El gran dilema

Capítulo 35: No, nunca

La preciosa casa a la que habían arribado en Issaquah era un sueño por ese mismo motivo; era una casa. No una mansión, ni una casa rodante, ni un departamento; era un cálido y acogedor hogar.

Issaquah estaba nevada, la gente era linda y buena y el padre de Danton, al que habían ido a visitar apenas instalados, era una muy grata compañía.

Pero nada de eso se comparaba a vivir con Danny, con el Danny de Issaquah.

No era que fuera diferente con ella, seguía siendo el mismo hombre amoroso y travieso de siempre, sino era diferente consigo mismo, era más feliz, incluso dormía toda la noche sin levantarse ocho veces, y eso era algo bastante impactante para la chica acostumbrada al novio acostumbrado al insomnio.

Incluso en ese momento estaba dormido, con sus ojos verdes ocultos tras sus finos párpados y una sonrisa nimia en sus labios, como si hubiese tenido un sueño satisfactorio.

—Despierta, Dan —le susurró mientras le acariciaba la mejilla con el dorso de los dedos. Eran las once de la mañana y ella ya se había levantado, duchado, cambiado e incluso se había tomado un café con donuts mientras veía una repetición de Elementary.

Pero Danny aun no daba señal de querer levantarse.

—¿Vino papá? —balbuceó adormilado, como una suave respuesta a la tierna caricia, mas no al llamado—. Dile que no joda.

—No —rió Emily—. Sólo necesito que me des la dirección del supermercado, nos quedamos sin provisiones y no sé qué les daré de comer a tus amigos cuando vengan.

El hombre no se inmutó mucho ante el nerviosismo de Emily sobre cómo alimentar a sus antiguos compañeros —compañeros de todo; de futbol americano, escuela y de su antigua banda— quienes venían a cenar por la noche todos los viernes desde hacía tres semanas y el domingo se juntaban a ensayar como en sus años mozos, así que ella debía esforzarse siempre en crear una cena y unos respectivos tentempiés de ensueño, ya que, prácticamente desde el primer día que los conoció, fue víctima del prejuicio de sus esposas y sus filosos comentarios sobre ser una buena ama de casa y de lo que las chicas jóvenes tienen en falta.

«Las niñas serán muy fogosas y exigentes en la cama, pero se pierden ante un trapeador, una cuchara y una responsabilidad»

A Emily le hervía la sangre de sólo recordarlo. No le temía a las responsabilidades, y no era exigente en la cama, con decir que era ella la que se quedaba agotada, lo decía todo y se quedaba corta.

—Oh, iré contigo —bostezó Danny, cerrando los ojos nuevamente.

Ella sonrió, acariciándole el cabello con suavidad para que no se le durmiera otra vez y no le dijera la dirección.

—Puedes quedarte durmiendo si quieres, Danny, pero dime dónde queda.

—No, quiero salir —afirmó colocando el brazo sobre su cara—. No quiero volverme un ermitaño, nena.

Sin embargo no se movió, Emily se quedó observándolo un buen rato hasta que oyó como nuevamente la respiración de su novio se profundizaba.

Se había quedado dormido de nuevo.

—¿Danny? —cuestionó, moviéndolo con firmeza.

El hombre tomó las cobijas y se tapó el rostro con las mismas.

—¿Podemos ir mañana? —murmuró con la voz amortiguada por la tela, la chica bufó, destapándolo.

—¿Sabes qué está primero en la lista de compras?

—¿Cerveza? —atinó, dándole la espalda.

Emily sonrió de costado con malicia;

—Condones.

La espalda del hombre se crispó, saltando de la cama como un resorte.

—¡Pásame los pantalones, toma las llaves de la camioneta, no perdamos más tiempo! —exclamó prácticamente tirándola de los brazos.

Al menos lo convencía fácil.

.. .. .. ..

—¿Salsa extra fuerte, o salsa suave? ¿Qué opinas? —cuestionó Danny leyendo los rótulos de las dos botellas que tenía en las manos.

—Opino que los lentes de leer se te ven muy sexys —comentó la chica guiñándole un ojo.

Danton alzó las cejas pícaramente.

—La extra fuerte entonces —arrojó la botella dentro del carro y continuó empujándolo.

—No dejemos los condones muy a la vista —murmuró Emily al ver la caja en la punta de lo que parecía una pirámide de productos, como si estuviesen allí arriba de alarde.

—¿Por qué? —preguntó de lo más natural, girando en el pasillo de los congelados.

—¡Porque me da vergüenza!

—¿Qué nos pueden decir? ¿Qué horror, usan condones? —se mofó Danny, echándose una carcajada con ganas—. ¿Nos quemarán en la plaza pública por tener sexo como cualquier pareja? Que pueblo retrógrada sería ¿No?

Emily se puso roja instantáneamente, mientras otra parejita pasaba y los observaba con una sonrisita divertida.

—No te burles de mí —se quejó, guardando un par de cajas de leche dentro.

Danny le ofreció un beso en la coronilla;

—No me dejas más que burlarme —agregó pasando su brazo libre por los hombros de Emily, ella pasó la suya por la fina cintura de Danton.

—¿Qué dices que prepare? —le preguntó observando los muchos posibles platillos que podía hacer.

Si tan solo supiera hacerlos.

—Podemos pedir una pizza —deslizó con voz bajita y dudosa el hombre, rompiendo el poquito de autoestima cocinero que poseía la chica, quien bufó casi con angustia al imaginarse a las esposas de sus amigos riendo con ganas;

—¿Tan mal cocino?

—Tú sabes que cocinas perfecto —se quejó, tomando varios paquetes de harina—. El problema son las esposas de mis amigos, son todas unas hienas —agregó, casi leyéndole la mente. Ella sonrió de costado, apoyando la cabeza en su hombro.

—Creo que están enamoradas de ti —bromeó, dándole un ligero codazo, aunque sabía bien que una de las tres si estaba interesada en él—. Salvo Markie —defendió recordando a la simpática esposa del gracioso baterista de la banda (antes mariscal de campo, actualmente mecánico).

—Markie es buena, siempre lo fue —confesó lanzando al carro varias cajas de cereal de chocolate—. Si te hace sentir mejor; prepáranos una pizza cacera, te salen ricas.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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