sus lágrimas comenzaron a caer una tras otra sin frenos, era un sueño, tenía que ser un sueño, no existían tales cosas, no podía haber un amor tan intenso, sin embargo no lo era; ella estaba ahí, llorando de amor, y Danton lamia con cuidado cada lágrima, con tal delicadeza que hacia parecer como si estas contuvieran el secreto elixir de la vida eterna. Como si en cada simple gota se le estuviese yendo la vida completa.
La chica había repetido tantas veces que lo amaba que aquella simple palabra había dejado de tener sentido. Sin embargo, el sentimiento implícito en ella crecía a pasos agigantados, a cada momento.
El final llegó, siendo más glorioso de lo que habían imaginado y ella dejó cariñosa que él reposara sobre su pecho a recuperar el aliento, para dejar que su alma terminara de hacer el amor con el alma de Emily y retornara a su cuerpo completamente regocijado. Sonrió ampliamente y se giró hasta caer en el colchón, tomándola de los brazos para subirla sobre él.
—Bien —murmuró para romper el hielo, generando sus propias carcajadas, conjunto a las de Emily.
—Eso fue lindo.
—¿Lindo? Fue perfecto —murmuró acariciándole el cabello para seguidamente depositar un beso sobre su cabeza.
—Quizá hoy podríamos organizar una cena —comenzó a murmurar Emily, parecía nerviosa intentando continuar algún tipo de charla, aunque cualquier conversación rompiera el clima y se oyera banal luego de la máxima expresión de amor que habían creado, no quería detenerse, quería seguir hablándole, de lo que fuese y eso a él le encantaba—, no digo un almuerzo porque de seguro dormiremos hasta la...
—No —intervino Danton de inmediato, tenía la pensativa mirada pegada al techo, con ese gesto tan particular que poseía cuando deliberaba—. No, te llevaré a tu casa.