El gran dilema

Epílogo

Estaba dormida, o al menos semi dormida cuando sintió unos dedos recorrerla, el peso de la ligera frazada y las sábanas desapareció de su cuerpo. Y más que pronto su camiseta negra de dormir estuvo remangada torpemente por sobre sus pechos.

Era de mañana, eso estaba segura, una de esas mañanas que son ligeramente frías, pero no perturbadoras que ofrecía marzo en Washington. Aún no era capaz de abrir los ojos, estaba en un sopor increíble.

Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando sintió como los mismos dedos que habían comenzado a desnudarla ahora le desmontaba el brasier para dejar en exposición su pecho derecho con mucho cuidado y precisión casi profesionales.

Una cálida boca la poseyó al instante entre ligeros chupones y suaves mordiscos.

Abrió los ojos, sin poder borrar la sonrisa que le dejó aquella imagen.

La luz que se colaba por la ventana iluminaba unos rubios rizos. Unos curiosos ojitos castaños la observaban en pícaro silencio, a la espera.

—Imogen Lane, eres una glotona —le susurró con la voz algo dormida. La niña rio, sus dientecitos redondos se vieron por un segundo y luego volvió a resguardarse en su fuente de alimento.

—Es increíble que con sólo un año y medio haga todo lo que hace —pronunció Danton a su lado desperezándose.

—Es igual a su padre.

—¿Quién? ¿A mí? —cuestionó señalándose inocentemente con las manos laxas—. Lo dices como si te desnudara mientras duermes...muy a menudo.

—Mosh, cambio —Emily le comunicó, y la niña sola y silenciosa se movió al pecho izquierdo, llevando a cabo todo el mismo proceso con sus regordetes dedos de bebé—, realmente me siento como una morsa cuando me bebe así.

—Estás tan sexy como hace diez años atrás —murmuró besándole la frente y luego observando los curiosos ojillos de Imogen tras el pecho de Emily—. Mamá está sexy, ¿no, Mosh?

La niña sonrió, sin saber a qué se podría deber toda esa parafernalia de decirle a su expendedor de leche materna que era sexy. No era sexy, era mami.

—¿Hoy viene Jamie? —cuestionó la dulce voz de Homer en la entrada del cuarto, sus pequeñas pantuflas de gatito le daban un caminar sigiloso que hacía difícil percibirlo antes de que ingresara a la habitación, como un ninja.

—Más le vale —le respondió Danny dejando que el niño de seis años —que era su exacto calco, sus ojos, su sonrisa, su cabello, su tez y su constante buen humor— subiera también a la cama.

Imogen era muy parecida a ella físicamente, con los ojos grandes y oscuros y los mofletes constantemente sonrojados. Era una pequeña versión de Emily con la sonrisa de Danton, los niños habían heredado la sonrisa de su padre, por suerte.

—¿A dónde irán con él? —Curioseó Emily acomodándose el brasier y la camiseta en sus respectivos lugares cuando la pequeña dio por concluido su desayuno de autoservice.

—Nos llevará al set —respondió Homer, recostándose entre ambos—. Dice que le dará un papel a Mosh.

Jamie, quien contaba con veintisiete años, el cabello hasta la espalda y una andrajosa barba al mejor estilo Steven Spielberg, se había convertido en la actual sensación entre los directores y el mundo cinematográfico. Incluso se había ganado un codiciado premio de la academia luego de llevar al cine su ópera prima «Mía en París» que relataba la agitada y trágica vida de su madre, Mimi.

—¿Esta niña con pañales y chupón quiere ser actriz? —cuestionó Danton tomándola entre sus brazos para agitarla en el aire.

Ella reía y se removía como loca, Emily creyó que le vomitaría entre tantas turbulencias en las aerolíneas de papá, pero todo lo que hizo fue dejar caer su chupete para darle paso a un par de carcajadas.

—Bien, si quieren irse con su hermano, ¿no se supone que deben estar vestidos y con los dientes cepillados?

Cuestionó la gran morsa sexy tocando el mandil de Imogen para ver si se había mojado o el pañal necesitaba algún cambio rápido, pero no, estaba milagrosamente limpia luego del último cambio de las cuatro de la mañana.

—Y el cabello cepillado —agregó Danton despeinando el ligero cabellito rubio de Homer.

—Verdad, huyan, huyan —exclamó Emily mientras los niños bajaban de la cama a trote—. Trae la ropa que desees ponerte Mosh, no intentes cambiarte sola otra vez.

Los niños desaparecieron tras la puerta y todo volvió a la previa calma. Danny pasó el brazo sobre ella y la atrajo hasta su lado, toda la distancia que sus hijos habían interpuesto con su llegada repentina, la tomó del rostro —con la mano con la cual no la sujetaba del trasero— y le dio un perfecto beso de buenos días que la hizo estremecerse como la primera vez.

El hombre había vuelto a la actuación y actualmente trabajaba en varios proyectos a parte de su preciada banda de perfil bajo, no tenía muy seguido esos besos, pero cuando los poseía, les daba el uso adecuado para que duraran más de lo permitido.

Se separó de su rostro con dificultad, poniendo un alto antes de que las cosas quisieran pasarse a mayores.

—¿Piensas que deberíamos decirles? —cuestionó, ignorando sus ojos en blanco.

Él la observó, pensando cuidadosamente su respuesta, tarde o temprano tenían que decirles, antes de que se dieran cuenta solos, por lo menos.

—Quizá cuando vuelvan con Jamie —susurró—. Mellizos... no es un juego.

—Dímelo a mí, llevan sólo tres meses allí y ya siento que pesan toneladas —susurró dejándose abrazar otra vez. El hombre descendió arrastrándose un poco entre las sabanas y levantó la camiseta de Emily para dejar en exposición el abultado vientre, abultado solo para el que sabía mirar bien, ya que la chica siempre utilizada ropa holgada. Depositó dos besos sobre la cálida piel, uno por cada niño—. Es tu culpa por haberlos dejado allí —agregó, haciéndolo reír con ganas.

—Tú también querías que dejara uno allí —se defendió, volviendo a su respectivo lugar para volver a abrazarla—. Que hayan salido dos es algo que está completamente fuera de mi alcance. No se aceptan reembolsos, cariño.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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